sábado, 30 de agosto de 2008

Propuesta de lecturas de Michel Onfray



Por mi parte, desearía más bien incluir mi trabajo entre lo que todavía falta en las páginas de las historias del anarquismo publicadas en estos tiempos, las que forman parte de Mayo del 68 en adelante. No los hechos mismos, sino las ideas que los producen, los acompañan y derivan de ellas: así pues, es necesario reconsiderar a Henri Lefebvre y su La vida cotidiana en el mundo moderno, releer el Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones de Raoul Vageigem, retomar Vigilar y castigar de Foucault y Mil mesetas de Deleuze y Guattari o bien Imperio de Michael Hardt y Toni Negri. Sin que esos autores reivindiquen la posición libertaria, sus trabajos permiten un análisis anarquista contemporáneo más a fondo que el archivo de Jean Grave, Han Ryner o Lacaze-Duthiers...


Michel Onfray
en Lafuerza de existir. Manifiesto hedonista.
Traducción de Luz Freire
Anagrama.

lunes, 11 de agosto de 2008

Fragmento de Biografía del hambre

Leí La cartuja de Parma por primera vez. Como todos los relatos en los que la cárcel desempeña un papel, aquel texto me dejó estupefacta: sólo la prisión hacía que el amor fuera posible. No sabía por qué me sentía tan identificada con aquello.


Por otro lado, no existía nada más civilizado que aquel libro. La anorexia me mantenía alejada de la civilización y sufría por ello. También leía apasionadamente libros sobre los campos de concentración, Mi oficio es la muerte, Sí esto es un hombre. A través de la pluma de Primo Levi, descubrí la frase de Dante: «Los hombres no están hechos para vivir como bestias.» Yo vivía como una bestia.


Fuera de esos raros momentos de lucidez en los que se me aparecía el lado sórdido de la enfermedad, me vanagloriaba de ella. La inhumanidad de mis condiciones de vida me inspiraban orgullo.


Me repetía que era bueno actuar contra mí, que tanta hostilidad hacia mí misma me resultaría saludable. Recordaba el verano de mis trece años: era una larva de la que no salía nada. Ahora que ya no comía, tenia una intensa actividad física y mental. Había vencido el hambre y, en adelante, disfrutaba de la embriaguez del vacío.


En realidad, había llegado al paroxismo del hambre: tenía hambre de tener hambre.

Amélie Nothomb

En Biografía del hambre.

Quinteto.

Traducción de Sergi Pàmies.

viernes, 8 de agosto de 2008

Nunca se logra hablar de lo que se ama

No exige demasiado esfuerzo imaginar el comienzo de la breve y verdadera historia del último viaje y último texto de Roland Barthes. Es una historia que, aunque parezca mentira, cuenta la verdad sobre Barthes, la escritura y el amor. Y la cuenta sin perder de vista que, como dice Juan José Saer, la verdad no es necesariamente lo contrario de la ficción.

Barthes hace un breve viaje a Italia, será el último de su vida pero no lo sabe. De noche, en la estación de Milán, el tiempo es frío, brumoso, pegajoso. Un tren está a punto de partir. Sobre cada vagón hay un letrero amarillo con las palabras Milano-Lecce. Barthes, que acaba de llegar de París, tiene entonces una ensoñación: tomar ese tren, viajar toda la noche, encontrarse a la mañana siguiente en la luz, la dulzura, la calina de una ciudad extrema.

La descripción de esta ensoñación abre su breve reflexión sobre el amor, Stendhal y la escritura, reflexión que se convertirá en u n texto truncado no acabado, el último de su vida, aunque por supuesto él no lo sabe. Lo que sí sabe al sentirse atraído por el tren nocturno en Milán es que le importa mucho parodiar a Stendhal, también viajero por Italia, y exclamar, allí junto a la vía que lleva al sur: «¡Así que veré la hermosa Italia! ¡Qué loco soy aún a mi edad!». ¿En qué consiste esa locura? Pues sencillamente -aunque esto Stendhal, como cualquier persona que cae enamorada, no podía saberlo- en algo que en un primer momento no es fácil de adivinar, tal vez porque es una realidad cruda: la hermosa Italia, al igual que la persona amada, está siempre más lejos, en otro lado. Aunque Stendlhal nunca lo supo, su Italia fue siempre en realidad una imagen fantasmática que irrumpió en su vida con la misma fuerza que irrumpe el amor que, como se sabe, realiza su entrada en el teatro del mundo con sus famosos coups de foudre. Se deja seducir Stendhal tanto por Italia que todo lo que encuentra en ese país le gusta, hasta de las costillitas empanadas de la cocina italiana se enamora.

Ya se sabe, de la amada nos gusta todo. El propio Stendhal, viéndose tan seducido por Italia, advierte qué clase de movimiento del alma le une a ese país y señala también la rareza que ese sentimiento contiene: «Es como el amor, y sin embargo no estoy enamorado de nadie, qué raro». Estupor. Se dedica en sus Diarios a decir todo el rato su amor por Italia, pero no lo comunica, no sabe explicarlo, sus palabras son como garabatos que dicen el amor pero también la impotencia de decirlo y de razonarlo, «tal vez -dice Barthes en su último texto- porque ese amor se sofoca en su propia vivacidad» tal vez porque el enamorado Stendhal habita en ese espacio aún privado de lenguaje adulto en el que se mueven quienes todavía no han conseguido darle forma a la imaginación y creación propias. «Para limitarnos a estos Diarios de Stendlhal que dicen el amor por Italia pero no lo comunican, podríamos repetir melancólicamente (o trágicamente) que nunca se logrará hablar de lo que se ama» escribe Barthes.

Pero hay que decir que sólo en sus Diarios no logró Stendhal comunicar bien su amor por Italia. Porque veinte años más tarde, por una suerte de efecto tardío que también pertenece a la lógica retorcida del amor, Stendlhal escribe sobre Italia páginas triunfales que logran esta vez sí transmitirnos una imparable pasión por ese país amado. Esas páginas son las que están al principio de La cartuja de Parma, por ejemplo. ¿Qué ha sucedido para que se haya producido esta transformación? Tenemos, por supuesto, aun escritor ya más curtido. Pero, por encima de todo, lo que ha sucedido es que Stendlhal ha recorrido la distancia que hay entre el diario de viaje y La cartuja. Y esa distancia es la escritura.

Barthes llega a esta conclusión mientras se sube el cuello de su abrigo en la estación de Milán. El tiempo es frío, brumoso, pegajoso. Llegó la hora de partir hacia la luz, la ternura, la calma de esa ciudad extrema que a veces llamamos Muerte. Barthes está terminando de escribir su último texto, un texto que no acabará y quedará truncado, aunque hoy lo veo como el texto truncado más perfecto que he leído, pues es como si involuntariamente nos estuviera señalando que después de decir que nunca logramos hablar de lo que amamos, ya no es necesario añadir nada más. Un tren parte hacia Lecce, pero Barthes no lo tomará, se quedará en Milán, enamorado. Veinte años de escritura le contemplan. «¿Qué es la escritura? Un poder, fruto probable de una larga iniciación, que vence la estéril inmovilidad de la imaginación enamorada y da a su aventura una generalidad simbólica».

En su juventud Stendhal, cuando mentía, decía aburrirse. En su Diario, donde nos aburre con su amor chato y casi inexpresado por Italia, nos dice la aburrida verdad. Aun no sabía él en esos días que existía la mentira o ficción novelesca que sería a la vez -curioso salto, que sólo se explica por la potencia de la escritura- desvío de la verdad y expresión por fin plenamente bien dicha de su pasión italiana. Diferencia esencial entre la escritura y la verdad, aunque no debemos perder de vista que, como dijimos antes, la verdad no es necesariamente lo contrario de la ficción.

Enrique Vila-Matas

En El viento ligero en Parma.

Editorial Sextopiso.

La señora M


Una de las pocas personas que saben que aún existo es la señora M., de la tienda de la esquina. Dos veces por semana me trae lo que necesito para vivir, pero no es que se mate por el peso. La veo muy de tarde en tarde, porque tiene una llave del piso y deja la compra en la entrada, es mejor así, de ese modo nos protegemos mutuamente, y mantenemos una relación pacífica, casi diría amistosa.

Pero una vez que la oí abrir la puerta con su llave, me vi obligado a llamarla. Me había caído y me había dado un golpe en la rodilla, y era incapaz de llegar hasta el diván. Por suerte, era uno de los días en que le tocaba subirme la compra, así que solo tuve que esperar cuatro horas. La llamé cuando llegó. Quiso ir a buscar un médico inmediatamente, su intención era buena, solo es la familia más allegada la que llama al médico de mala fe, cuando quiere librarse de la gente mayor. Le expliqué lo necesario sobre hospitales y residencias de ancianos sin retorno, y la buena mujer me puso una venda. Luego hizo tres sándwiches que me dejó en una mesa junto a la cama, además de una botella de agua. Al final, llegó con una vieja jarra que encontró en la cocina. «Por si la necesita», dijo.

Y se marchó. Por la noche me comí un sándwich, y mientras me lo estaba comiendo vino a verme. Su visita fue tan inesperada que he de admitir que me vencieron los sentimientos, y dije: «Qué buena persona es usted». «Bueno, bueno», dijo escuetamente, y se puso a cambiarme la venda. «Esto le irá bien», dijo y añadió: «Así que no quiere saber nada de las residencias de ancianos; por cierto, supongo que sabe que ahora no se llaman residencias de ancianos, sino residencias de la tercera edad». Nos reímos los dos de buena gana, el ambiente era casi alegre. Es un placer encontrarse con personas que tienen sentido del humor.

La pierna me estuvo doliendo durante casi una semana, y ella vino a verme todos los días. El último día dije: «Ahora estoy bien, gracias a usted». «Bueno, no se ponga solemne -me interrumpió-, todo ha ido perfectamente.» En eso tuve que darle la razón, pero insistí en que, sin ella, mi vida podría haber tomado un desgraciado rumbo. «Bah, se las habría arreglado de una u otra manera -contestó-, es usted muy terco. Mi padre se parecía a usted, así que sé muy bien de lo que hablo.» Me pareció que estaba sacando conclusiones sobre una base demasiado endeble, pues no me conocía, pero no quise que pareciera una reprimenda, de modo que me limité a decir: «Me temo que piensa demasiado bien de mí». «Oh, no -contestó-, debería usted haberlo conocido, era un hombre muy difícil y muy testarudo. » Lo decía completamente en serio, admito que me impresionó, me entraron ganas de reírme de alegría, pero me mantuve serio y dije: «Comprendo. ¿También su padre llegó a muy mayor?». «Ah sí, muy mayor. Hablaba siempre mal de la vida, pero nunca he conocido a nadie que se esforzara tanto por conservarla.» A eso podía sonreír sin problemas, resultó liberador, incluso me reí un poco, y ella también. «Supongo que usted también es así», dijo, y me preguntó impulsiva si le dejaba leerme la mano. Le tendí una, no recuerdo cuál de las dos, pero quiso la otra. La miró muy atenta durante unos instantes, luego sonrió y dijo: «Justo lo que me figuraba, debería usted haber muerto hace mucho tiempo».


Kjell Askildsen

en Todo como antes.

Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo.

en Debolsillo/Lengua de trapo.