viernes, 23 de julio de 2021

Diego Doncel: Memoria y espera.

 A orillas del Sado los portugueses más viejos escrutan

el movimiento de las aguas sentados dentro de sus coches.


Toda una vida mirando la lejanía, 

esperando algún mensaje, 

tratando de descubrir alguna señal.

En sus radios se oyen retransmisiones deportivas, 

noticias políticas, emisoras musicales, 

lo demás es silencio. Se les han agrietado 

los labios por el salitre,

se les ha manchado la piel por las distancias,

se les han secado los ojos viendo

las tempestades, las caídas y los levantes del sol.


Ellos saben q he el horizonte es un enigma

que a algunos los ha hecho enloquecer.


Abro tu libro sobre Montánchez y veo

que en sus páginas se ha levantado la niebla.

Las calles han estado esperando

muchos años a que volvamos a pisarlas,

a pesar de las ruinas, de las desgracias,

de los calendarios olvidados.

Podemos sentarnos en aquellas escaleras, beber el agua oscura

de la memoria y de los sueños, conversar

con las sombras. Abrir la puerta de la casa

Que ya no existe y volver a vivir la vida que pasó.

La moverá que quemaron vuelve a llenarse de pájaros,

En las cercas alguien grita gol

Junto a una portería hecha con dos piedras.

Herido por la belleza de aquella niña, yo regreso

A una tarde que estrena una camisa de cuadros.

Mi hermana vuelve con la tos de todas las noches, el agua

De colonia para el pelo, la fragilidad de aquellas manos.


En el parabrisas están todas las rutas marítimas,

Todas las biografías imaginarias. LA vida que pudo ser

Tiene más fuerza que la vida que se vivió.

Ellos vienen aquí para soñar

Esos puntos de fuga, para ser parte de esos espejismos.

Las arrugas oyen la predicción de los pesqueros

Sobre el estado del mar,

La obesidad rellena un crucigrama.

Fuman el tabaco de la espera

Mientras ven entrar en el puerto las banderas

De sus geografías fantásticas,

Y en los asientos se acumulan la ceniza

Y los papas de la melancolía.


Todo lo llevamos dentro.

Somos sombras entre el tiempo y el sueño,

entre la memoria y la espera. Lo que está en nuestro interior

Puede ser vivido de nuevo, podemos andar sobre sus huellas.

Pero ¿cómo podemos volver?, ¿cómo sin ser otros?

Por encima de los años, por encima de las muertes, las aspidistras

Respiran la ropa del lavadero,

Regresan las tormentas a llenar

El pasillo de agua, el peppermint

Da color a los labios de mi madre mientras se ríe con sus amigas

Ante una televisión en blanco y negro.


Ya es tarde.


En esta taberna portuguesa alguien cierra las puertas.

Ajusta los pasadores, coloca la pesada

Tranca de hierro, da vueltas a la llave.

Una mujer acodada al mostrador, sin levantar la voz dice:

Qué silencio, ni siquiera se oye el mar. Pulsa el interruptor

Y apaga la lámpara que alumbra

Las botellas, la vajilla, el círculo de las mesas.

Yo me quedo en la penumbra, bebiendo, invisible.

Veo una estela rubia en el aire cuando ella se marcha.


Me echo el abrigo sobre los hombros y salgo ahí fuera

Donde la niebla toma posesión de todos esos coches

Que miran un océano que ha desaparecido.

Busco mi coche y aguardo, con las manos en el volante,

El signo de mi regreso. Miro todos los barcos que llegan

Para ver si el que se baja soy yo. Enciendo los faros,

Intento ver qué hay detrás de la pared de la niebla,

Intento ver qué hay detrás de la pared de la niebla,

Intento dar señales luminosas para que ese yo que espero

Me vea desde el otro lado, desde el horizonte y el mar.


Arranco el motor para que todo esté a punto cuando llegue.




Diego Doncel

En La fragilidad.

Visor. XXXIII Premio Loewe.

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