viernes, 16 de febrero de 2007

La señora Midas

Era a finales de septiembre. Acababa de servirme un vaso de vino, empecé
A sentirme bien mientras las verduras se cocían. La cocina
Se llenaba con su olor, se relajaba, con su vaporoso aliento
Que empañaba las ventanas suavemente. Así que abrí una,
Limpié los cristales de la otra con los dedos como si fueran un cepillo.
Él estaba de pie bajo el peral partiendo una rama.

Entonces el jardín era alargado y la visibilidad mala, al modo
En el que la oscuridad de la tierra parece beber la luz del cielo,
Pero esa rama en su mano era de oro. Y entonces él cogió
Una pera de una rama, cultivábamos Fondante d´Automme,
Y la puso en su palma como si fuera una bombilla. Una bombilla encendida.
Pensé para mí, ¿está poniendo luces de feria en el árbol?

Entró en casa. Refulgieron los pomos de las puertas.
Cerró las persianas. Ya sabes cómo es la mente; pensé
En el Campo del Paño de Oro y en la señorita Macready.
Se sentó en aquella silla como un rey en un trono reluciente.
El aspecto de su cara era extraño, salvaje, vanidoso; dije
¿qué pasa, en el nombre de Dios? Él comenzó a reírse.

Serví la comida. De entrada, mazorca de maíz.
En unos segundos él estaba escupiendo dientes de oro.
Se puso a juguetear con su cuchara, después con la mía,
luego con los cuchillos, con los tenedores.
Preguntó dónde estaba el vino. Le serví con la mano temblorosa,
Un seco y fragante blanco de Italia, luego miré
Cómo levantaba la copa, el copón, el cáliz dorado, y lo bebía.

Fue entonces cuando empecé a gritar. Él se hincó de rodillas.
Después los dos nos calmamos, terminé el vino
Yo sola, escuchándole. Le hice que se sentara
En el otro lado de la habitación y que se estuviera quieto con las manos.
Encerré al gato en el sótano. Aparté el teléfono.
El inodoro no me importaba. No daba crédito a mis oídos:

Que él había tenido un deseo. Mira, todos tenemos deseos; concedido.
¿Pero quién tiene deseos que se conceden? Él. ¿Sabes algo sobre el oro?
No alimenta a nadie, amarillo, suave, intachable; no sacia
La sed. Intentó encender un cigarrillo; miré con fijeza, hechizada,
Cómo la llama azul jugaba en el tallo amarillento. Al menos,
Dije, serás capaz de dejar de fumar definitivamente.

Camas separadas. De hecho, coloqué una silla contra la puerta,
Casi petrificada. Él estaba abajo, convirtiendo la habitación de invitados
En la tumba de Tutankamon. Sabes, éramos apasionados entonces,
En aquellos días idílicos; desenvolviéndonos el uno al otro, velozmente,
Como regalos, como comida rápida. Pero ahora temo su abrazo de miel,
El beso que haría de mis labios una obra de arte.

¿Y quién, cuando llega el momento de la verdad, puede vivir
Con un corazón de oro? Esa noche, soñé que daba a luz
Un hijo suyo, sus miembros de mineral perfecto, su pequeña lengua
Como un pestillo precioso, sus ojos de ámbar
Con sus pupilas como moscas posadas. Mi leche en el sueño
Quemaba en mis pechos. Me desperté con los rayos del sol.

Así que él tuvo que mudarse. Teníamos una caravana
En medio de la nada, en un claro aislado. Le llevé en coche
Con nocturnidad. Se sentó atrás.
Y entonces vine a casa, la mujer que se casó con el imbécil
Que soñaba con oro. Al principio, le hacía visitas, raras veces,
Aparcaba el coche a una buena distancia, y el resto caminaba.

Una sabía que se estaba acercando. Una trucha de oro
En la hierba. Otro día, una liebre colgando de un alerce,
Un precioso error limón. Y luego sus huellas,
Brillando junto a la vereda del río. Él estaba delgado,
Delirante; oyendo, decía, la música de Pan
Desde el fondo de los bosques. Escucha. Ésa fue la gota que colmó el vaso.

Lo que me fastidia ahora no es la estupidez o la avaricia
Sino que no pensara en mí. El egoísmo puro. Vendí
Lo que había en la casa y me vine aquí.
Pienso en él en ciertas luces, al amanecer, al final de la tarde,
Y una vez un cuenco de manzanas me dejó helada.
Lo que más echo de menos,
Incluso ahora, son sus manos, sus manos cálidas sobre mi piel, su tacto.

Carol Ann Duffy
Del libro The World´s Wife (1998)
Versión de Luis Muñoz

1 comentario:

Anónimo dijo...

Acojonante.

Vale, ya, vaya birria de comentario, pero a ver quién tiene narices a comentar eso.