domingo, 20 de mayo de 2018

David George Haskell: Las canciones de los árboles






En Nueva York obstaculizar el tráfico peatonal sin “un objetivo legítimo” o, peor todavía, “con la intención de provocar molestias”, es una infracción del código penal del estado por alteración del orden público. La pena para esa transgresión puede incluir una estancia de quince días en la cárcel estatal de la isla de Ribera, aunque la mayoría de gente solo tiene que pagar una multa y realizar servicios a la comunidad. Claro que, en una ciudad, caminar o detenerse en una acera es obstaculizar a alguien, de modo que la ley puede servir como una hebra de una red en el contexto de la cual la policía puede parar a todo el mundo en cualquier momento. Los árboles urbanos se encuentran en una infracción perpetua: todos son obstaculizarores y mantienen, así como observó Howard Nemerov, “un silencio completo” sobre su intención y objetivo. Como los árboles, los seres humanos contemplativos son personas que hacen caso omiso de Las ley leyes vicarias. Asistir sin objetivo es una alteración del orden público. Dejar de moverse es una infracción. Detenerse bajo un árbol de la ciudad es un acto de microsubversión, algo que quizás no se les escape a los hombres bien trajeados que tan poco se acercan a la sombra del peral. No solo es la madera la que incorpora a su ser el zumbido y la ley  de la ciudad.



David George Haskell
En Las canciones de los árboles. Un viaje por las conexiones de la naturaleza.
Turner Noema.

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