Éríka Perales, 1996.
Siéntate, Érika. Mira cómo el fondo del cielo
parece misterioso con el amanecer.
Este es el rito, la suavidad con que la luz
del Sol cruza la línea curva de
La luz, que es una peregrina, inevitable calor
en todo este vacío. La luz no reflexiona,
se enreda en los zarzales y en tu pelo,
se enfrenta con orgullo a los objetos.
Importa, sobre todo, que mires a los astros y a las nubes
aunque ninguno de ellos pueda explicarte el firmamento.
No digas que en su forma
se intuyen el desprecio o la tristeza:
si no fuese así, el cielo no sabría
otra manera de ser cielo. Fíjate,
con el color de la mañana,
los pájaros la miran
planeando en secreto volar hasta sus mares
de polvo negro que no conocen el verano.
Levántate, Érika, y no llores,
echa a correr de nuevo. No volverás a tropezar
el cielo limpio de junio será tu único muro.
Ángela Vallvey
en El tamaño del universo.
Hiperión. 1998.
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