viernes, 9 de abril de 2010

Pulga de Pablo Albo


De pequeño debí ser terrible. Siempre que íbamos al mercado me ponía pesadísimo:
-¡Yo quiero una mascota! ¡Yo quiero una mascota!

Un día mi madre, harta de mis llantos, de mis gritos y de mí, cogió un huevo:
-Toma, para ti. Pero tienes que cuidarlo mucho, es muy frágil. Acabas de adquirir una gran responsabilidad. Se llama Charly.
Me pilló de improviso. Yo me refería a los conejos enjaulados que no se dejaban tocar cuando metías el dedo entre los barrotes, pero me conformé. Creo que fueron las palabras graves y solemnes de mi madre “una gran responsabilidad” y el hecho de que tuviera nombre lo que me convenció.
A pesar de que no era muy divertido, lo traté con cariño. Intenté enseñarle a acudir cuando lo llamaba, sin éxito aparente. Lo acaricié a menudo y lo tapé bien con una mantita por las noches. Mis padres me miraban preocupados.
Un día desapareció. Yo estaba castigado por cortar la ropa de cama para hacerle mantitas a Charly y no pude buscarlo fuera de mi habitación. Mi tristeza era infinita.
Odié a mi madre hasta que mostró indulgencia. Qué buena persona, a pesar de que me había castigado ella misma, para consolarme me trajo a la habitación aquella noche una tortilla francesa que estaba riquísima.


Pablo Albo
en 101 pulgas
libro aún inédito.

1 comentario:

Dyhego dijo...

Estos surrealismos dan que pensar.
Salu2.