Cuando se acerca presurosa
ya
la edad oscura de la cruel vejez
que arrebata del cuerpo
la paz y los deseos
y presenta su oferta de achaques
y silencios
el triste manto de la clausura
que te impide comenzar
ya
cualquier cosa, o al menos
comenzarla como empezabas –no hace tanto
a estudiar un idioma, el idioma
con el empuje de quien fuera
a cambiar de país
de vida de parentescos
a fundar otra patria
otra familia
o al menos comenzarla
como si fueras a comenzar
tu vida,
como empezaste a tocar el piano –no hace tanto,
torpemente, por tu cuenta,
y hacías del rincón más oscuro
tu escenario
más brillante
Cuando se acerca la edad
de las renuncias
y ves como se encallan en tus amigos
y en ti –no lo dijeras, no lo dijeras
los nombres de las enfermedades
y de sus torpes remedios
(aquellas conversaciones de los mayores,
tan aburridas, cuando eras niño)
y cómo estás ya no es
una forma ritual de los saludos
Cuando resulta que has vivido
solo
como quien fuera a morir solo,
en compañía tan solo
de los que ya eran parte de tu vida
por razón de sangre
o de permanencia calma de la pasión
que fue, de aquel deseo.
Cuando ya ibas resumiendo,
recopilando los insulsos, tan vulgares,
tan comunes, pero al fin tuyos,
avatares
de tu vida,
como quien revisa sus fotos
justo antes del adiós
resulta, digo, que viene él
o ella, o ambos o viceversa, yo qué sé,
y anuncia que vendrá a llanto y gritos
y a papá y mamá y a madre mía.
Y madre mía. Tengo que romper
mi biografía, tengo que curar
mi sin salud,
tengo que parirme también yo,
también yo
recién nacido.
Pero dice mi hijo, el que vendrá,
que esté tranquilo. Que él se ocupa.
Que rompa todo, que olvide todo,
que no tema.
Que él recoserá mis cicatrices,
que él desgarrará mi alma y mi piel
con otras nuevas, más hermosas.
Y yo no sé, cómo decirlo, no me fío.
Antonio Lorente
Que acaba de ser padre,
Otros poemas en Quebranto,
Editorial Aladeriva.
Felicidades por esa sorprendente paternidad. Un texto precioso.
ResponderEliminarEnhorabuena. Una antigua alumna.
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