El siguiente comprador era un viejo de al menos cuarenta años; yo no sabía que a la gente de esa edad le importara el amor.
-Verá, mi mujer ya no soporta mis "te quiero". "Después de veinte años, podrías variar; inventa otra cosa o me voy", me dice.
-Eso es fácil. Podría decirle: "Tengo la mosca detrás de la oreja".
-¿Para que se crea que no me lavo?
-Pues entonces: "Me muero por tus pedazos".
-¿Y eso qué significa?
-Mi amor por ti es tan completo que sufro hasta cuando te cortas las uñas. Me gustan todos y cada uno de tus pedazos. Te quiero desde la punta del pelo hasta los dedos gordos de los pies.
-Bueno, voy a probar. Si esa frase no funciona, se la devuelvo.
Erik Orsenna
en La isla de las palabras.
Salamandra.
lunes, 28 de septiembre de 2009
sábado, 26 de septiembre de 2009
Dos poemas de José Cantabella
OTRA CANCIÓN
Tú fuiste durante mucho tiempo
mi canción preferida.
Sin embargo, ahora,
mi melodía no tiene dueño,
mi cantar anda peregrinando
con un ritmo diferente
ENTRE DOS VIDAS ME QUEDO CONTIGO
Estimada enemiga:
qué poco mérito tenían para usted mis virtudes.
Estimada amiga:
cuánto valor poseen para ti mis defectos.
José Cantabella
en Afán de certidumbre.
Editorial Azarbe (Nausicaä)
Tú fuiste durante mucho tiempo
mi canción preferida.
Sin embargo, ahora,
mi melodía no tiene dueño,
mi cantar anda peregrinando
con un ritmo diferente
ENTRE DOS VIDAS ME QUEDO CONTIGO
Estimada enemiga:
qué poco mérito tenían para usted mis virtudes.
Estimada amiga:
cuánto valor poseen para ti mis defectos.
José Cantabella
en Afán de certidumbre.
Editorial Azarbe (Nausicaä)
jueves, 17 de septiembre de 2009
Sesión continua
Vamos andando tan deprisa a veces.
Video club, relaciones humanas, pub, se vende,
¿qué voy a hacer mañana?, si estuvieras
conmigo ahora, el mar.
El mar triste de las agencias de viajes,
o el de aquella postal, tierna y cursi, que nunca
me enviaste
es tan desconsoladamente verde
como las luces
de los taxis amargos del otoño.
Y es un desesperado
abuso de desconfianza y soledad
el que me lleva
de nuevo a ti, esta tarde,
ahora que las tiendas
empiezan a cerrarse, y es hermoso
pensarte entre la gente, aferrarse a la idea
de que podrías surgir
debajo de cualquier paraguas, sorprenderme
de espaldas, tapándome los ojos y los sueños.
Sobre todo, los sueños. Dónde irá
la gente, tan deprisa,
desandando esta ausencia de pájaros, buscando
refugio en los portales de la noche. Ahora sé
que es preciso haber muerto
muchas veces de amor
para atreverse de esta manera a reincidir
y admitir que me dueles
como un beso prohibido para siempre,
casi secretamente,
como sólo la vida puede doler a veces,
o esta lluvia lentísima
de otro octubre sin ti.
Inmaculada Mengíbar
en Los días laborables.
Hiperión, 1988.