Cuando la tarde del 5 de abril de 1956 mi padre llegó a la última página de Madame Bovary (Ediciones Epojí. 1954), el libro, como todos los textos que leía, estaba anotado por todas partes (Ruán, "con el claro carillón de las iglesias que se alzaban en medio de la bruma"), las referencias al pasado infantil de la heroína "cuando iba a confesarse, inventaba pecadillos para permanecer allí más tiempo, arrodillada en la sombra, juntas las manos y pegada la cara a la rejilla bajo el murmullo del sacerdote", observaciones sobre la representación de Lucia di Lammermoor y el tenor Lagardy, que interpretaba e papel de Edgardo, los encuentros con Rodolphe en el hotel, e igualmente sentencias y consideraciones axiomáticas, de las que estaba lleno el libro.
Han pasado años desde la lectura
y como las anotaciones de los ausentes
permiten siempre conjeturas sobre su motivación
parece que expresaran algo pretendido
(se puede distinguir
el melancólico orgullo del progenitor
que quiere proyectar su sombra
y conversar desde la ausencia con su vástago)
par quién si no anota
en la primera y en la última página del libro
hora día y año de lectura,
es como un diario dense cuenta,
con intención de llegar al descendiente
"terminé el libro que tienes en las manos", le dice,
"el cinco de abril del cincuenta y seis,
seis meses después de la muerte de Papagos,
nueve meses antes de la conferencia
de Cosmás Politis en nuestra ciudad
(la afluencia de público fue inusitada,
si alguna vez te interesas por crónicas ya olvidadas
encontrarás los detalles),
al mismo tiempo que las cosas que he subrayado
nuestros acontecimientos siguen su curso,
dos años más tarde, concretamente,
llegará lo inevitable.
Ahora es primavera
veo enfrente los almendros,
crecen judías en el huerto.
Estoy sentado a la ventana
en la que cazaste aquella enorme langosta
(la conservamos diez años en alcohol)
añadiré
llovió dos días
la tierra olía
y conducía como siempre a inescrutables evocaciones
¿sabes?, el día que subrayé cómo "seguía el gran auge del chocolate" la farmacia del señor Homais y el pasaje en el que la criada "usaba ahora los vestidos de la señora; no todos, porque él había guardado algunos, e iba a verlos a su cuarto de vestir, donde se encerraba", en aguas del cabo Cafareo se fue a pique el Elsi (primera plana varios días en los periódicos). Me gustó debo decir (en notro capítulo) el peluquero que "tenía un viejo grabado de modas pegado sobre un cristal". Ya verás que "se lamentaba de su vocación frustrada, de su porvenir perdido, y soñando con alguna peluquería en alguna gran ciudad, mataba el día paseando de un lado a toro, desde el ayuntamiento a la iglesia, taciturno". En el capítulo 8 de la segunda parte, la Feria del Campo (los preparativos, las autoridades, sus discursos), es una pausa, un ingenioso paréntesis entre las relaciones de los personajes y los acontecimientos. Cuánto se parece, fíjate, a cuenta Feria que todos los meses de julio ponía en jaque a la ciudad: "avanzaban con paso lento unos señores que pasaban revista a cada una de las reses y luego cambiaban impresiones en voz baja. Uno de ellos, que parecía mas importante, tomaba algunas notas, la mediocridad provinciana, las ilusiones que en ella se perdían. A lo mejor te acuerdas de los comentarios sobre el secretario del Ministerio que premió a una vaca, porque su mirada "meliflua y soñadora", le recordaba cierta relación suya de otra época,
ya re puedes imaginar de qué clase.
Alguna vez, pienso, las dos Ferias
podrían ser la misma.
Con frecuencia el tiempo, como na vieja lectura,
vuelve los hechos confusos
casi abstracciones,
no sabes a dónde pertenecen:
"El señor prefecto no acababa de llegar,
los miembros del jurado estaban desconcertados
sin saber si comenzar o seguir esperando".
Imágenes de los grandes campos fuera de la ciudad:
paisaje polvoriento,
el zumbido de las moscas,
la tarima,
el aire, ¿te das cuenta?, se mece blando,
puedes moverlo como algo sólido.
Conciudadanos nuestros con túnicas antiguas
sin moverse para la fotografía
acarician amistosos los animales premiados
deslumbrados en el continuo presente"
Costas Mavrudís
en
Cuatro estaciones.
Edición bilingüe de Vicente Fernández González.
Pre-textos.