sábado, 31 de octubre de 2009

Insomnio en Bogotá


A José Manuel Caballero Bonald


Arde la noche fuera
a fuego oscuro.
Arde el mundo al alcance de la mano.
Las llamas de vivir me incendian todo.

Yo estoy lejos de mí,
lejos de casa,
lejos de todo aquello que no arde.

Suena en quejumbre cerca la autopista,
relinchos del asfalto humedecido
de este équido ciudad en que no hay nadie.

Se abaten desde el cielo, negras alas,
las maldiciones de unas tumbadoras,
como un vudú del aire
con el aire.

Una oscura jauría, más que humana,
ladra a lo lejos sus jaculatorias.

Cuándo podré dormir,
rescoldo de querer, ya fuego fatuo.

Cuándo podré dormir,
y deponer mi yo, darme armisticio
en esta eternidad tan desvelada.

He llegado hasta aquí:
hasta la arista al rojo de la noche,
hasta la tea en blanco de lo oscuro.

Ahora prefiero no cerrar los ojos.
Dejarme enceguecer de tanto fuego.

Supura el mundo por su carne en vela
esta candente lava de estar vivo.

Cinerario de mí.
Soy mi urna insomne.
Ceniza sin razón.
Mi cinerario.

Carlos Marzal
en Ánima mía.
Tsquets editores. Nuevos textos sagrados.

lunes, 26 de octubre de 2009

Un suceso


("Bien est verté que j'ai amé
et ameroie voulentiers..."
François Villon)



Tal vez, valiendo lo que vale un día,
sea mejor que el de hoy acabe pronto.
La novedad de este suceso, de esta
muchacha, casi niña pero de ojos
bien sazonados ya y de carne a punto
de miel, de andar menudo, con su moño
castaño claro, su tobillo hendido
tan armoniosamente, con su airoso
pecho que me deslumbra más que nada
la lengua... Y no hay remedio, y le hablo ronco
como la gaviota, a flor de labio
(de mi boca gastada), y me emociono
disimulando ciencia e inocencia
como quien no distingue un abalorio
de un diamante, y le hablo de detalles
de mi vida, y la voz se me va, y me oigo
y me persigo, muy desconfiado
de mi estudiada habilidad, y pongo
cuidado en el aliento, en la mirada
y en las manos, y casi me perdono
al sentir tan preciosa libertad
cerca de mí. Bien sé que esto no es sólo
tentación. Cómo renuncio a mi deseo
ahora. Me lastimo y me sonrojo
junto a esta muchacha a la que hoy amo,
a la que hoy pierdo, a la que muy pronto
voy a besar muy castamente sin que
sepa que en ese beso va un sollozo.

Claudio Rodríguez
en Desde mis poemas.
Cátedra.

lunes, 19 de octubre de 2009

hilando poemas


UNA NEGRA

Lleva un ramo de caléndulas
envueto
en un periódico viejo:
las lleva en alto, medio
descubiertas,
la mole
de sus muslos
la hace ir
bamboleándose
mientras pasa
frente al aparador de una tienda
que se cruza en su camino.
Qué es
sino una embajadora
de otro mundo
un mundo de bellas caléndulas
de dos tonos
que ella ofrece
sin pensar nada más
solo
yendo por ahí
con las flores en alto
como una antorcha
muy temprano en la mañana.

William Carlos Williams
en Viaje al amor.
Lumen.

__________________

LA NEGRA Y LA ROSA


La negra va dormida, con una rosa blanca en la mano.

- La rosa y el sueño apartan, en una superposición mágica, todo el triste atavío de la muchacha: las medias rosas caladas, la blusa verde y trasparente, el sombrero de paja de oro con amapolas moradas. -Indefensa con el sueño, se sonríe, la rosa blanca en la mano negra.

¡Cómo la lleva! Parece que va soñando con llevarla bien. Inconsciente, la cuida -con la seguridad de una sonámbula- y es su delicadeza como si esta mañana la hubiera dado ella a luz, como si ella se sintiera, en sueños, madre del alma de una rosa blanca. - A veces, se le rinde sobre el pecho, o sobre un hombro, la pobre cabeza de humo rizado, que irisa el sol cual si fuese de oro, pero la mano en que tiene la rosa mantiene su honor, abanderada de la primavera.-

Una realidad invisible anda por todo el subterráneo, cuyo estrepitoso negror rechinante, sucio y cálido, apenas se siente. Todos han dejado sus periódicos, sus gomas y sus gritos; están absortos, como en una pesadilla de cansancio y de tristeza, en esta rosa blanca que la negra exalta y que es como la conciencia del subterráneo. Y la rosa emana, en el silencio atento, una delicada esencia y eleva como una bella presencia inmaterial que se va adueñando de todo, hasta que el hierro, el carbón, los periódicos, todo, huele un punto a rosa blanca, a primavera, a eternidad.

Juan Ramón Jiménez
en Diario de un poeta recién casado.
Visor.

sábado, 17 de octubre de 2009

Orfeo (1)


Caminabas por delante,
tirando de mí hacia afuera
hacia la luz verde a la que una vez le habían
crecido colmillos y me había matado.

Era obediente, pero
estaba pasmada; como un brazo
dormido; la vuelta
al tiempo no era cosa mía.

Para entonces estaba acostumbrada al silencio.
Aunque algo se extendía entre nosotros
como un susurro, como una soga:
mi nombre de antes
dicho con precisión.
Llevabas tu antigua cuerda
contigo, podrías llamarla amor,
y tu voz carnal.

Ante tus ojos tenías clara
la imagen de lo que querías
hacer de mí: de nuevo viva.
Era tu esperanza lo que me hacía seguir.

Yo era tu alucinación, atenta
y floral, y tú me cantabas:
ya se estaba formando nueva piel en mí
dentro del sudario luminoso entre brumas
de mi otro cuerpo; ya
había suciedad en mis manos y tenía sed.

Sólo pude ver la silueta
de tus hombros y tu cabeza,
negras contra la boca de la cueva,
no pude ver tu rostro
en absoluto, cuando te volviste

y me llamaste porque ya
me habías perdido. Lo último
que vi de ti fue un óvalo oscuro.
Aunque sabía cómo te iba a herir
este fracaso, tenía que
plegarme como una polilla gris y dejarte ir.

No podías creer que yo era más que tu eco.



Margaret Atwood,
en Luna nueva.
Icaria poesía.

martes, 6 de octubre de 2009

Fragmentos de Memorias de mis putas tristes

Foto de Lucien Clergue

Pequeña, frágil, desnuda y vuelta de espaldas contra la pared. Así la vio cuando entró al cuarto del lenocinio, apenas iluminado por la luz que se colaba por la ventana. A sus noventa años, nunca había visto nada igual. Había pagado una fortuna por desflorarla, y ahora pagaría si pudiera con su vida por sólo verla dormir y tocarla apenas con las palabras, mientras su respiración de niña arrullaba plácidamente su desolada vejez. Sólo deseaba amarla en silencio y caer doblegado ante la fuerza de un destino imprevisto y otoñal.

_____________

Desde entonces la tuve en la memoria con tal nitidez que hacía de ella lo que quería. Le cambiaba el color de los ojos según mi estado de ánimo: color de agua al despertar, color de almíbar cuando reía, color de lumbre cuando la contrariaba. La vestía para la edad y la condición que convenían a mis cambios de humor: novicia enamorada a los veinte años, puta de salón a los cuarenta, reina de Babilonia a los setenta, santa a los cien. Cantábamos duetos de amor de Puccini, boleros de Agustín Lara, tangos de Carlos Gardel, y comprobábamos una vez más que quienes no cantan no pueden imaginar siquiera lo que es la felicidad de cantar. Hoy sé que no fue una alucinación, sino un milagro más del primer amor de mi vida a los noventa años.
__________

Siempre había entendido que morirse de amor no era más que una licencia poética. Aquella tarde, de regreso a casa otra vez sin el gato y sin ella, comprobé que no sólo era posible morirse, sino que yo mismo, viejo y sin nadie, estaba muriéndome de amor. Pero también me di cuenta de que era válida la verdad contraria: no habría cambiado por nada del mundo las delicias de mi pesadumbre. Había perdido más de quince años tratando de traducir los cantos de Leopardi, y sólo aquella tarde los sentí a fondo: Ay de mí, si es amor, cuánto atormenta.

__________

-¿Crees que ella estará de acuerdo?
-Ay mi sabio triste, está bien que estés viejo, pero no pendejo -dijo Rosa Cabarcas muerta de risa-. Esa pobre criatura está lela de amor por ti.

Salí a la calle radiante y por primera vez me reconocí a mí mismo en el horizonte remoto de mi primer siglo. Mi casa, callada y en orden a las seis y cuarto, empezaba a gozar los colores de una aurora feliz. Damiana cantaba a toda voz en la cocina, y el gato redivivo enroscó la cola en mis tobillos y siguió caminando conmigo hasta mi mesa de escribir. Estaba ordenando mis papeles marchitos, el tintero, la pluma de ganso, cuando el sol estalló entre los almendros del parque y el buque fluvial del correo, retrasado una semana por la sequía, entró bramando en el canal del puerto. Era por fin la vida real, con mi corazón a salvo, y condenado a morir de buen amor en la agonía feliz de cualquier día después de mis cien años.

Gabriel García Márquez
en Memoria de mis putas tristes.
Círculo de lectores

jueves, 1 de octubre de 2009

Leyendo a Anne Sexton

Foto de George Hoyningen-Huene


11 de septiembre

Entonces en la cama pienso en ti,
tu lengua mitad chocolate, mitad océano,
en las casas en las que entras con desenvoltura,
en la lana de acero que es tu pelo,
en tus manos persistentes y entonces
cómo roemos la barrera porque somos dos.

Cómo vienes tú y tomas mi copa de sangre
y me unes a ti y tomas mi piélago.
Estamos desnudos. Despojados hasta los huesos
y nadamos juntos y remontamos y remontamos
el río, el río idéntico llamado Mío
y entramos juntos. Ninguno está solo.


Anne Sexton
en Poemas de amor.
Linteo poesía.
Traducción de Ben Clark.