lunes, 12 de abril de 2010
La infancia
A mí también me enseñaron a no gritar,
a no escuchar las conversaciones de los vecinos,
a cerrar bien las cortinas y, por la noche, las persianas,
a guardar el miedo dentro y no mostrar nada,
a sentir siempre para dentro.
Me mintieron
y la infancia feliz que no viví
es irrecuperable.
José Manuel Gallardo Parga
en Límites.
Colección Melibea. Talavera de la Reina.
domingo, 11 de abril de 2010
Hainuwele
Para oírte
no necesito el silencio
ni los encantamientos ni los sueños
ni tampoco beber la fuerza blanca
de un toro
mezclada con su sangre.
No necesito rodearme
de grandes caracolas (donde dicen que sueñas en voz alta)
ni dibujar
con la saliva de los múrices
las señales grabadas por el rayo en las peñas.
Es tu voz la que atraviesa los poros de la noche,
se expande y crea el horizonte
y nos sostiene
como la piel del gran búfalo negro sostiene las estrellas.
Ni tan siquiera necesito oírte: tu voz planea como un águila
y hace la luz cuando me cubre.
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La sombra de una flor movida por el viento:
eso eres tú, cuando el sol resplandece.
La sombra de una flor movida por el viento:
eso soy yo, cuando las nubes pasan.
Chantal Maillard
en Hainuwele y otros poemas.
Tusquets Editores. Nuevos textos sagrados.
viernes, 9 de abril de 2010
Pulga de Pablo Albo
De pequeño debí ser terrible. Siempre que íbamos al mercado me ponía pesadísimo:
-¡Yo quiero una mascota! ¡Yo quiero una mascota!
Un día mi madre, harta de mis llantos, de mis gritos y de mí, cogió un huevo:
-Toma, para ti. Pero tienes que cuidarlo mucho, es muy frágil. Acabas de adquirir una gran responsabilidad. Se llama Charly.
Me pilló de improviso. Yo me refería a los conejos enjaulados que no se dejaban tocar cuando metías el dedo entre los barrotes, pero me conformé. Creo que fueron las palabras graves y solemnes de mi madre “una gran responsabilidad” y el hecho de que tuviera nombre lo que me convenció.
A pesar de que no era muy divertido, lo traté con cariño. Intenté enseñarle a acudir cuando lo llamaba, sin éxito aparente. Lo acaricié a menudo y lo tapé bien con una mantita por las noches. Mis padres me miraban preocupados.
Un día desapareció. Yo estaba castigado por cortar la ropa de cama para hacerle mantitas a Charly y no pude buscarlo fuera de mi habitación. Mi tristeza era infinita.
Odié a mi madre hasta que mostró indulgencia. Qué buena persona, a pesar de que me había castigado ella misma, para consolarme me trajo a la habitación aquella noche una tortilla francesa que estaba riquísima.
Pablo Albo
en 101 pulgas
libro aún inédito.