martes, 10 de mayo de 2011

Dos poemas de Curación

Foto de Ario Wibisono

El miedo transparente


Debajo de las uñas
está el hombre del saco
viviendo en su guarida
de túneles y huesos.

Con el rastro de las camas
recién hechas
solía fabricar
esencias de bostezos
para niños insomnes
que quisieron crecer antes de tiempo.

Debajo de la lengua
habita la serpiente
del primer paraíso.

a veces juguetea
con los labios dormidos
de las bocas pequeñas
y finge una sonrisa,
y se olvida que ha sido
el origen del llanto.

Dentro del corazón
anidan los murciélagos
bebiéndose la sangre
de los días que pasan lentamente.

La verdad se disfraza
de fantasma sonámbulo
y recorre las puertas
pidiendo caramelos.

Debajo de la piel
tejieron una capa invisible
las arañas;
el miedo es transparente
y a veces lo confunden con el alma.



En la tienda del taxidermista

Entro de puntillas
en la tienda del taxidermista,
los animales me intuyen
desde sus pedestales,
varias cabezas de venado
adornan una gran chimenea
donde el fuego no quema,
son tiras de papel iluminadas
que quieren seducirnos
haciéndonos creer
que estamos en la casa
de un viejo cazador
que nos espera.

¡Qué extraña sensación!
¿A qué he venido?
He cruzado un gran bosque
de caminos estrechos
detrás de una palabra
que en el fondo me asusta.

He aparcado mis miedos
y me dejo llevar:
con la curiosidad de los felinos
rastreo con sigilo
el lugar que visito;
cuando avanzo hacia dentro
descubro con sorpresa
que el espacio es inmenso,
parece una gran nave
de rincones fingidos,
salones decorados
con el eco salvaje
de muchas cacerías.

Una selva cautiva
habita en la penumbra
de esta tienda escondida
en el margen dormido de las sombras.

Los pájaros
con las alas abiertas
colgados con un hilo,
las pieles de las cebras por el suelo,
y el gran oso polar
erguido como un hombre
que quiere abrazarme.

El arte del instante detenido,
después de vaciar
la esencia de la vida
que los hizo existir,
con una maquinaria
de órganos viscosos
que se sincronizaba.

Eran majestuosos
en cada movimiento,
eran la perfección salvaje de la tierra
condensada en el aire
de su respiración.

Ahora todo parece
un ocaso de polvo ensimismado,
un espejismo inmenso
de tela transparente
que afila sus cuchillas
y me roza la nuca.

Estoy en el lugar equivocado,
no quiero que mi mires,
no quiero que me saques las entrañas,
no quiero ser la pieza que te falta
en este cementerio de animales heridos,
en esta colección de seres desolados,
no quiero que rehagas la forma de mi cuerpo,
ni llenes de serrín el lugar de mi alma.

No me asusta que tengas
las manos de un gigante
ni que cierres con llave
las puertas de la tienda.

No me intimida ese gesto
de placer venenoso
que imagina mis ojos
guardados en un frasco,
mientras buscas cristales
de miradas ausentes
que puedan parecerse
a esa forma que tengo de mirarte.

Qué equivocado estás
cuando te acercas
y quieres convencerme
para que no me resista
en este forcejeo
donde sólo te preocupa
que mi piel no se dañe.

¿Cuántas horas me quedan
jugando al escondite
en esta tienda
de escenografías huecas?


Ana Merino
en Curación.
Visor poesía.

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