miércoles, 26 de septiembre de 2007

Lo innombrable

Nunca lo otro, ese monstruo, había sido tan gigantesco como en nuestro presente porque nunca, antes, había sido tan fríamente indiferente a nuestras desamparadas jaulas domesticadoras. Tan fríamente indiferente que apenas nos atrevemos a nombrarlo con aquellos nombres solemnes que perseguían convertirlo en interlocutor: Necesidad, Dios, Armonía... Los nombres que otorgaban una seguridad de que lo otro, a pesar de su carácter sinuoso e impenetrable, reposaba en un fondo de orden. Ahora, sin embargo, arrinconados los viejos nombres en el desván del pensamiento, lo otro se ha hecho casi innombrable. Asimismo, por tanto, casi impensable.

Hay una idea de con-fin del mundo que es más fuerte y lacerante que todas las representaciones posibles del fin del mundo. Más que el hundimiento de Zeus o que el Gran Día de la Ira, más que el juicio Final o el Crepúsculo de los Dioses, más, incluso, que esa otra, tan fuerte y lacerante, que implica que el hombre haya creado las condiciones para su entera destrucción. Y esa idea es, precisamente, la imposibilidad de establecer un con-fin del mundo, la imposibilidad de pensarlo, la imposibilidad de nombrarlo.

Para esa idea, en apariencia, no hay mito posible porque no hay imagen posible. Pero el hombre, por encima de todo, es un constructor de mitos y de imágenes.



Rafael Argullol

en El fin del mundo como obra de arte,

El acantilado.

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