Duerme la dacha. En el jardín, repleto,
la ropa borbotea en los alambres.
Como una flota en formación de vuelo,
rumorean las velas de los árboles.
Los abedules trémulos y el álamo,
como en otoño, reman con sus palas.
Duerme la dacha, todos arropados,
como se duerme tan sólo en la distancia.
Gime un fagor, se escucha una alarma;
duerme la dacha bajo un ruido seco,
bajo una áspera voz, bajo un lamento,
bajo un soplo de furia desatada.
Llueve, hace una hora, a ritmo sostenido.
Las velas de los árboles rebraman.
Llueve; en la dacha duermen los dos hijos,
como se duerme tan sólo en la infancia.
Me despierdo. Y estoy acaparado
por todo lo que el mundo me presenta;
estoy n un recuento, en esta Tierra
donde vivís y bullen vuestros álamos.
Llueve; que sea todo tan sagrado
como la lluvia y su ingenua avalancha;
pero yo me he dormido mientras tanto,
como se duerme tan sólo en la infancia.
Llueve. Sueño. Al infierno en que maltratan
a las mujeres me envían de vuelta:
sus tías las torturan de solteras
y el nuño las agobia de casadas.
Llueve, soy niño en mi sueño y un día
como aprendiz de un gigante me mandan.
Duermo, en murmullos que amasan la arcilla,
como se duerme tan sólo en la infancia.
Despunta el día, envuelto en bruma densa.
Flota el balcón como en una gabarra,
como en las balsas, manojos de ramas,
y hay rocío en las tablas de la cerca.
(Cinco veces te he visto, esta semana.)
Duerme, aventura, y noche de la vida.
Cesa, balada. Duérme, bylina,
como se duerme tan sólo en la infancia.
Borís Pasternak
en Días únicos. Antología poética.
Traducción de José Mateo y Xènia Dyakonova.
Editorial Visor.