UNA NEGRA
Lleva un ramo de caléndulas
envueto
en un periódico viejo:
las lleva en alto, medio
descubiertas,
la mole
de sus muslos
la hace ir
bamboleándose
mientras pasa
frente al aparador de una tienda
que se cruza en su camino.
Qué es
sino una embajadora
de otro mundo
un mundo de bellas caléndulas
de dos tonos
que ella ofrece
sin pensar nada más
solo
yendo por ahí
con las flores en alto
como una antorcha
muy temprano en la mañana.
William Carlos Williams
en Viaje al amor.
Lumen.
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LA NEGRA Y LA ROSA
La negra va dormida, con una rosa blanca en la mano.
- La rosa y el sueño apartan, en una superposición mágica, todo el triste atavío de la muchacha: las medias rosas caladas, la blusa verde y trasparente, el sombrero de paja de oro con amapolas moradas. -Indefensa con el sueño, se sonríe, la rosa blanca en la mano negra.
¡Cómo la lleva! Parece que va soñando con llevarla bien. Inconsciente, la cuida -con la seguridad de una sonámbula- y es su delicadeza como si esta mañana la hubiera dado ella a luz, como si ella se sintiera, en sueños, madre del alma de una rosa blanca. - A veces, se le rinde sobre el pecho, o sobre un hombro, la pobre cabeza de humo rizado, que irisa el sol cual si fuese de oro, pero la mano en que tiene la rosa mantiene su honor, abanderada de la primavera.-
Una realidad invisible anda por todo el subterráneo, cuyo estrepitoso negror rechinante, sucio y cálido, apenas se siente. Todos han dejado sus periódicos, sus gomas y sus gritos; están absortos, como en una pesadilla de cansancio y de tristeza, en esta rosa blanca que la negra exalta y que es como la conciencia del subterráneo. Y la rosa emana, en el silencio atento, una delicada esencia y eleva como una bella presencia inmaterial que se va adueñando de todo, hasta que el hierro, el carbón, los periódicos, todo, huele un punto a rosa blanca, a primavera, a eternidad.
Juan Ramón Jiménez
en Diario de un poeta recién casado.
Visor.
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