ANILLO
No el que lleva en esta detenida extensión
de tierra, sino el que vimos juntos
en aquella tiendecita de Oregón: ágata musgosa,
de un verde tan subido que negreaba en el aro de plata. Difícil
de encontrar después, extraído de su mano
y vigilante. Pensando que sorprendería a su poder
con la traición, se lo regalé a un amigo nuestro que nunca llevaba
anillos y necesitaba su suerte. Pero pronto supe,
no me preguntes cómo, que el anillo
yacía, junto a baratijas diversas, en un cajón. Le pedí
que me lo devolviera y, durante algún tiempo, lo llevé al cuello, colgado
de una cadena. Pero resultaba extraño,
como un amuleto escolar: un recuerdo de amor para el que ya estaba
mayor, y que había cambiado por el oro rosa
de las alianzas matrimoniales. ¿Dónde está ahora?
En algún abyecto lugar seguro.
Pero ¿dónde? Apartado. Pongo la casa patas arriba
buscándolo. Pero no lo encuentro. Es peor
que una maldición. Como la felicidad que malgastamos en fuentes
con deseos equivocados. O la burla
azarosa de. la memoria, su embotada firma, tan casual
que me aplasta viva, y me creo lo que nunca me creo
de las verdaderas apariciones: que utiliza
mi deseo para venir a mí;
que mis sentidos están habitados, como el tronco
en cuyo interior se embute el oso
para hibernar; que la presencia en curso de los muertos
es volátil y sacramental. El viento al que
está unido ese muchacho, que corre con una cometa por
entre las tumbas, mirando a lo alto, pero manteniendo el equilibrio,
como si introdujera el cielo en la tierra con
fría temeridad. Así que mi amor, muerto pero viviente,
asoma en el flujo de la memoria, de lo que su memoria
recordaría, igual que él es recordado
en una calle de Dragón, muerto viviente de amor,
con la extrañeza de la plata fría
ciñéndole el dedo de la mano recién creada.
HABITACIÓN INFINITA
Habiendo perdido el futuro con él,
estoy dispuesta a amar a quienes
no me ofrezcan futuro ‑la forma
que tiene el corazón de extraviarse
en el tiempo‑. Él me lo dio todo, hasta
el último y jaspeado instante, pero no como o exceso,
sino como si un propósito oculto fuese
una fuente junto al camino
a la que pudiera acercar mis labios y saciarme
de recuerdos. Ahora el amor en una habitación
puede hacer que me pierda con suma facilidad,
como una niña que hubiese de volver deprisa a casa
ya de noche, y tuviera miedo de
encontrarla vacía. O sólo miedo.
Dime otra ve, que esto sólo va a durar
lo que dure. Quiero ser
frágil y verdadera, como quien prolonga
el momento con su muerte intacta,
con su corazón, demasiado sabio,
limpio de los desechos que llamamos esperanza.
Sólo entonces podré volver a visitar al último superviviente
y saber, con, la alborotada exactitud
de una ventana rota, lo que quería decir,
con todo el tiempo ido,
cuando decía "Te quiero"
Y ahora ofréceme de nuevo
lo que pensabas que no era nada.
Tess Gallagher
en El puente que cruza la luna
Bartleby Editores.
lunes, 18 de junio de 2007
sábado, 2 de junio de 2007
Edificio con la fachada bombardeada
Qué súbitamente lo íntimo
queda al descubierto en una ciudad bombardeada,
como el papel pintado con listas blancas y azules
de un dormitorio de un segundo piso está ahora
expuesto a la nieve que cae lenta
como si la habitación hubiera contestado a la explosión
vestida sólo con su pijama de rayas.
Algunos vecinos y unos soldados
tantean con un palo lo escombros
y se fijan en la escalera que cuelga,
el retrato de un abuelo,
una puerta que se balancea de la bisagra que queda.
Y al baño se le ve casi avergonzado
de sus paredes de ocre al descubierto,
el amasijo de las tuberías,
del lavabo hundido hasta las rodillas,
la cortina de la ducha rajada,
las estelas de burbujas destruidas de un pez de colores.
Es como una vista panorámica sobre una casa de muñecas
como si un niño arrodillado pudiera meter la mano
y coger el escritorio, enderezar un cuadro.
O pudiera ser una habitación sobre un escenario
en una obra sin personajes,
sin diálogo ni público,
sin principio, nudo y desenlace-
sólo los muebles rotos en la calle,
un zapato entre bloques de hormigón ligero,
una fina nieve aún cayendo
sobre un lejano campanario, y la gente
cruzando un puente que todavía se sostiene.
Y más allá -cuervos en un árbol,
la estatua de un gobernante a caballo,
y nubes que se asemejan al humo,
e incluso si sigues más, en otro país
en una manta bajo un árbol de sombra,
un hombre que sirve vino en dos vasos
y una mujer deslizando
los pasadores de madera de un cesto de mimbre
lleno de pan, queso, y varios tipos de aceitunas.
Billy Colins
en Lo malo de la poesía y otros poemas.
Bartleby Editores.
Traducción de Juan José Almagro Iglesias.
queda al descubierto en una ciudad bombardeada,
como el papel pintado con listas blancas y azules
de un dormitorio de un segundo piso está ahora
expuesto a la nieve que cae lenta
como si la habitación hubiera contestado a la explosión
vestida sólo con su pijama de rayas.
Algunos vecinos y unos soldados
tantean con un palo lo escombros
y se fijan en la escalera que cuelga,
el retrato de un abuelo,
una puerta que se balancea de la bisagra que queda.
Y al baño se le ve casi avergonzado
de sus paredes de ocre al descubierto,
el amasijo de las tuberías,
del lavabo hundido hasta las rodillas,
la cortina de la ducha rajada,
las estelas de burbujas destruidas de un pez de colores.
Es como una vista panorámica sobre una casa de muñecas
como si un niño arrodillado pudiera meter la mano
y coger el escritorio, enderezar un cuadro.
O pudiera ser una habitación sobre un escenario
en una obra sin personajes,
sin diálogo ni público,
sin principio, nudo y desenlace-
sólo los muebles rotos en la calle,
un zapato entre bloques de hormigón ligero,
una fina nieve aún cayendo
sobre un lejano campanario, y la gente
cruzando un puente que todavía se sostiene.
Y más allá -cuervos en un árbol,
la estatua de un gobernante a caballo,
y nubes que se asemejan al humo,
e incluso si sigues más, en otro país
en una manta bajo un árbol de sombra,
un hombre que sirve vino en dos vasos
y una mujer deslizando
los pasadores de madera de un cesto de mimbre
lleno de pan, queso, y varios tipos de aceitunas.
Billy Colins
en Lo malo de la poesía y otros poemas.
Bartleby Editores.
Traducción de Juan José Almagro Iglesias.