Ninguna duda al respecto,
de ser un pájaro sería un gorrión.
No tener que resultar interesante
supondría para mí una gran ventaja;
más o menos, seguiría siendo
el que soy: un tiempo que va a su aire.
Por la mañana y por la tarde,
desde las ramas de los árboles del río
-como ahora desde los bancos
de las plazas-, vería pasar a la gente
que cree que va a alguna parte.
Y en el caso
de que me aburriese su optimismo
-lo que no sería de extrañar-
podría darme unos garbeos por ahí,
por las zonas más alejadas de la ciudad,
para observar a vista de pájaro
-haciendo uso de mi nueva condición-
algún lugar que pudiera interesarme.
Y, por supuesto, en cuanto saliese el solo
me acercaría a las terrazas de los bares.
Karmelo C. Iribarren
En El escenario.
Colección Visor de Poesía.