Aunque podría estar en éxtasis
admirando las auras
y las desproporciones de Gaudí,
estoy aquí
contigo
en un juego salvaje con tus piernas,
que se abren y se cierran
con toda santidad ante los santos.
Me deshago en el aire
de julio. Voy
escribiendo en mi boca
unas pocas palabras que te digan.
Procuro que sean palabras justas.
En su medida exacta
levanto con saliva y aire
este sueño de Barcelona. Y ya
me da igual que bufen los autobuses
o que la tarde vaya diciendo lentamente adios.
Qué forma de decir que todo acaba
aquel semáforo
en mitad de la nada.
Pero aún
a tus sandalias blancas y a tu pelo dorado,
que se desborda
sobre los hombros sin piedad,
me entrego.
Me estremezco y doy gracias
a la libido
y a esta intimidad de los cielos abiertos.
Hierve el barro en mis ojos esta tarde,
un barro altísimo
y vertical.
Creo que te llevaba dentro
desde el principio,
oh tarde de verano,
que estoy aquí
porque ya había estado antes
y había escrito este poema
y había dicho
la luz
en la que estabas tú desconociéndome,
olvidándome ya
antes de conocernos.
Hermosa adolescente,
les haces una última foto a las cúpulas
y guardas el teléfono
y te vas otra vez.
Pero antes te levantas
y vienes y me besas en la boca.
Así te desvaneces por la calle
como una burbuja
y yo ya sólo leo tu desaparición.
Andrés García Cerdán
en Químicamente puro.
Pre-textos.
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