LAS SILLAS NOS RECIBÍAN COMO
soldados en guardia, rojas y en silencio
a ambos lados del pasillo.
La guardia real, vestida de gala.
Sillas donde no envejecer ni mecer
a los nietos. Hablaban del pasado,
de lo que no se tuvo,
de lo que se echó en falta,
del miedo a regresar y perderlo todo.
Nunca del calor, de las palabras pronunciadas
ni de la emoción de ser vagón
en un tren de juegos infantiles.
Prohibido acercase, prohibido moverlas.
Las sillas de la abuela habían nacido de espaldas.
Mª Carmen Ruiz Guerrero
en Brocal y voraz.
La Garúa.
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