lunes, 31 de julio de 2017

Josep M. Rodríguez: Dos poemas de Sangre seca

VARIACIÓN STANDFFORD


Conducía a través de un estrecho sendero de montaña.
Noche azul y, de pronto,
me encontré un ciervo
                                      muerto.

Bajé del coche y anduve hacia el cadáver.
La piel suave. El cuerpo, casi rígido.

¿Dónde miran los ojos de los muertos?
¿En qué lugar coinciden sus  miradas?

Lo fui arrastrando hacia el desfiladero.
Antes de despeñarlo,
me fijé en su barriga extrañamente desproporcionada,
que aún estaba caliente.

Y entonces, la palpé:
en su interior un cervatillo
                                            inmóvil,
donde nace la muerte.



JARDÍN

Después de la tormenta,
las hojas que han caído alrededor del árbol
empiezan a pudrirse.

Gotean los rosales:
son un cuadro de Pollock
queriendo deshacerse.

Mi madre me contó
que la primera vez que vi la lluvia
empecé a llorar,
como si por entonces ya entendiera
que en la belleza hay algo doloroso.

Es invierno. Y hay una bruma leve,
fría,
como un velo de novia en la mesa de autopsias.

Dime,
¿qué crees tener que ya no hayas perdido?



Josep M. Rodríguez
en Sangre seca.
Hiperión.

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