DORMÍ en el tren que me llevaba
a la ciudad de los despiertos,
viajaba en el tren de los locos,
de los seres ridículos
que hacen pantomimas
en medio de los serios ejercicios
de la razón y la moral.
Tuve sueños ridículos,
me retorcí mientras dormía,
soñé como quien escurre limones,
como el que agita el limonero
gigante de sus pesadillas,
ácido y fluorescente
en medio de la noche
serena de la inteligencia.
Brilla mi limonero, como un faro
me avisa de la costas escarpadas
donde terminan encallando
los más magníficos barcos frutales
para esparcir la fruta delirante
de sus bodegas por el mar.
Un mar como una tanqueta de ácido.
Un ácido devota todo lo conveniente,
lo que debe considerarse
para llegar a alguna meta de verdad.
Corrí, corría en los campos del sueño,
corría y me agitaba, y fui ridículo,
quise librarme de mis ropas
de durmiente que duerme mal.
Dormí, dormía, hice mal.
Nadie dormía allí hacia donde iba.
Iban a recibirme muecas de desagrado,
yo era un río de vinagre
entre isletas de gominola.
Son cosa seria, los payasos,
¿caso no nos esperabais,
señor, a los payasos?
Andamos todo el día
durmiendo y despeñándonos
en el abismo abierto
entre nuestro perenne sueño
y la despierta realidad.
Ah qué risibles somos, qué ridículos.
Lloramos zumo de limón,
estamos mareados,
ha sido un viaje horrible.
Y empezamos a tropezar,
por todas partes nos caemos.
Llegan las carcajadas.
Oh, sí, señor, al fin
hablamos una misma lengua.
Los despiertos soñaban
con ver una vez más, cientos de veces,
nuestro espectáculo grotesco,
y todos los dormidos
fuimos recibidos por fin,
con todos los honores,
en el reino de la vigilia.
José Óscar López
En Animal fabuloso.
Chamán.
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