Cuando mis madres fregaban
las cucharas después de las comidas
tenían los dedos llagados por el frío.
Cuando mis padres se vestían
para salir a trabajar de madrugada
tenían las manos y la garganta
llagadas por el frío.
Preguntaban porqué
la división de la desgracia
si tan idéntica la herida.
Yo quise decidir mis propias llagas
futuras y elegir por cuál de ellos:
por el trabajo duro en los oficios,
por el duro trabajo de las casas.
Mis padres y mis padres soy
desde entonces sin tregua.
Las manos destruidas del trabajo
me las rompo también en las labores
internas del cuidado.
Y si merezco un lecho, es heredad
de unas y de otros, soledades
comunes de mi clase.
Cristina Morano
En En tanto que mujeres.
Editorial la imprenta.
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