Señor, mi padre dijo que os podríais curar si os bañáis en la sangre de una doncella. Yo soy doncella y quisiera ofreceros mi sangre.
El rey permaneció inmovilizado por el asombro y la alegría. ¿Sería posible aquel milagro cuando ya había perdido toda esperanza? No, no podía ser. Ocurriría como las otras veces. Con una voz donde se traslucía una íntima amargura, dijo:
-Te obliga tu padre, ¿verdad?
-No, no, el no quiere —respondió apresuradamente la doncella—. Soy su única hija, lo único que tiene, pues mi madre murió, y no quiere perderme por nada del mundo. Por eso tuve que aprovechar su sueno para poder decíroslo.
-Entonces—exclamo el rey asombrado— ¿por que lo haces? ¿Piensas que tu padre apreciara mas poseer la mitad de mis tesoros que tu vida?
-Pero si yo no quiero vuestros tesoros, señor.
-¿Qué quieres entonces? ¿Por qué lo haces?
Pero la muchacha no contestó. Permanecía ante el rey, con la cabeza inclinada, guardando un doloroso silencio. El rey retiro el velo de su rostro y vio una cara bella como la luna, arrebolada por el rubor. Dulcemente, tomándola de la barbilla, levanto su cabeza y volvió a preguntar.
-¿Dime, pequeña, por que lo haces?
-Señor, desde muy niña me asomaba a la celosía cuando paseabais por el jardín para veros pasar. No había en el mundo nada más hermoso. Después enfermasteis. Era tan triste veros así, tan triste...
Se había interrumpido ahogada por las lágrimas. Y el gran rey sintió algo que nunca había sentido. Aquella niña a la que ni recordaba haber visto le había amado durante anos, le había amado con un amor sin esperanza, con un amor tal que ahora le ofrecía su vida para salvarle.
-¿Cómo podría agradecértelo?—dijo mientras le acariciaba los cabellos—. ¿Si pudiera hacer algo por ti, algo que compensara tu sacrificio?
-Sí puede. Puede darme algo. Lo que más he deseado, lo que siempre soñé. Un día antes de verter mi sangre, tomadme por esposa.
Y así fue como el rey desposo a la doncella que al día siguiente había de ser sacrificada para que el recobrase su salud. Fue solo una ceremonia simbólica, pues la muchacha debería llegar virgen al sacrificio.
Pero al día siguiente ese sacrificio no se realizó. Ni al otro. Ni al otro... A1 gran rey le había ocurrido algo extraño. Le faltaba el valor para ordenar la muerte de aquella criatura tan dulce, tan bella, que le amaba tanto y a la que el también amaba cada día mas. Por eso fue posponiéndolo hasta que una noche entro con ella en la cámara nupcial para perder entre los brazos de su amada su única oportunidad de salvar la vida.
Por amor, el rey había renunciado a curar su lepra. Esa lepra que, también por amor, iba muy pronto a pudrir las dulces carnes de su bien amada. Murieron el mismo día y a la misma hora y fueron enterrados el uno junto al otro. Y cuentan allá en Oriente que en su mausoleo nacieron dos rosales, un rosal de rosas rojas y otro de rosas blancas, que se buscan y entrecruzan como si se abrazasen. Y esta es la historia que yo escuche cuando estaba en Trípoli sobre el rey leproso y la doncella, pero en verdad no sabría decir si en realidad sucedió o se trata solo de una de las muchas leyendas que por allí se narran...
Antonio Martínez Menchén
en La espada y la rosa
Alfaguara.
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