Sigan dándole vueltas al oscuro
misterio de los astros, al tranquilo
discurrir -tan terriblemente ajeno-
de las horas, al lento sucederse
de los años sobre las estaciones
cada vez más iguales y propensas
a extraños cataclismos; sigan dándole
vueltas y buscando en ese gesto
displicente y cansado con que el mundo
nos mira, hormigas crédulas, cigarras
engreídas que nada ven u oyen
de lo que se nos viene encima, aquéllas
afanadas colmando sus estrechos
hormigueros para el invierno y éstas
absortas en su cháchara ruidosa,
disfrutando el calor de un sol con fecha
-no por lejana menos inquietante,
segura y cierta- de caducidad.
Sigan, sigan quitándose de en medio
los obstáculos para su insaciable
afán de construir, de perforar
de organizarlo todo a su manera
para un futuro estable. Del presente
no vayan a acordarse ahora, sólo
supondría un obstáculo y tendrían
que quitarlo también de en medio, igual
que las selvas inmensas donde apenas
algunos centenares de salvajes
-recelosos y sin civilizar-
se empeñan en seguir siendo el estorbo
mayor a su tarea.
No claudiquen
-les suplico- en su empeño, aunque falten
todavía unos cuatro mil millones
de años hasta que ese mismo sol
que sigue iluminando sus hazañas,
se convierta en estrella roja y borre,
abrase con su fuego, engulla toda
huella de este planeta. Mucho tiempo,
¿verdad? Por eso -insisto- sigan dándole
forma a ese inefable paraíso,
confiados en el agradecimiento
de las generaciones venideras.
No van caso de nuestra pobre cháchara
desencantada, sigan adelante
y, por favor, no lean a Vallejo
ni a Szymborska, ni a Milosz, ni a ninguno
de sus torpes, inútiles congéneres:
ya se irán -como las cigarras- cuando
no quede ningún árbol desde donde
parlotear en contra del progreso.
Ángel Paniagua
en Debajo de los días.
Raspabook.
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