domingo, 16 de marzo de 2008

Llanto infantil

Tus labios no manchan porque los ha pintado la luz.

Éríka Perales, 1996.

Siéntate, Érika. Mira cómo el fondo del cielo

parece misterioso con el amanecer.

Este es el rito, la suavidad con que la luz

del Sol cruza la línea curva de la Tierra.

La luz, que es una peregrina, inevitable calor

en todo este vacío. La luz no reflexiona,

se enreda en los zarzales y en tu pelo,

se enfrenta con orgullo a los objetos.

Importa, sobre todo, que mires a los astros y a las nubes

aunque ninguno de ellos pueda explicarte el firmamento.

No digas que en su forma

se intuyen el desprecio o la tristeza:

si no fuese así, el cielo no sabría

otra manera de ser cielo. Fíjate,

la Luna empieza a confundirse

con el color de la mañana,

los pájaros la miran

planeando en secreto volar hasta sus mares

de polvo negro que no conocen el verano.

Levántate, Érika, y no llores,

echa a correr de nuevo. No volverás a tropezar

el cielo limpio de junio será tu único muro.



Ángela Vallvey

en El tamaño del universo.

Hiperión. 1998.

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