Dios para los que cantan en el pájaro,
Dios para los que tienen siete labios.
JUAN EDUARDO CIRLOT.
Y sin embargo yo, Galileo Galilei, músico por vocación, he oído las moscas de la eternidad alrededor de cuanto aún es posible contar con los dedos. Tengo razones para pensar que el alma es una bola de plomo que oscila en el temor como sombra de un péndulo. Tuve motivos sin haberlos soñado. Imaginé la edad del hexágono, oí su vibración bajo los ojos de Homero. Conozco la fórmula de la nieve, en cada sótano de su geometría he alimentado una lámpara. Yo Galilei, arrodillado ante las estrellas del gorro de Merlín, abjuro de haber cavado en la realidad hasta hallar la mortaja a la novia de las serpientes. Dejo la hipótesis de mis únicos bienes al campesino de las matemáticas. Reniego de los carbones etruscos donde enciende su reino la sonrisa de cuantos permanecieron sordos. He sembrado mi falsedad en el colegio de la muerte. No hay sin embargo que valga. Quede para Giulia Ammannati di Pescia, mi madre, la voz que maldigo, y el gesto de la torre de Pisa.
Juan Carlos Mestre
en La casa roja.
Calambur, 2008.
Dios para los que tienen siete labios.
JUAN EDUARDO CIRLOT.
Y sin embargo yo, Galileo Galilei, músico por vocación, he oído las moscas de la eternidad alrededor de cuanto aún es posible contar con los dedos. Tengo razones para pensar que el alma es una bola de plomo que oscila en el temor como sombra de un péndulo. Tuve motivos sin haberlos soñado. Imaginé la edad del hexágono, oí su vibración bajo los ojos de Homero. Conozco la fórmula de la nieve, en cada sótano de su geometría he alimentado una lámpara. Yo Galilei, arrodillado ante las estrellas del gorro de Merlín, abjuro de haber cavado en la realidad hasta hallar la mortaja a la novia de las serpientes. Dejo la hipótesis de mis únicos bienes al campesino de las matemáticas. Reniego de los carbones etruscos donde enciende su reino la sonrisa de cuantos permanecieron sordos. He sembrado mi falsedad en el colegio de la muerte. No hay sin embargo que valga. Quede para Giulia Ammannati di Pescia, mi madre, la voz que maldigo, y el gesto de la torre de Pisa.
Juan Carlos Mestre
en La casa roja.
Calambur, 2008.
Buah¡ vaya poema, estupendo. Carolina Asensi.
ResponderEliminarMe gusta que te guste.
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