La gaviota chocó violentamente contra mi ventana
y, tras ensangrentar los cristales
con pinceladas de un rojo casi morado,
se precipitó, herida de muerte,
hasta la terraza ajardinada
que una vecina anciana cuida con tenacidad.
Yo la vi expirar
entre geranios y buganvillas,
las alas desplegadas,
como dirigidas al mar perdido,
y en cada uno de sus estertores
me pareció que escapaban
auras fosforescentes.
Enseguida empezó a llover con fuerza.
Una hora. Torrencialmente.
Cuando me asomé de nuevo
la gaviota había desaparecido.
Pero su sangre continuaba dibujada en mis cristales
como las encrespadas olas de una pintura japonesa.
Rafael Argullol
en Poema.
Acantilado.
y, tras ensangrentar los cristales
con pinceladas de un rojo casi morado,
se precipitó, herida de muerte,
hasta la terraza ajardinada
que una vecina anciana cuida con tenacidad.
Yo la vi expirar
entre geranios y buganvillas,
las alas desplegadas,
como dirigidas al mar perdido,
y en cada uno de sus estertores
me pareció que escapaban
auras fosforescentes.
Enseguida empezó a llover con fuerza.
Una hora. Torrencialmente.
Cuando me asomé de nuevo
la gaviota había desaparecido.
Pero su sangre continuaba dibujada en mis cristales
como las encrespadas olas de una pintura japonesa.
Rafael Argullol
en Poema.
Acantilado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario