Mojado todavía
de sombras y pereza.
ÁNGEL GONZÁLEZ
Creo en tu cuerpo,
en la arcilla y el barro de tu vientre,
en la cavidad donde se refracta
el exterior que nos circunda,
mientras relleno el tiempo de la espera
con migajas de pan en cada verso.
Creo en tu cuerpo ayer y esta mañana,
porque también a mí me da escondrijo
y me recuerda que seremos vida,
que todo sigue oculto en lo visible
y todo lo visible aguarda
su solución,
su clave,
santo y seña.
Ajenas en el puro ser,
aún nadies,
nuestras dos diminutas odiseas
¿dejarán para siempre un vestigio o una ruina
en el cuévano de ese vientre?
¿Habrán sabido ya que la tristeza
del singular jamás irá con ellas?
¿Nos enseñarán a nosotros
a convivirnos con el miedo?
Creo e tu cuerpo y lo acaricio y toco
como las yemas se deslizan
por la extensión cerrada de un piano,
tentando los sonidos,
ensayando la noche,
dejando que la música se nazca
en continuo presente.
Cuando asomen por la bocana
esas dos manecillas sin reloj,
mar todavía sin orillas,
vivir quizá les quedará muy grande,
inmenso muro para un verso incipiente,
estatuas que irán tomando rostro
en la caja vacía de un museo.
Todavía no saben
que acabarán el viaje en el origen,
que solo hay una forma de apearse en la vida
y es manchándolo todo.
Como se esparce el vino de un vaso derramado.
Como manan los nombres
cuando se dicen en voz alta.
Creo en tu cuerpo.
En Alicia.
En Lucía.
Me creo de tu cuerpo
y con eso me basta
en Un árbol en otros.
La estética del fracaso.
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