lunes, 31 de agosto de 2020

Henrik Nordbrandt: Pragmata

 Las cosas que había aquí antes de tu muerte

y las cosas que han venido después:


A las primeras pertenecen en primerísimo lugar

tu ropa, joyas y fotografías

y el nombre de aquella por la que te bautizaron

y que también murió joven.

Pero asimismo un par de facturas, la decoración

de un rincón particular de la habitación 

una camisa que me planchaste

y que gaurdo con todo cuidado

debajo del montón de camisas

ciertas piezas musicales y el perro sarnoso

histérico que siempre se está levantando

y riéndose estúpidamente como si estuvieses aquí.


A las segundas pertenecen mi nueva estilográfica

un perfume bien conocido

sobre la piel de una mujer a la que apenas conozco

y la nueva bombilla que puse en la lámpara de la cama

a cuya luz leo sobre ti

en todos los libros que trato de leer.


Las primeras me recuerdan que exististe.

Las últimas, que ya no existes.


En esta casi inexistencia de diferencia

la que encuentro difícil de soportar




Henrik Nordbrandt

en Nuestro amor es como Bizancio.

Traducción y prólogo de Francisco Uriz.

Debolsillo



Marcela Duque: Cherry Blossoms

 OH, tienes que ver los cerezos, me de decían.

Los cerezos, ya los verás;

no has visto cosa igual, los cerezos,.

Y los cerezos llegaron por sorpresa,

un día, de la noche a la mañana,

y no rosados -más asombro-sino blancos,

(los del campus, al menos, me refiero)

blanco-canon, blanco deslumbrador,

que nunca había visto, no, jamás,

porque ya no hay bataneros en la tierra

ni quien pueda blanquear nada de ese modo.

Es un blanco, lo sabe quien lo ha visto,

que solo puede haber nacido de una mano.

Ah, el cerezo, esto no me lo advirtieron,

el árbol de la luz transfigurada.



Marcela Duque

en Bello es el riesgo.

Premio Adonáis 2018.

Ediciones Rialp.

martes, 25 de agosto de 2020

Basilio Sánchez: Dos poemas de Esperando las noticias del agua.

XXXI


 AÚN altos en la noche,

despojados de hojas,

apacibles

en la melancolía de su herida,

los árboles se mueren hacia adentro:

no hay más duelo

que el de sus propias ramas

resistiéndose erguidas

ni más llanto que el de sus gorriones.


Bajo una luna roja

que remansa su luz en los cercados

que han quedado desiertos,

los miro, silencioso, como lo harían conmigo:

sin moverse,

como si en este instante

no pudiese haber nada ante mis ojos

con tanta dignidad

y con tanta grandeza.


La vida nos enseña a soportar la intemperie.


Pasaremos nosotros

y los árboles

seguirán siendo fieles al horizonte y a la luna.



XXXVIII


LA mesa de madera

de mi alcoba

nunca ha echado raíces,

pero guarda en sus vetas 

el temblor de los pájaros.


Ninguna voz es dueña

de sí misma,

toda voz es reflejo de otra voz,

toda palabra,refracción de la luz de otra palabra.


Subido a lo más alto de mi sangre

sobrevivo a la deriva del siglo

respirando por ti.


Basilio Sánchez

en Esperando las noticias del agua.

Pre-textos. Colección cruz del sur.


lunes, 17 de agosto de 2020

Louise Glück: Higos

 Mi madre preparaba higos en vino,

escalfados con clavo, a veces unos pocos granos de pimienta.

Higos negros de nuestro árbol.

Y el vino era tinto, la pimienta dejaba un sabor a humo en el sirope.

Solía sentirme como si estuviera en otro país.


Antes de eso, había pollo.

De vez en cuando, en otoño, relleno de setas.

No siempre había tiempo para eso.

Y el clima debía ser el correcto, justo después de la lluvia.

De vez en cuando era sólo pollo con limón adentro.


Descorchaba el vino. Nada especial;

algo que le habían dado los vecinos.

Extraño ese vino -lo que ahora compraría no sabe tan bien.


Preparo estas cosas para mi esposo,

pero no le gustan.

Quiere los platos de su madre, pero no los preparo bien.

Cuando lo intento, me enfado.


Él trata de convertirme en una persona que nunca fui.

Cree que es cosa simple:

picas un pollo, arrojas algunos tomates en la sartén.

Ajo, si hay ajo.

Una hora después, estás en el paraíso.


Cree que mi trabajo es aprender, no su trabajo 

el enseñarme. No necesito aprender lo que mi padre cocinaba.

Mis manos ya sabían, bastaba oler el clavo

mientras hacía mis tareas.

Cuando fue mi turno, tenía razón, sí sabía.

La primera vez que los probé, volvió mi infancia.


Cuando éramos jóvenes, era diferente,

mi esposo y yo estábamos enamorados. Lo único que queríamos

era tocarnos.


Vuelve a casa, está cansado.

Todo es arduo, ganar dinero es arduo, ver cómo tu cuerpo cambia

es arduo. Puedes con estos problemas cuando eres joven,

algo es difícil por un rato, pero tienes confianza.

Si no funciona, harás algo distinto.


lo que más le molesta es el verano -el sol lo saca de quicio.

Aquí es implacable, sientes cómo envejece el mundo.

La hierba se seca, los jardines se llenan de maleza y babosas.


Alguna vez fue para nosotros la mejor estación.

Las horas de luz cuando él llegaba a casa, luego del trabajo,

las convertíamos en horas de oscuridad.

Todo era un enorme secreto,

incluso las cosa que decíamos cada noche.


Y el sol descendía lentamente;

veíamos encenderse las luces de la ciudad.

Las noches estaban lustrosas de estrellas, estrellas

que brillaban sobre los edificios altos.


A veces encendíamos una vela.

Pero la mayoría de las noches no. Pasábamos casi todas las noches a oscuras,

con nuestros brazos en torno al otro.


Pero estaba la sensación de que podías controlar la luz.

Era una cosa maravillosa; podías hacer que todo el cuarto

refulgiera de nuevo, o podías yacer en el aire nocturno,

escuchando los coches.


Nos callábamos luego de un rato. La noche se callaba.

Pero no dormíamos, no queríamos abandonar la conciencia.

Le habíamos dado permiso a la noche para que nos llevara;

yacíamos ahí, sin interferir. Hora tras horas, cada uno

escuchando la respiración del otro, viendo las luces cambiar

en la ventana al final de la cama;


pasara lo que pasara en esa ventana,

estábamos en armonía con ello.



Louise Glück

en Una vida de pueblo.

Pre-textos. Colección la cruz del sur.

Traducción de Adalber Salas Hernández.


martes, 11 de agosto de 2020

Sharon Olds: Un poema de Satán dice

 LAS MONARCAS


TODA la mañana, mientras sentada 

pienso en ti, pasan las monarcas. A siete pisos de altura, 

a la izquierda del río,  dirigen 

hacia el sur, sus alas el negro rojizo de 

tus manos como manos de carnicero, las erguidas 

venas de sus alas comotus cicatrices. 

Yo apenas pude sentir tus gruesas y ásperas palmas sobre mí, tan leve fue su contacto, 

el suave roce de la mejilla como una pata de insecto 

en mi seno. Nadie me había 

tocado antes. Ni siquiera sabia abrir 

bien las piernas, per sentí tus muslos, 

revestidos de un vello de rojo dorado, 

                                                             abrirse 

como un par de alas 

entre mis piernas,

la marca de mi bisagra desangre en tus muslos

como algo alada fijando allí con un alfiler

y luego saliste, como saldrías

una y otra vez, mientras cantidades de mariposas

pasaban frente a mi ventana, flotando

hacia su metamorfosis en el sur, cruzando

fronteras durante la noche, su difusa nube

color sangre, mi cuerpo bajo el tuyo,

y la belleza y el silencio de las grandes migraciones.


Sharon Olds 

En Satán dice.

Igitur. 

Traducción de Rosa Lentini y Ricardo Cano Gaviria.