AMANTE DE LAS FLORES
En nuestra familia, todos aman las flores.
Por eso las tumbras nos parecen tan extrañas:
sin flores, sólo herméticas fincas de hierba
con placas de granito en el centro:
las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras
llena de mugre algunas veces…
Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo.
Pero en mi hermana, la cosa es distinta:
una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre
a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de ladrillo.
Cada primavera, espera las flores.
Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende
que es mi madre quien paga; después de todo,
es su jardín y cada flor
es para mi padre. Ambas ven
la casa como su auténtica tumba.
No todo prospera en Long Island.
El verano es, a veces, muy caluroso,
y a veces, un aguacero echa por tierra las flores.
Así murieron las amapolas, en un día tan sólo,
eran tan frágiles…
Mi madre está nerviosa, inquieta
porque mi hermana no sabrá nunca lo bellas que fueron,
de un rosa puro, sin máculas. Es decir,
porque va a sentirse despojada una vez más.
Pero para mi hermana, la condición del amor
es ésa. Era la hija de mi padre:
el rostro del amor es, para ella,
el rostro que se aparta y da la vuelta.
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CONFESIÓN
Decir que nada temo
sería faltar a la verdad.
La enfermedad, la humillación,
me atemorizan.
Tengo sueños, como cualquiera.
Pero aprendí a ocultarlos
para protegerme
de la plenitud: la felicidad
atrae a las Furias.
Son hermanas, salvajes,
que no tienen sentimientos,
sólo envidia.
Louise Glück
En Ararat.
Pre-textos
Traducción de Abraham Gragera.
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