LOSAS SUELTAS
He vuelto tarde a casa. Todos duermen.
A oscuras, me descalzo
y procuro llegar hasta mi cuarto
sin romper con mis pasos el silencio.
Controlo palmo a palmo las distancias;
conozco el sitio exacto en que se encuentran
algunas losas sueltas del pasillo.
Pero en la oscuridad, son como imanes:
las piso, fatalmente, una tras otra.
Mi error, en un principio, me fastidia;
pero después me río de mí mismo.
Qué ignorante me siento, qué ridículo;
qué inepto ante el fracaso de mis cálculos.
Las losas sueltas, vida, nos delatan
aunque no hayamos hecho nada malo.
Llego, vida, contigo,
y me siento culpable por amarte.
Mi culpa es mi perdón, me digo;
mi culpa es compasión por mis deseos:
no quiero que se cumplan.
Te quiero, vida, como soy sin ti;
como serías sin que yo existiera.
Porque eres, vida, efímera;
y yo sigo el camino de mis sueños
(procurando sortear las losas sueltas).
______________
CONTRAPUNTO
A Juan Carlos Verástegui
Salgo de la ciudad por la autovía
(voy con tiempo al concierto) y pongo música.
El cielo está nublado, el aire es húmedo;
me adentro, de repente, en la tormenta.
Subo las ventanillas, doy las luces,
conecto el limpiaparabrisas...
Las nubes son muy bajas y compactas
y descargan a ráfagas
una lluvia vibrante y vaporosa;
una lluvia que bulle
suspendida en el aire
e impregna la calzada
de reflejos difusos, movedizos.
Parece, por momentos,
que llueve en espiral.
El agua emana viva, como a impulsos
que insuflan a la noche movimiento
y a mi espíritu el clima más propicio
mientras conduzco oyendo Changes One
y Changes Two, de Mingus,
que es la banda sonora de mi vida.
Sebastián Mondéjar
en La herencia invisible.
Calambur.
Finalista del I Premio Internacional de poesía Los Odres.
2 comentarios:
Me suena este poeta, Antonio. Has seleccionado, precisamente, los dos únicos poemas relacionados directamente con su actividad como músico. El primero está escrito tras regresar, de madrugada, de uno de sus bolos; y el segundo, cuando se dirigía en coche a otro de ellos. Gracias por traerlos a tu pequeña caja de tormentas. Un abrazo.
Me pregunto ¿qué sería de la vida sin losas sueltas?. No hace mucho, mi hija me dijo: ¡estás loca, mamá!. Yo le contesté con sarcasmo: bien, si no te gusta, puedo intentar ir a un psiquiátrico a que me quiten la locura. ¡No, ni se te ocurra", contestó, no podría vivir sin ella.
Tiene catorce años, y ya sabe que las cuerdas atan a los demasiado cuerdos. Lo poco que nos queda de vida real, de libertad, son esas losas sueltas que nos permiten reírnos de nosotros mismos y, por ende, del mundo.
Publicar un comentario