viernes, 30 de agosto de 2024

José Hierro: El muerto

 

Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría 
no podrá morir nunca. 

 Yo lo veo muy claro en mi noche completa. 
Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo, 
muchos siglos de olvido y de sombra constante,
muchos siglos de darle mi cuerpo extinguido 
a la yerba que encima de mí balancea su fresca verdura. 
Ahora el aire, allá arriba, más alto que el suelo que pisan los vivos 
será azul. Temblará estremecido, rompiéndose, 
desgarrado su vidrio oloroso por claras campanas, 
por el curvo volar de gorriones, 
por las flores doradas y blancas de esencias frutales. 
(Yo una vez hice un ramo con ellas. 
Puede ser que después arrojara las flores al agua, 
puede ser que le diera las flores a un niño pequeño, 
que llenara de flores 
alguna cabeza que ya no recuerdo, 
que a mi madre llevara las flores; 
yo querría poner primavera en sus manos). 

 ¡Será ya primavera allá arriba! 
Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar la alegría 
no podré morir nunca. 
Pero yo que he tocado una vez las agudas agujas del pino 
no podré morir nunca. 
Morirán los que nunca jamás sorprendieron 
aquel vago pasar de la loca alegría. 
Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos 
no podré morir nunca. 

 Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí.




José Hierro
En Alegría. Libro recogido en Poesías completas (1947-2002).
Visor.

martes, 27 de agosto de 2024

Rosana Acquaroni: Lo que más me gustaba

 LO QUE MÁS ME GUSTABA

era hurgar en el cajón de tu mesilla.

Tropezar con aquel inventario de cosas inservibles.


El pastillero roto,

la cajita de nácar con mis dientes de leche,

negativos sin fotos,

emulsión transparente

donde la oscuridad deslumbra

con su plata metálica.


Escenas ya vividas

por la mujer que fuiste en otro tiempo

y que yo me empeñaba en comprender.


Caracolas sin mar,

                         pelusas y botones

un guante desparejo,

como esos piececitos de cera bendecida,

esas manitas huérfanas

que cuelgan en algunas capillas,

exvotos que celebran

la curación de un niño enfermo.


Llaves arrinconadas

que extraviaron sus puertas      sus cerrojos

magia desvencijada     piezas

sin ensamblaje

deterioros

todo formando parte de tu vida anterior.


Un humus florecido

en el bancal de tierra removida

donde la infancia encuentra una tarea,

una razón de ser.




Rosana Acquaroni

en La casa grande.

Bartleby editores.


domingo, 11 de agosto de 2024

Valentín Carcelén: La morera

 Al sol del patio de ella escuela, 

como un sueño o visión febril, 

amarillea la morera 

con el oro más verdadero 

del otoño. 

                 A sus pies, la alfombra esponjosa y dorada

de hojas recién caídas 

se abre a mis ojos aturdidos, 

y a duras penas puedo reprimir 

un deseo ancestral 

de volver a ser pequeño 

y de lanzarme y revolcarme 

en el lecho de hojas crujientes, 

sin tiempo y sin obligaciones, 

desnudo y sin necesidades.




Valentín Carcelén

En El pasado.

Chamán ante el fuego.

Rosa Berbel: Dos poemas de Las niñas siempre dicen la verdad

 ORÁCULO DE DELFOS


En Delfos inventaban el futuro,

nunca lo anticiparon.

No hay adivinación posible en los oráculos 

ni en sucesivas formas de misterio, 

sino una luminosa fe creativa.

Astrología, bolas de cristal, tarot, 

las palmas arrugadas y secas de las manos, 

todo funciona igual y se sustenta 

anafóricamente 

sobre la misma idea:


siempre, sin ninguna excepción,

la imagen crea el acontecimiento.


cuando digo mañana nos convoco.




EL FIN DEL VERANO


La infancia ha terminado.


En esta casa nueva, 

no reconozco el orden de las cosas, 

ni la lógica esquiva de la sangre.


Pero sé que hay lugares 

en los que basta solo una palabra 

para encender el fuego.




Rosa Berbel

En Las niñas siempre dicen la verdad.

Hiperión.