La mayoría de los que leemos libros es posible que hayamos oído hablar de una Sociedad para el Fomento del Vicio, del Club del Fuego Infernal, fundado en el último siglo por Sir Francis D-, etc. En Brighton, según tengo entendido, se fundó una Sociedad para la Supresión de la Virtud. Esta sociedad fue asimismo suprimida, pero lamento decir que existe otra en Londres de un carácter aún más atroz. En vista de sus inclinaciones le vendría bien la denominación de Sociedad para el Incentivo del Asesinato, pero, aplicándose un delicado Ευοημτςηος, se llama la Sociedad de Entendidos en Materia de Asesinatos. Sus miembros se precian de su curiosidad por todo lo relativo al crimen, de ser amateurs y dilettanti de todas las formas de derramamiento de sangre, en suma. de ser aficionados al asesinato. Cada vez que en los anales de la policía europea aparece una atrocidad de esta clase, se reúnen y la critican como si fuera un cuadro, una estatua o cualquier otra obra de arte. No hará falta que me tome el trabajo de intentar describir el espíritu que preside sus actividades, pues el lector podrá apreciarlo mejor en una de sus conferencias mensuales pronunciada ante la sociedad el año pasado. Dicha conferencia ha caído en mis manos por casualidad, pese a toda la vigilancia ejercida para que no se hagan públicas sus deliberaciones. Al verla publicada se sentirán alarmados, y éste es precisamente mi propósito. Pues prefiero, con mucho, que la sociedad se disuelva tranquilamente mediante un llamamiento a la opinión pública, sin necesidad de mencionar nombres, como sería el caso si recurriera a los tribunales de Bow Street, a los que, sin embargo, no dudaría en recurrir si mis medidas no obtuviesen el éxito esperado. Mi sentido de la virtud no puede permitir que semejantes cosas puedan producirse en un país cristiano. Incluso en tierra de paganos, la tolerancia pública del asesinato -esto es, los terribles espectáculos en el circo- considerada por un escritor cristiano corno el más vivo reproche que podía hacerse a la moral pública. Este escritor es Lactancio, y creo que sus palabras son singularmente aplica a la presente ocasión: «Quid tam horribile», dice, tam tetrum, quam hominis trucidatio? Ideo severissimis legibus vita nostra munitur; ideo bella execrabilia sunt. Invenit tamen consuetudo quatenus homicidium sine bello .ad sine legibus faciat: et hoc sibi voluptas quod scelus vindi- Quod si interesse homicidio sceleris conscientia est, et cidem facinori spectator obstrictus est cui et admissor; ergo et in his gladiatorum caedibus non minus cruore profunditur qui spectat, Quam ille qui facit: nec potest esse immunis a sanguine qui voluit effundi; aut videri non interfecisse, qui interfectori et favit et proemium postulavit». «¿Qué cosa es tan terrible», dice Lactancio, «tan funesta y repugnante, como el asesinato de una criatura humana? Por esta razón nuestra vida se protege con las leyes más severas; por esta razón, las guerras son objeto de execración. Y, sin embargo, en Roma la costumbre tradicional ha permitido una forma de autorizar el asesinato aparte de en la guerra y en contradicción con el derecho, y las exigencias del gusto (voluptas) han llegado a equipararse a las del crimen». Que la Sociedad de Caballeros Aficionados lo tenga presente; y permítanme llamar la atención sobre la última frase, de tanto peso que me atrevería a traducirla así: «Ahora bien, si el mero hecho de presenciar un asesinato atribuye a un hombre la cualidad de cómplice, si ser un simple espectador basta para que compartamos la culpa del autor, de ello se deduce necesariamente que en los crímenes del anfiteatro la mano que inflige el golpe fatal no está más empapada de sangre que la de quien contempla pasivamente el espectáculo, ni tampoco puede , ni tampoco puede estar limpio de sangre quien no impida que se derrame, ni tampoco queda exento de participar en el crimen quien aplaude al asesino y reclama premios para él». Aún no he oído que se acuse a los Caballeros Aficionados de Londres de «proemia postulavit», aunque es indudable que sus actividades tienden a ello, pero el nombre mismo de su sociedad implica el «interfectori favit», y ello se expresa en cada una de las líneas de la conferencia que sigue a continuación.
X.Y. Z.
Thomas de Quincey,
en Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes y otras obras selectas.
Valdemar.
Hola Antonio, la entrada de hoy no me ha dejado impasible. A continuación copio la “Advertencia de un hombre morbosamente virtuoso” que leí cuando la obra de De Quincey cayera en mis manos, algunos años antes de que Valdemar se animara a publicarla sin mutilaciones. Un saludo. Adriana.
ResponderEliminarPAPEL PRIMERO
(Publicado en febrero de 1827)
I. ADVERTENCIA DE UN HOMBRE MORBOSAMENTE VIRTUOSO
La mayoría de los que leemos libros tenemos noticias de una Sociedad para el Fomento del Vicio, del Club del Fuego del Infierno, fundado en el siglo pasado por Sir Francis Dashwood, etc. Creo que fue en Brighton donde se fundó una Sociedad para la Supresión de la Virtud. Esa sociedad se suprimió, pero tengo el sentimiento de decir que existe otra en Londres de un carácter más atroz aún. Por su tendencia puede denominarse Sociedad para el Fomento del Asesinato, pero según su propio y delicado εύφημισμός, se llama la Sociedad de Peritos en el Asesinato. Estos declaran ser curiosos del homicidio, aficionados y dilettanti de los diversos modos de la matanza y, en una palabra, caprichosos del crimen. Toda atrocidad de esa clase revelada por los anales de la policía europea hace que se reúnan para criticarla como si se tratara de una pintura, de una estatua o de otra obra de arte. Pero no tengo que esforzarme e intentar describir el tono de sus procedimientos, pues el lector lo deducirá mucho de una de las conferencias mensuales leídas ante la Sociedad el año pasado. Ha caído en mis manos incidentalmente, a pesar de toda la vigilancia que ejercen para que sus deliberaciones no sean conocidas por el público. Esta publicación los alarmará, y ése es mi propósito.