Y un día el demonio se apareció al monstruo en el centro del
bosque
y el demonio tomó la
forma de una niña.
Y usó el demonio la voz de la inocencia,
y el disfraz de un vestido blanco de inocencia.
Y el demonio tomó al monstruo de la mano,
y lo llevó al borde un lago.
y allí le enseñó la belleza blanca de las flores,
y quiso enseñarle el nombre único de las cosas.
Y señalaba una flor, y le decía:
esto es una flor, y también esto es una flor,
y todas las flores son una sola flor.
Y lanzó la flor al agua y le dijo:
así como flota esta blanca flor sobre la superficie del
lago,
así los nombres flotan sobre el negro abismo de las cosas.
Y lo miró tiernamente a los ojos, y le dijo:
así como las flores elevan su belleza sobre el negro lago,
así el alma inmortal flota sobre la negra muerte.
Y hubo dudas en el monstruo,
que miró a la niña
y miró el lago,
y vio las flores brillando blancas sobre la muerte negra
como en el insondable fondo del ciclo brillan las estrellas.
Y fue tentado el monstruo por la pureza y la blancura.
Pero el monstruo miró sus cicatrices,
y escuchó luego el tiempo del latido,
igual al de las breves olas sobre el lago.
Y levantó el cuerpo de la niña como la niña antes levantó
las flores,
y la tiró al lago para ver cómo su alma inmortal flotaba
sobre la negra muerte.
Y desapareció la niña bajo el rostro del lago
como desaparecen las palabras bajo el manto de la noche.
Y las flores que se alejaban flotando por el lago
tenían el color de un recuerdo que se olvida.
Diego Sánchez Aguilar
en Las célebres órdenes de la noche
Ediciones La Palmar.
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