viernes, 25 de octubre de 2013

Eloy Sánchez Rosillo: Instante



¿CÓMO no estar conforme precisamente ahora
-e incluso para siempre- con la vida,
cuando el sol de esta tarde fría y azul,
muy bajo ya, se ade

ntra por mi casa
y hasta el fondo penetra sin ningún titubeo
y convierte a su paso cuanto toca
en oro vivo y repentino, en oro
que nada durará, pero que llena
de compasión el mundo para mí en este instante?





Eloy Sánchez Rosillo
en Antes del nombre.
Tusquets editores.

viernes, 18 de octubre de 2013

Rubén Martín: Preludio a El mirador de piedra

Pedro Cano

PRELUDIO


Si algo te asombra, entra. No declines
estar
en eso que deseas.

No lo mires. Contempla. Date a ello.

Ten por seguro
que habrá estado esperándote
antes de que llegaras.

Si el bosque te respira,
abre el pulmón. Sé árbol.

Si la piedra entorpece tu camino,
entonces cógela,
hazte piedra en tu mano
y prolonga tu cuerpo en la distancia
cuando la arrojes.

Si es la isla que te observa desde lejos,
piénsate en ella;
                         incluso el agua cambia
todos sus átomos
llegada al barro que limita
la orilla.

Si es la llama
que vertebra la bóveda del aire,
crece en el fuego. Cumple sus designios.

Si el animal se asusta.
entra en su miedo. Dale paz. No vayas
tras él.

Y si es la luz
que unta de otoños este mirador
desde el que observas,
                                    déjala cruzar
tu cuerpo

y que en él se ilumine con justifica.



PÁJARO NOCTURNO

Ronda la luz el pájaro nocturno,
abreva en la simiente de la tarde
y canta:
compone sombras.

El aire encuentra su perfil de rama.

La música del árbol
encuende el nido oculto de luciérnagas
que baten fuerte
sus alas,
como brasas de hoguera sobre un fondo
de terciopelo negro.

Entiendo aquí la evolución del día
en su antigua costumbre
de asolar los paisajes
y enlutar su inocencia contemplada.

Pienso en la vida en el calor del párpado.

Afuera humea el ascua de la noche:
las cenizas del pájaro cantor.


Rubén Martín
en
El mirador de piedra.
Editorial Visor.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Alfonso Pascal: Cosas que no soporto en un poema

Cosas que no soporto en un poema
(13 versos para Emilio Quintana y Miguel D´Ors)

A Javier Corcín y Maniel Arriazu

Que aparezcan jefes (directores incluso)
y dientes como perlas (salvo el primero que lo dijo),
que suceda en Venecia o en París.
Que sea para el pueblo y sabe usted,
usted no se imagina con quién habla.
Que se escuche de fondo una canción
(pongo por caso un blues)
y un hombre se retire antes de oírla
para evitar el llanto.
Que esté lleno de epítetos y acentos
de alguien que sabe mucho y va a congresos.
Que comparen un verso a Bellas Artes,
renieguen de las Feas y las otras.



Alfonso Pascal Ros
en Principio de Pascal.
Gobierno de Navarra 2012.
 

viernes, 6 de septiembre de 2013

Anne Michaels: dos poemas

EL PESO DE LAS NARANJAS

Ahora me hospedo en huertos de coles de categoría...
No dormir mucho bajo techos extranjeros con mi vida a lo lejos...
Osip Mandelstam

Mi taza es del mismo color arena del pan.
La lluvia del color de un edificio al otro lado de la calle
ha arrasado las dalias rojas
y arruinado un libro que esaba sobre el alféizar.

La lluvia articula la piel de cada cosa,
el color encarnado que toman los ladrillos del fuego en que se cocieron,
el verde lagarto de las hojas,
los pliegues de lengua en el cono de los pinos.
es porecisa de un modo que nunca lo somos nosotros,
saca a relucir lo mejor de las cosas
sin cambiar nada.
La lluvia que humedece las camas,
nuestra habitación una cueva por la mañana,
una tienda de campaña al atardecer,
enciende el ruido de las hojas que echamos de menos todo el invierno.
El ruido que nos empujaba a la cama...
recogidos por la resaca del viento sobre hojas mojadas.

Estoy escribiendo ahora desde el sonido que nos despertaba,
la respiración de las cortinas en una habitación en penumbra.

Me levanto pronto, paseo.
Recuerdo nuestros paseos, horizontes como labios
apenas enrojecidos al amanecer,
qué benigna parecía la lejanía.

Las cartas deberían escribirse para contar novedades, para decir
cuéntame algo nuevo, para decir
vete a buscarme a la esación de tren.
No estas lágrimas secas para honrarnos como a una tumbra.
Me avergüenza nuestra separación.
Despierto en mitad de la noche y veo "vergüenza"
escrito en el aire como en los relatos de la Biblia.
Soñé que tenía la piel tatuada,
revestida de las palabas que me metieron aquí,
revestida de llagas, en cuarentena, ¿y sabes qué?
tenía miedo de encender la lámpara y mirar.

Tu marido es un buen constructor, incendié
cada casa que tuvimos, unas pocas palabras para iniciar las llamas.
Palabras de madera,
que no tenían fuerza por sí mismas.
"La categoría" les otorgó senido
y humildes con gratitud
estallaron en mi rostro.

Ahora somos complanetas, sosteniéndonos el uno al otro
a gran distancia. Cuando nos acostábamos juntos
los océanos distendían sus músculos verdes,
la vida se atareaba en el otro hemisferio,
el globo se inclinaba, saludando nuestra energía.
Ahora estamos a cientos de millas el uno del otro,
a solas con nuestros cortos brazos,
nadie oye lo que hay en mi cabeza.
Me veo viejo. Estoy perdiendo pelo.
¿Dónde va a parar el pelo que se cae,
la vista perdida, los dientes caídos?
Nos hacemos viejos como los ríos, nos encogemos y doblamos
hasta que no podemos encontrar la desembocadura de nada.

Es marzo, incluso los pájaros
no saben qué hacer con ellos mismos.

A veces estoy seguro de que los que sonfelices
saben una cosa más que nosotros... o una cosa menos.
El único libro que escribiría otra vez
es el de nuestros cuerpos estrechándose.
Ése es el lenguaje que te conmociona,
te deja una cicatriz, respira dentro.
Desnudos, tuvimos voz.

Quiero que me prometas
que nos veremos de nuevo,
dímelo por carta.
Prométeme que nos perderemos juntos
en nuestro bosque, pálidas varas nuestras piernas.

Oigo ahora tu voz -sé,
todo el mundo sabe que las promesas surgen del miedo.
La gente no vive el pasado de los demás,
tú estás siempre aquí conmigo. A veces
finjo que estás en la otra habitación
hasta que llueve... y luego
ésta es la carta que siempre escribo:
La carta que escribo
porque no me dejan ir a casa.
Huelo tu cena humeando en la cocina.
Hay bolsas de papel sobre la mesa
con el fondo ablandado
por la lluvia y el peso de las naranjas.


PROFUNDIDA DE CAMPO

"La cámara nos libera del peso de la memoria...
registra para olvidar"
John Berger

Ya nos hemos contado una y otra vez la historia de nuestras vidas
cuando por fin llegamos a Duffalo.
Sale un sol difuso y prehistórico
sobre las cataratas.

Una mañana blanca,
el sol salpica de pintura el parabrisas.
Conduces, fumas, llevas gafas de sol.

Rochester, Capital de la Fotografía de América.
Apagando un puro en la tapa de la cajuta de un rollo,
el agente de segurdad de Kodak nos indica el camino.
El museo es una mansión en gran angular.
Desde el césped de la entrada miras las ventanas del segundo piso,
transformas mentalemnte cuartos de baño en cuartos oscuros.

Un millar de fotos después,
agotados de adivinar el movimiento
invisible de la mente que eligió el encuadre de cada foto,
echamos la siesta en el parking de un instituto
mientras el sol se reclina como los árboles
sobre el capó caldeado del coche.

Volvemos a casa. La luna tan grande y cercana
que manchoo el parabrisas dibujándole un bigote.

Te hago cosquillas en el cuello para mantenerte despierto.
No recuero nada de nuestras vidas anterior a esta mañana.

Salimos de la ciudad de noche y regresamos de noche.
Compramos frutos secos y flotamos tranquilamente por el vecindario,

árboles frondosos que se levan en la exuberante oscuridad
o a la íntima luz de las farolas.
Es verano y el aire de la noche se carga de nuestros olores,
aguijoneado por la fragancia verde de los jardines.

El calor no se irá del pavimento
hasta que sea casi de día.

Te amé todo el día.
Tomamos la vieja y familiar Autopista del Encuentro,
comenzamos el largo viaje del uno al otro
como a nuestra ciudad con todas sus luces encendidas.

Anne Michaels
en El peso de las naranjas y Miner´s pond.
Bartleby Editores.
Traducción de Jaume Priede

sábado, 27 de julio de 2013

José Alcaraz: Nota




12. Voy a bajar el sonido de los coches/ hasta que no se oigan. / Y el de las tiendas, / y el de los teléfonos. / El jadeo de los mercados, / el grito de las barriadas, / el sollozo de las oficinas. // Voy a poner mi mano / sobre las bocas de los árboles / para que no cuenten / viejas historias de ahorcados, / y después engrasar / los raíles de las órbitas / y de los caminos al trabajo. // Voy a pedir silencio / en todas las clases,/ hacer de la gente una biblioteca / para estudiarlo.// Quiero que el ruido abando/ este poema,/ escuchar sólo/ tu corazón.



José Alcaraz
en Edición anotada de la tristeza.
Premio de Poesía Joven de RNE, 1012.
Pre-textos.

viernes, 26 de julio de 2013

Javier Lorenzo Candel: Semejanzas

8

Con esa agitación de los maizales
y el esplendor del sol de primavera,
con la belleza del vuelo del torcaz
o la estridencia de un tinglado de grillos
nocturnales, ¿miras la realidad
o intentas entenderla?

Porque seguir el rastro
de las pequeñas cosas no es tan solo asignar
a cada asombro el encanto del ave,
o el maíz que hipnotiza de tanto contemplarlo,
o la virtud del canto de los grillos,
sino también, lejos de la arrogancia,
hacer de cada una la razón
del lugar que ahora ocupas
y que posee los mismos elementos que tu fugacidad.

Todo cuanto contemplas no es tan solo
objeto que a distinta luz
posee distinta sombra,
porque es también el entorno de ti,
una verdad privada que acaso te complete,
tu eterno semejante caminando a tu lado.




Javier Lorenzo Candel
en Territorio frontera
(XXII Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma)
Visor

viernes, 19 de julio de 2013

Alberto Chessa: Sobre la piel

Excavé en cada verso en busca de agua.
En su lugar hallé unas ruinas,
Celosas, como Lázaro, de haber muerto dos veces.
Nada que descifrar: sólo asumirlo,
Sin doma, a brida suelta, como alfabeto propio.
El poema no quiere decir, quiere ser: ser
En sí mismo, en los otros; inventar,
Ya que no florecer, la rosa en cada sílaba.
Sabemos bien que el hombre no soporta
Un exceso de realidad. Tampoco
Lo contrario: el silencio y los desiertos,
Que al cabo dictaminan la renuncia al poema.
La escultura de hielo que Poero de´Medici
Encargó a Miguel Ángel,
Para ganarle el paso a la nieve acumulada
En el patio de su palacio florentino.
Se derritió la nieve y la obra con ella.
Lo conocemos por Vasari,
Que acaso lo intenvó. Y así

Alberto Chessa en
en la radiografía apareció la piel.
Huerga y Fierro editores.

Alberto Chessa (sin barba)

viernes, 7 de junio de 2013

Segunda balada de Borís Pasternak

















Foto de David Hurn

Duerme la dacha. En el jardín, repleto,
la ropa borbotea en los alambres.
Como una flota en formación de vuelo,
rumorean las velas de los árboles.
Los abedules trémulos y el álamo,
como en otoño, reman con sus palas.
Duerme la dacha, todos arropados,
como se duerme tan sólo en la distancia.

Gime un fagor, se escucha una alarma;
duerme la dacha bajo un ruido seco,
bajo una áspera voz, bajo un lamento,
bajo un soplo de furia desatada.
Llueve, hace una hora, a ritmo sostenido.
Las velas de los árboles rebraman.
Llueve; en la dacha duermen los dos hijos,
como se duerme tan sólo en la infancia.

Me despierdo. Y estoy acaparado
por todo lo que el mundo me presenta;
estoy n un recuento, en esta Tierra
donde vivís y bullen vuestros álamos.
Llueve; que sea todo tan sagrado
como la lluvia y su ingenua avalancha;
pero yo me he dormido mientras tanto,
como se duerme tan sólo en la infancia.

Llueve. Sueño. Al infierno en que maltratan
a las mujeres me envían de vuelta:
sus tías las torturan de solteras
y el nuño las agobia de casadas.
Llueve, soy niño en mi sueño y un día
como aprendiz de un gigante me mandan.
Duermo, en murmullos que amasan la arcilla,
como se duerme tan sólo en la infancia.

Despunta el día, envuelto en bruma densa.
Flota el balcón como en una gabarra,
como en las balsas, manojos de ramas,
y hay rocío en las tablas de la cerca.
(Cinco veces te he visto, esta semana.)
Duerme, aventura, y noche de la vida.
Cesa, balada. Duérme, bylina,
como se duerme tan sólo en la infancia.













 Borís Pasternak
en Días únicos. Antología poética.
Traducción de José Mateo y Xènia Dyakonova.
Editorial Visor.

jueves, 28 de marzo de 2013

Poema XIV del Libro Primero de Alma Venus



Señora de los ojos almendrados,
la señoría del país del mar,
señora de los báculos de nieve:
ha troquelado el tiempo un medallón
con tu rostro y mi rostro: nada somos
sin este recorrido de bengalas,
para que así podamos vivir más
("hacer es vivir más", dijo Aleixandre)
y ser rayo y relámpago y candela:
lejano, el trueno nos dirá las voces
como, en un verso de Eliot, un tañido
suena después de la última campana,
dice la hora que el reloj no dice,
la de Gertrud de Dreyer, campanada
de hora que no es hora, intemporal.
La redecilla de tus sueños rubios,
la leonera de la intensidad
se han replegado hacia tus ojos claros,
en su resplandeciente cacería.
En los vientos ingrávidos, la noche
reconoce el tamiz de la centella:
está en tus ojos. Dame en estas manos
el árbol rojo de la juventud.

Pere Gimferrer
en Alma Venus.
Seix Barral. 

domingo, 3 de marzo de 2013

Cecil y Jordan en Nueva York




Gabrielle Bell
en Cecil y Jordan en Nueva York.
La Cúpula.

lunes, 11 de febrero de 2013

Fragmento de Ritsos

Foto de André Kertész

Nos sentaremos un momento arriba, en lo alto,
y con el soplo de la primavera
podremos incluso imaginar que volamos,
porque muchas veces, y aún ahora, confundo el susurro de mi vestido
con el de dos fuertes alas que se agitan,
y envuelta en ese sonido de vuelo
siento prieto el cuello, las costillas, la carne,
y así, hecha un ovillo, entre los músculos del cielo azul,
entre los vigorosos nervios de la altura,
ya no importa si voy o si vuelvo
ni tiene importancia que haya encanecido mi cabello
(no es eso lo que me apena -lo que me apena
es que no encanezca también mi corazón).
Deja que vaya yo contigo.

Ya sé que cada uno anda solo en el amor,
solo en la gloria y en la muerte -solo.
Lo sé. Lo he probado. No sirve de nada.
Deja que vaya yo contigo.
Esta casa es´ta embrujada, me expulsa-
quiero decir que he envejecido mucho: los clavos se desprenden,
los cuadros se lanzan como si saltaran al vacío,
el enlucido cae en silencio
como cae de la percha el sombrero del muerto en el corredor en sombras
como cae del regazo del silencio su gastado guante de lana
o una cinta de luna sobre el viejo sillón desvencijado.
Alguna vez también fue nuevo-no ese retrato que miras con tanta desconfianza,
hablo del sillón: tan cómodo que podías sentarte horas enteras
y soñar cualquier cosa con los ojos cerrados:
una playa lisa, humedecida, barnizada por la luna,
más brillante que mis viejos botines, que todos los meses llevo al limpiabotas de la esquina,
o la vela de una barca pesquera que se pierde en el horizonte mecida por su propio aliento,
vela triangular como un pañuelo doblado al sesgo únicamente en dos,
así, como si no tuviera nada que encerar o conservar
u ondeara bien abierta en señal de despedida.
Siempre me encantaron los pañuelos,
no para tener algo atado,
nada de semillas de flores o manzanilla recogida en los campos al atardecer,
ni para hacerle cuatro nudos como al casquete que usan los obreros de la construcción de enfrente,
ni para limpiarme los ojos -he conservado bien la vista;
jamás he usado lentes. Un simple capricho -los pañuelos.

Ahora los doblo en cuatro, en ocho, en dieciséis
para ocupar mis dedos. Me acabo de acordar
que así contaba las notas cuando iba al Conservatorio
con delantal azul y cuello blanco, con dos trenzas rubias,
-8, 16, 32, 64-
de la mano de una pequeña amiga mía de piel aterciopelada,
toda luz y flores color de rosa,
(perdona estas palabras.es una mala costumbre)
 -32, 64-y mis padres albergaban
grandes esperanzas en mi talento musical. En fin, te hablaba del sillón
-desvencijado- al descubierto los oxidados resortes, la paja-
pensaba llevarlo a la mueblería de al lado,
pero dónde encontrar el tiempo y el dinero y el ánimo- ¿y qué arreglar primero?-
pensaba echarle una sábana encima: tuve miedo
de la sábana blanca a la luz de la luna. Aquí se sentaron
hombres que soñaban grandes sueños, como tú y como yo,
y que ahora descansan bajo tierra sin que la lluvia ni la luna les afecte.
Deja que vaya contigo.

Yannis Ritsos
en Sonata de claro de luna.
Acantilado.
Traducción de Selma Ancira.


domingo, 27 de enero de 2013

La poesía de Abraham Gragera

 Foto de Brad Moore.



Yo la imagino aún siendo capaz

de imaginarlo todo sin hacer
sentir a quien la escucha irresponsable
de sus propios delirios y razones.

La imagino también imaginando
lo bello más que todo cuando es uno,
cada cosa más bella que si fuese
única, porque ha sido imaginada

para serlo y, por tanto, imaginada
hasta el más mínimo detalle. Tú
la imaginas como si fuese ella
la que nos imagina juntos porque

es difícil imaginar que no
lo hemos estado siempre, hasta este día
de la historia que acaba, como siempre,
entre el polvo y los puntos suspensivos,

o entre paréntesis, como las grietas.
Y por eso imagino que te amo,
que la luz se desnuda en tus orillas
y va a dormir donde la noche duerme;

y que si el tiempo alguna vez sonríe,
si esta nostalgia de los propios rasgos,
que enciende el aire del amanecer,
hace al tiempo sentirse menos solo,

será porque recuerda cada vida,
y el tiempo de la flor entró en la rama,
y sube hasta tus pies la tierra entera,
y tú has vivido el tiempo suficiente.

Abraham Gragera
El tiempo menos solo.
Editorial Pre-textos.