Hermoso es el reino del amor,
Pero triste es también.
Porque el corazón del amante
Triste es en las horas de la soledad,
Cuando a su lado mira los ojos queridos
Que inaccesibles se posan en las nubes ligeras.
Nació el amante para la dicha,
Para la eterna propagación del amor,
Que de su corazón se expande
Para verterse sin término
En el puro corazón de la amada entregada.
Pero la realidad de la vida,
La solicitación de las diarias horas,
La misma nube lejana, los sueños, el corto vuelo inspirado del juvenil corazón que él ama,
Todo conspira contra la perduración sin descanso de la llama imposible.
Aquí el amante contempla
El rostro joven,
El adorado perfil rubio,
El gracioso cuerpo que reposado un instante en sus brazos descansa.
Viene de lejos y pasa,
Y pasa siempre.
Y mientras ese cuerpo duerme o gime de amor en los brazos amados,
El amante sabe que pasa,
Que el amor mismo pasa,
Y que este fuego generoso que en él no pasa,
Presencia puro el tránsito dulcísimo de lo que eternamente pasa.
Por eso el amante sabe
Que su amada le ama
Una hora, Mié tras otra hora sus ojos
Leves discurren
En la nube falaz que pasa y se aleja.
Y sabe que todo el fuego que común se ha elevado,
Sólo en él dura. Porque ligera y transitoria es la muchacha
Que se entrega y rehúsa,
Que gime y sonríe.
Y el amante la mira
Con el infinito amor de lo que sabe instantáneo.
Dulce es, acaso más dulce, más tristísimamente dulce,
Verla en los brazos
En su efímera entrega.
"Tuyo soy dice el cuerpo armonioso-,
Pero solo un instante.
Mañana,
Ahora mismo,
Despierto de este beso y contemplo
El país, este río, esa rama, aquel pájaro..."
Y el amante la mira
Infinitamente pesaroso –glorioso y cargado-.
Mientras ella ligera se exime,
Adorada y dorada,
y leve discurre.
Y pasa, y se queda. Y se alza y vuelve.
Siempre leve, siempre aquí, siempre allí; siempre.
Como el vilano.
Vicente Aleixandre
en Historia del corazón.