martes, 29 de julio de 2008

Fragmentos de En el camino

-No puede seguir más allá - dijo sencillamente Dean, y se apeó y volvió caminando por el sembrado, unos quinientos metros, en calzoncillos a la luz de la luna. Llegamos a casa y nos metimos en la cama. Todo era un terrible lío: mi amiga, los coches, los chicos, la pobre Frankie, el cuarto de estar lleno de latas de cerveza, y yo trataba de dormir. Un grillo me mantuvo despierto durante cierto tiempo. De noche, en esta parte del Oeste, las estrellas, lo mismo que había comprobado en Wyoming, son tan grandes como luces de fuegos artificiales y tan solitarias como el Príncipe del Dharma que ha perdido el bosque de sus antepasados y viaja a través del espacio entre los puntos de la luz del rabo de la Osa Mayor tratando de volver a encontrarlo. Y de ese modo brillan en la noche; y luego, mucho antes de que saliera realmente el sol, se extendió una vasta luminosidad roja sobre la parda y desabrida tierra que lleva al oeste de Kansas y los pájaros iniciaron su trinar sobre Dénver.
_____

Tuve de pronto la visión de Dean, como un ángel ardiente y tembloroso y terrible que palpitaba hacia mí a través de la carretera, acercándose como un nube, a enorme velocidad, persiguiéndome por la pradera como el Mensajero de la Muerte y echándose sobre mí. Vi su cara extendiéndose sobre las llanuras, un rostro que expresaba una determinación férrea, loca, y los ojos soltando chispas y llamas por todas partes; vi sus alas; vi su destartalado coche soltando chispas y llamas por todas partes; vi el sendero abrasado que dejaba a su paso; hasta lo vi abiréndose paso a través de los sembrados, las ciudades, derribando puentes, secando ríos. Era com la ira dirigiéndose al Oeste. Comprendí que Dean había enloquecido una vez más. No existía la más mínima posibilidad de que mandara dinero a ninguna de sus dos mujeres pues para comprar el coche tenía que haber sacado todos los ahorros que tenía en el bando. Era el gran cataclismo. A su espalda humeaban achicharradas ruinas. Corría de nuevo hacia el Oeste atravesando el agitado y terrible continente, y llegaría enseguida. Hicimos los preparativos rápidamente. La noticia añadía que me iba a llevar a México en el coche.

-¿Crees que me querrá llevar también a mí?- preguntó Stan asustado.
-Hablaré con él- le respondí sombrío. No sabía qué pensar.
-¿Dónde va a dormir? ¿Qué comerá? ¿Hay alguna chica para él?

Era como la llegada inminente de Gargantúa; había que hacer preparativos para ampliar las alcantarillas de Dénver y reducir el alcance de ciertas leyes con el fin de que todo se adaptara a su cuerpo doliente y a sus explosivos éxtasis.

Jack Kerouac
en En el camino.
Traducción de Martín Lendínez.
Compactos anagrama.

domingo, 27 de julio de 2008

Poemas de Louise Glück

AMANTE DE LAS FLORES



En nuestra familia, todos aman las flores.

Por eso las tumbras nos parecen tan extrañas:

sin flores, sólo herméticas fincas de hierba

con placas de granito en el centro:

las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras

llena de mugre algunas veces…

Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo.

Pero en mi hermana, la cosa es distinta:

una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre

a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de ladrillo.

Cada primavera, espera las flores.

Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende

que es mi madre quien paga; después de todo,

es su jardín y cada flor

es para mi padre. Ambas ven

la casa como su auténtica tumba.

No todo prospera en Long Island.

El verano es, a veces, muy caluroso,

y a veces, un aguacero echa por tierra las flores.

Así murieron las amapolas, en un día tan sólo,

eran tan frágiles…

Mi madre está nerviosa, inquieta

porque mi hermana no sabrá nunca lo bellas que fueron,

de un rosa puro, sin máculas. Es decir,

porque va a sentirse despojada una vez más.

Pero para mi hermana, la condición del amor

es ésa. Era la hija de mi padre:

el rostro del amor es, para ella,

el rostro que se aparta y da la vuelta.

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CONFESIÓN



Decir que nada temo

sería faltar a la verdad.

La enfermedad, la humillación,

me atemorizan.

Tengo sueños, como cualquiera.

Pero aprendí a ocultarlos

para protegerme

de la plenitud: la felicidad

atrae a las Furias.

Son hermanas, salvajes,

que no tienen sentimientos,

sólo envidia.



Louise Glück

En Ararat.

Pre-textos

Traducción de Abraham Gragera.

Poemas de Mario Cuenca Sandoval

DREAM IS OVER

“P: En ese disco hay una canción: “Dios”. Una letanía que dice: “No creo en la Biblia, no creo en los naipes, no creo en Hitler, no creo en Jesús, no creo en Kennedy”, etc. Y termina: “No creo en Los Beatles. El sueño ha termiando.” (…)

R: (…) No sé cuándo me puse a hacer la lista de las cosas en las cuales no creía. Hubiera podido continuar largo tiempo. ¿Dónde detenerme? ¿En Churchill? Era necesario que me detuviese. Me detuve en Los Beatles. Porque ya no creo en los mitos, y Los Beatles son un mito. Ya no creo más en ellos. El sueño ha terminado.”

(Entrevista a John Lennon en la revista Marcha, Uruguay, extra de 1971).


John Lennon no quería ser un Beatle

Rimbaud ya no quería ser Rimbaud

Virgilio quiso destruir la Envida

Chet Baker se tiró de una ventana

Jack London se voló la tapa de los sesos

y Carver y Bukowski y Malcolm Lowry

se hicieron polvo el hígado

La corte de suicidas y nihilistas

a los que idealizamos

tropezó en algún punto de su vida

con ese No central con ese núcleo

no sabría nombrarlo

la desidia

tal vez

esa cuchara helada debajo de la lengua

ese ya no querer seguir queriendo

Tropezando con esto en un instante

sobre el que convergían todas y cada una

de sus pequeñas quiebras cotidianas

llegados a ese punto

cómo habrían de salvar

aquello en lo que ya no confiaban

Fue por eso que Anne Sexton se durmió para siempre

abrazada al monóxido de carbono

Por eso Ganivet se sumergió en las aguas congeladas del Duina

Por eso Ingeborg Bachean prendió fuego a su cama

Debe ser tan incómodo el adentro

el interior del vientre de la orquídea

donde se asfixia el héroe

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INQUIETUD


Llueve en la calle y leo a Raymond Carver

Se está bien en sus versos a pesar del dolor

Habla de un cuervo negro

Y luego de otro cuervo de un poema de Frost

el ave oscura que al batir sus alas

deja caer el polvillo de nieve

encima de los hombros del poeta

le da sentido al día

Nada que ver con el nevermore de Poe

Nada que ver nos dice Carver

con los cuervos de Homero

hartos de sangre

después de la batalla –dice Carver

Ni con los mitos nórdicos

en que estas aves

ofrecen su espionaje al dios Odín

le cuentan al oído

cuanto han visto en el mundo

Lo saben todo de nosotros

Y ya no se me ocurre nada más inquietante

Nada que ver

Estos son cuervos más bien apacibles

estímulos de la sabiduría

animales didácticos

Mientras salto de un cuervo al otro cuervo

siento agitarse dentro de mis manos

las alas de otro más que yo añado al poema

superpuesto

superpuesto al de Carver al de Frost

a los de Homero y a los espías de Odín:

el que todas las noches

picotea el cristal de mi ventana

el cristal gigantesco de mi vida

el país de cristales en que escribo

mientras tú duermes.

Mario Cuenca Sandoval

En Guerra del fin del sueño.

La garúa libros.

sábado, 26 de julio de 2008

Poemas de Joaquín Piqueras

MALA COSECHA


A mí, como a Tom Waits,

Me gusta arrojar los sueños

A la calle para que crezcan

Con la lluvia y esperar

Con la ociosidad que envilece

-lo dijo Hesíodo, no he sido yo-,

Una cosecha que no llega,

Porque aquí en esta tierra

Prometida nunca llueve.

_________

LECCIÓN DE URBANISMO



Y se me apareció la muerte

En forma de enlutada anciana

Por la acera de enfrente,

Y me hizo una extraña mueca

Que yo estimé de amenaza

Y resultó ser de sorpresa,

No pude menos que ayudarla

A cruzar la calle.



Joaquín Piqueras

En Concierto non grato.

Ediciones Fecit. Ayuntamiento de Lodosa.

Premio Ángel Martínez Baigorri, 2007.

miércoles, 23 de julio de 2008

Sobre Burroughs para principiantes


Rubén Mira y Sergio Langer
en Burroughs para prinicipiantes.
Era Naciente. Documentales ilustrados.

martes, 15 de julio de 2008

84, Charing Cross Road

Señor:
(Me parece un poco tonto seguir escribiendo "señores" cuando tengo ya la certeza de que una misma y única persona se está ocupando de mis cosas).

El Savage Landor llegó perfectamente y se abrió al punto él solo por un diálogo romano en el que dos ciudades acaban de ser destruidas por la guerra y sus habitantes, condenados a morir en cruces, suplican a los soldados romanos que pasan que los atreviesen con sus lanzas y pongan fin a su agonía. Será un consuelo volverme a Esopo y Ródope, y pensar que la preocupación de ustedes no va más allá del hambre. Me encantan esos libros de segunda mano que se abren por aquella página que su anterior propietario leía más a menudo. El día en que me llegó el ejemplar de Hazlitt, se abrió por una página en la que leí: "Detesto leer libros nuevos.". Y saludé como a un camarada a quienquiera que lo hubiera poseído antes que yo.

Les incluyo un billete de un dólar, que Brian (el amigo inglés de mi vecina Kay) dice que bastará para cubrir los 8 chelines que les debo; esta vez se ha olvidado de traducírmelo...

Por cierto..., Brian me ha dicho que tienen ustedes racionados los alimentos a razón de 60 gramos de carne por familia y semana, y a un huevo por persona y mes. Me he quedado horrorizada. Tiene un catálogo de una empresa británica con sucursal aquí, mediante la cual envía por avión alimentos desde Dinamarca a su madre; así que yo también voy a enviar a Marks & Co. un pequeño regalo de Navidad. Espero que será suficiente para todos ustedes, pues me dice que las librerías de Charing Cross Rodad son "todas muy pequeñas".

Lo envío a su atención, FPD, quienquiera que usted sea. Feliz Navidad.

Helene Hanff
en 84, Charing Cross Road.
Anagrama.

)Nota del editor: Un día en octubre de 1949, Helene Hanff, una joven escritora desconocida, envía una carta desde Nueva York a Marks & Co., la librería situada en el 84 de Charing Cross Rodad, en Londres. Apasionada, maniática, extravagante y muchas veces sin un duro, la señorita Hanff le reclama al librero Frank Doel volúmenes poco menos que inencontrables que apaciguarán su insaciable sed de descubrimientos. Veinte años más tarde, continúan escribiéndose, y la familiaridad se ha convertido en una intimidad casi amorosa. Esta correspondencia excéntrica y llena de encanto es una pequeña joya que evoca, con infinita delicadeza, el lugar que ocupan en nuestra vida los libros... y las librerías. (

sábado, 12 de julio de 2008

Los celosos

Irma Peinate era la mujer más coqueta del mundo; lo fue de soltera y aún más de casada. Nunca se quitaba, para dormir, el colorete de las mejillas ni el rouge de los labios, las pestañas postizas ni las uñas largas, que eran nacaradas y del color natural. Los lentes de contacto, salvo algún accidente, jamás se los quitaba de los ojos. El marido no sabía que Irma era miope; tampoco sabía que antaño se comía las uñas, que sus pestañas no eran negras y sedosas, sino más bien rubias y mochas. Tampoco sabía que Irma tenía los labios finitos. Tampoco sabía, y esto es lo grave, que Irma no tenía los ojos celestes. Él siempre había declarado:

- Me casaré con una rubia de pestañas oscuras como la noche y de ojos celestes como e lcielo de un día de primavera.

¡Cómo defraudar un deseo tan poético! Irma usaba lentes de contacto celestes.

- A ver mis ojitos celestes de Madonna – exclamaba el marido de Irma, con su voz de barítono, que conmovía a cualquier alma sensible.

Irma Peinate no sólo dormía con todos sus afeites: dormía con todos los jopos y postizos que le colocaban en la peluquería. El batido del pelo le duraba una semana; el ondulado de los mechones de la nuca y de la frente, cinco días; pero ella, que era habilidosa, sabía darles la gracia que daban en la peluquería, con jugo de limón o con cerveza. Este milagro de duración no se debía a un afán económico, sino a una sensualidad amorosa que pocas mujeres tienen: quería conservar en su pelo las marcas ideales de los besos de su marido.

¿Y cómo las conservaba, si su marido no usaba lápiz labial? En el perfume de la barba: el pelo de la barba, mezclado al pelo de su cabellera de mujer, formaban un perfume muy delicado e inconfundible que equivalía a la marca de un beso. Irma, para no deshacer su peinado, dormía sobre cinco almohadones de distintos tamaños. La posición que debía adoptar era sumamente forzada e incómoda. Consiguió en poco tiempo una seria desviación de la columna vertebral, pero no dejó por ese motivo de cuidar su peinado. Se mandó hacer el almohadón como chorizo relleno de arroz que usan los japoneses. Como era muy bajita (hasta dijeron que era enana), se mandó hacer unos zuecos con plataformas que medían veinte centímetros de alto. Consiguió que su marido se creyera más bajo que ella. Ella nunca se sacaba los zuecos, ni para dormir, y su estatura fue siempre motivo de admiración, de comentarios sobre las transformaciones de la raza. Como amazona se lució y, como nadadora, en varias oportunidades, también. Nadaba, es natural, con un pequeño salvavidas; y al caballo que montaba su cuidador le daba una buena dosis de neurótico para que su mansedumbre fuera perfecta. El caballo, que se llamaba Arisco, quedó un día dormido en medio de una cabalgata. La caída de Irma no tuvo mayores consecuencias ni puso en peligro su vida; lo único desagradable que le sucedió fue que se le rompió un diente. La coqueta volvió a su casa fingiendo tener afonía y no abrió la boca

durante un mes. Tampoco quiso comer. Buscó en la guía la dirección de un odontólogo.

Esperó dos horas, contemplando los países pintados en los vidrios de las ventanas, que le sugerían futuros viajes a los bosques del Sur, a las cataratas del Niágara, a Brasilia o a París; ya en los últimos momentos de la espera, cuando le anunciaron: “Puede pasar, señora”, el dentista le saludó como un gran señor o como un gran payaso, agachando la cabeza. Señaló la silla de las torturas, sobre la que se acomodó Irma. Después de un “vamos a ver qué pasa”, contempló la boca, no muy abierta por coquetería de la señora.

- Es este diente – gritó Irma -. Se me rompió en un accidente de caballo.

- De caballo – exclamó el dentista-. Qué términos violentos. No será para tanto. Vamos a examinar este collar de perlas – dijo-. ¿Y cómo dice que se produjo? Algún tarascón, sin duda. – El dentista gimió levemente al ver la perla quebrada-. Qué pena, en una boca tan perfecta. Abra, abra un poco más.

“Si mi marido estuviera en el cuarto de al lado”, pensó Irma, “qué imaginaría, él que es tan desconfiado”.

- Habrá que colocar un pivot – dijo el dentista-. No se va a notar, se lo puedo garantizar.

- ¿Saldrá muy caro?

- Para estas perlas nada resultaría bastante valioso.

- Sin broma.

- Sin broma. Le haré un precio especial.

- ¿Especialmente caro?

Tal vez se había excedido en las bromas, pues el facultativo le guiñó el ojo y le oprimió la pierna como con tenazas entre las de él, lo cual provocó un gemido, pero todo esto lo hizo respetuosamente, sin ningún alarde ni vacilación. Después de concretar, en una tarjeta rosada, la hora en que se empezaría el trabajo, Irma recogió sus guantes, la tarjeta, su bufanda y la cartera y, corriendo, salió del consultorio, donde tres enanas la miraban con envidia.

Transcurrieron los días sin que el marido lograra arrancar una palabra a su mujer. De noche, antes de acostarse y de besarlo, apagaba la luz.

Un arrullo de palomas le contestaba con el encanto habitual, porque, hablara o no hablara, la gracia era una de las especialidades de Irma.

- Te noto extraña – le dijo un día su marido -. Además nunca sé adónde vas por las tardes.

- Loquito, adónde voy a ir que no sea para pensar en vos.

Por lo menos hablaba.

- Me parece muy natural, inevitable casi podría decir, pero no creas que me quedo tranquilo. Sos el tipo de mujer moderna que tiene aceptación en todos lo círculos. Alta, de ojos celestes, de boca sensual, de labios gruesos, de cabellos ondulados, brillantes, que forman una cabeza que parece un soufflé, de esos también dorados, que despiertan mi alma golosa. ¡La pucha que me da miedo! Si fueras una enana o si tuvieras ojos negros, o el pelo pegoteado, mal peinado y las pestañas descoloridas.... o si fueras ronca, ahí nomás; si no tuvieras esa vocesita de paloma. A veces me dan ganas de querer a una mujer así ¿sabes?Una mujer que fuera lo contrario de lo que sos. Así estaría más tranquilo.

- ¿Qué sabés? ¿Acaso no hay otras cosas que la altura, el pelo, los ojos celestes, las

pestañas?

- Si lo sabré. Pero, asimismo, convendría que fueras menos vistosa.

- Vamos, vamos. ¿Querés acaso que me vista de monja?

- Y ese collar de perlas que se entrevé cuando sonreís, es lo más peligroso de todo.

- ¿Querés que me arranque los dientes?

El marido de Irma cavilaba sobre la belleza de su mujer. “ Tal vez todo hubiera sido distinto si no fuera por la belleza. Me hubiera convenido que fuera feíta como Cora Pringosa. Era agradable y no me hubiera inquietado por ella, pues a quién le hubiera gustado y, si a alguien le hubiera gustado, a quién le hubiera importado.”

¿Adónde iría Irma por la tarde? Salía con prisa y volvía escondiéndose. Resolvió seguirla. Es bastante difícil seguir a una mujer que se fija en todo lo que la rodea. Fracasó varias veces en sus intentos porque se interceptó entre él y ella un automóvil, un colectivo, unas personas y hasta una bicicleta. Logró por fin seguirla hasta Córdoba y Esmeralda, donde tomó un taxi hasta la casa del dentista. Ahí bajó y entró sin que él supiera a qué piso iba. No había ninguna chapa indicadora. Esperó en la planta baja, fingiendo leer un diario. Subía y bajaba el ascensor. Se sentó en un escalón de mármol de la escalera.

Aquella tarde en que se aproximaba la primavera, el dentista acompañó a Irma hasta la puerta del ascensor. Al pasar junto a los vidrios pintados de las ventanas, el odontólogo murmuró:

- ¿No sería lindo pasear por estos paisajes?

A Irma le pareció que la abrazaba en una cama de hotel. Se ruborizó y, al entrar en el ascensor, no dijo adiós.

- ¿Está enojada? ¿Le hice doler? Sonría. Muéstreme mi obra de arte – exclamó el odontólogo asustado.

El ascensor se llevaba a la paciente entre sus rejas como a una prisionera.

Afuera llovía, ya estaba su marido apostado con un paraguas cerrado en la mano. Había oído las frases pornográficas pronunciadas por esa voz de barítono sensual. Ciego de rabia blandió el paraguas y, al asestar a Irma un golpe en la cabeza, le rompió el premolar recién colocado y simultáneamente se le cayeron los cristales de contacto, las pestañas, los postizos de su peinado; las sandalias altas fueron a parar debajo de un automóvil. No la reconoció.

- Discúlpeme, señora. La confundí. Creí que era mi esposa- dijo perturbado-. Ojalá fuese como usted; no sufriría tanto como estoy sufriendo.

Apresurado se alejó, sintiéndose culpable por haber dudado de la integridad de su mujer.



Silvina Ocampo

en Cornelia frente al espejo,

Tusquets.

o en Cuentos completos,

Emece editores.


El lector

Pasé toda la noche con un libro, leyendo.
Yo leía, sentado, como si hubiese un libro
de páginas sombrías.

Era tiempo de otoño. Las estrellas fugaces
recubrían las formas encogidas
que se inclinaban en la luz lunar.

Al leer, ni siquiera
una lámpara ardía, y una voz susurraba:
"todo regresa al frío,

incluso el almizcleño moscatel,
los melones, las peras encarnadas
del jardín deshojado".

Las páginas sombrías no presentaban huella
salvo el trazo de estrellas encendidas
en el cielo de escarcha.

Wallace Stevens
en De la simple existencia (antología poética).
Edición y traducción de Andrés Sánchez Robayna.
Debolsillo / Círculo de lectores.

La puerta de Narciso

No hacemos el amor; desvalijamos

Con codicia nocturna en la casa del cuerpo.

Carlos Marzal.

Huésped sólo,

En esta casa

-en otra-,

Primero abre la puerta,

Y después

Deja su corazón

En ese pecho,

Donde colgaba mi sombrero.

También el amor rige

Sus caprichos de olvido,

Al ordenar su astucia

En la casa del cuerpo.



Ginés Reche

En Huésped extraño.

Ayuntamiento de Talavera de la Reina.

Colección Melibea. 2007.

(Premio Joaquín Benito de Lucas 2006)

jueves, 10 de julio de 2008

Bukowski en los grandes almacenes (ficción filosófica)

Es muy fácil pensar que uno no existe
Es muy fácil pensar la existencia sin uno
entre los pormenores de este espacio perfecto
Paseando entre objetos callados
enfrentando el silencio de los nombres
sobre las etiquetas pues las cosas inmóviles
de algún modo también son elocuentes
El lujo y el silencio son amantes
el lujo y el silencio se devoran los pechos
se muerden en los muslos uno al otro
mientras en la ventana se nos muere de frío
un viejo sin zapatos que recuerda a Jesús
si hubiera sido viejo
Qué temblor de silencio en los oídos
Los precios y los nombres nos recuerdan
que habría que llorar como leones
porque el mundo ha enfermado de puro indiferente
o de afán por las cosas que no duran
desmesurado amor por cosas que no duran
Qué temblor de neón y que cansancio
Entre objetos con precio con alma y denominación
delimitada nítida las cosas
te pregutan tu nombre
quién es uno qué es uno
La chica de la caja (con sus ojos de cine)
la chica de la caja conoce la respuesta:
piénselo bien
usted no es más que el ticket de su compra
Repítelo tres veces
y tómese otra copa en nuestro bar.

Mario Cuenca Sandoval
en El libro de los hundidos.
Visor.

lunes, 7 de julio de 2008

C.S.I

“La naturaleza del número es la de suministrar conocimiento, guiar y enseñar a cualquiera lo que es dudoso o desconocido. Pues ninguna de las cosas sería clara para ninguno, ni en sí mismas ni en sus relaciones con otras cosas, si el número no existiera y no fuera su esencia. Pero el número armoniza todas las cosas con la percepción sensible dentro del alma, haciéndolas así reconocibles y correspondientes entre sí al dotarlas de corporeidad y dividir las relaciones de las cosas en dos grupos, según sean limitadas o ilimitadas”


Filolao

Entonces, sin perder de vista el superlativo o la perfección en todos los puntos, me pregunté: entre todos los temas melancólicos, ¿cuál lo es más, según lo entiende universalmente la humanidad? Respuesta inevitable: ¡la muerte! Y, ¿cuándo ese asunto, el más triste de todos, resulta ser también el más poético? Según lo ya explicado con bastante amplitud, la respuesta puede colegirse fácilmente: cuando se alíe íntimamente con la belleza. Luego la muerte de una mujer hermosa es, sin disputa de ninguna clase, el tema más poético del mundo.

Poe



Exterior noche.

La escena del crimen es el desierto cruzado por una solitaria carretera.

Plano detalle de la piel de una serpiente y su geometría cromática.

Sobre una manto azul de arena helada por la noche,

el cadáver de una hermosa joven desnuda.

La policía científica analiza el desierto.

Lo divide en cuadrantes trazados de punto a punto,

police line do not cross,

al fondo en Las Vegas la gente apuesta al número impar,

lanzan sus dados y rezan al azar abolido, las cifras giran como todo.

Sobre la mesa de disección la hermosa joven desnuda yace abierta en canal.

Nunca es más hermosa la belleza que cuando muere, metáfora del cisne.

La melancolía es extraída con pinzas frías como el acero con que están hechas.

La arena es pesada y analizada. Sus componentes son cuarzo granito y nada

en una proporción de 30 sobre 100. La realidad se divide en 100 partes.

A veces hiperbólicamente en 110. Pero eso ya es literatura, no es.

El asesino escribió su nombre sin saberlo.

El asesino siempre habla aunque no quiera. El lenguaje de los números

y de la sangre es anterior y posterior a él, no lo necesitan.

El asesino es la víctima de sus huellas.

Nadie fue testigo.

La sala de interrogatorios está vacía.

Las preguntas esperan, las mismas de siempre.

La hora de la muerte se estableció entre las diez

y las doce de la noche, según la rigidez de la belleza.

La causa de la muerte no está clara.

Es oscura. Es la noche. No se descarta el suicidio.

La policía científica sigue buscando en el desierto como en un libro

y calculan cuántas páginas les quedan: el asesino estará al final,

en la última página

cuyo número divide lo limitado de lo ilimitado.



Diego Sánchez Aguilar

en Diario de las bestias blancas.

Aula de Poesía de la Universidad de Murcia. 2008.

(Premio Dionisia García, 2007)