SEÑORA de las Viñas, te vimos tras la red de los pinares
arreglando al alba las casas de las águilas y de los pastores,
sobre tu falda el lucero mecía las amplias sombras de las horas de parra,
dos abejas madrugadoras colgaban de tus orejas como si fueran pendientes
y las flores de azahar te iluminaban el negro camino calcinado.
Señora morena a quien la luz doró las manos como el icono de la Virgen,
en el vello rizado de tu nuca centelleaba el rocío de la noche,
como si se arrepintiera poco antes de apagarse la galaxia
y se atara a tu cuello como un collar de monedas para derretirse al calor de tu pecho.
Y era el silencio denso como la leche en tonel de abeto,
y la tierra labrada olía como la iglesia el Domingo de Ramos,
salía el pastor de su sueño igual que el cangrejo sale del agua hasta la orilla
y brillaba la mañana en su tierno caparazón azul con dos briznas de estrellas.
Grandísima Señora, qué dulce el primer "buenos días" del naranjo silvestre,
qué dulce paso el tuyo y el aliento del pez junto a la luna,
qué dulce charla de la hormiga ante la capilla de la margarita.
Ah, cuánto oto deja el rayo de sol en la gota de rocío
cuando las pléyades cuelgan de tu frente los siete brotes de acacia,
ah, cuánto polen se acumula en la boca de la abeja para la miel,
cuánto silencio en tu corazón para el canto.
Aquí mismo se juntan la noche y el alba en un escalofrío sin estremezo
y a ti, tus dos manos entrelazadas a las rodillas de la serenidad te iluminan
como dos palomas de luz inmóvil sobre el bosque.
Yannis Ritsos
en Romiosyne seguido de La Señora de las Viñas.
Traducción de Juan José Tejero
Editorial Pre-textos
arreglando al alba las casas de las águilas y de los pastores,
sobre tu falda el lucero mecía las amplias sombras de las horas de parra,
dos abejas madrugadoras colgaban de tus orejas como si fueran pendientes
y las flores de azahar te iluminaban el negro camino calcinado.
Señora morena a quien la luz doró las manos como el icono de la Virgen,
en el vello rizado de tu nuca centelleaba el rocío de la noche,
como si se arrepintiera poco antes de apagarse la galaxia
y se atara a tu cuello como un collar de monedas para derretirse al calor de tu pecho.
Y era el silencio denso como la leche en tonel de abeto,
y la tierra labrada olía como la iglesia el Domingo de Ramos,
salía el pastor de su sueño igual que el cangrejo sale del agua hasta la orilla
y brillaba la mañana en su tierno caparazón azul con dos briznas de estrellas.
Grandísima Señora, qué dulce el primer "buenos días" del naranjo silvestre,
qué dulce paso el tuyo y el aliento del pez junto a la luna,
qué dulce charla de la hormiga ante la capilla de la margarita.
Ah, cuánto oto deja el rayo de sol en la gota de rocío
cuando las pléyades cuelgan de tu frente los siete brotes de acacia,
ah, cuánto polen se acumula en la boca de la abeja para la miel,
cuánto silencio en tu corazón para el canto.
Aquí mismo se juntan la noche y el alba en un escalofrío sin estremezo
y a ti, tus dos manos entrelazadas a las rodillas de la serenidad te iluminan
como dos palomas de luz inmóvil sobre el bosque.
Yannis Ritsos
en Romiosyne seguido de La Señora de las Viñas.
Traducción de Juan José Tejero
Editorial Pre-textos
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