martes, 21 de diciembre de 2010

El cuento de navidad


Así que va y me dice que le escriba un cuento de navidad y me mira con esos ojos, que no sé qué hacer, no sé cómo quitármela de encima, cómo escamotear el asunto, porque de querer podría, es tan pequeña, que a poco que le de la vuelta a la conversación termina olvidándose, seguro, no hay más que intentarlo y lo intento, le digo que no, que los cuentos de navidad le sientan mal a la luna y que ella no querrá que la luna se entristezca, le cuento que la luna está allí arriba velando para que nadie cuente historias de navidad, porque se pone celosa, porque no quiere que hagamos otra cosa que mirar su gran ombligo cósmico que oscurece a cualquier astro que pasa a su lado. Me ríe la gracia, porque sabe que es mentira y porque además sabe que la luna no tiene nada que ver con todo esto, simplemente que estamos en la terraza y no podemos dejar de hablar de ella. De pronto noto cómo ha bajado la intensidad de su deseo, antes era diferente, tardaba más en olvidarse de estas cosas. Hace frío, no es muy tarde, pero es tarde. Estamos hablando de otra cosa, hablando del instituto, de un cuento de O. Henry que ha tenido que leer en inglés y del que apenas se ha enterado, hablamos de lo que hará en nochevieja, le pregunto, ¿qué harás en nochevieja? y sonríe, porque lo sabe. Yo no lo tengo tan claro, recuerdo cómo eso me azoraba de más joven, de qué manera me entraba el prurito de hacer esto o aquello, de ir de acá para allá. Como aquella nochevieja, cuando nos quedamos por primera vez solos y me empeñé en ver amanecer. Llegamos a casa tarde, era otra noche fría y oscura. La eché en su camita y me fui al salón. Eran las tres o las cuatro de la mañana. Puse la tele, estuve viendo una película antigua, una de esas que sólo ponen en navidad y a horas intempestivas. Luego me puse una copa, miré el reloj, las horas no pasaban. Sentí frío y pereza. Al final tiritando me acosté a las siete y media, sin ver amanecer, hecho polvo y con unos escalofríos terribles que me tuvieron en cama durante dos días.

Todo lo malo no tiene por qué pasar en navidad, me digo después cuando me he quedado solo, cuando se ha dormido a mi lado en el sofá después de cenar y la he llevado en brazos como aquella noche hasta su cama. Ahora es más grande, pero pesa lo mismo. Me hace gracia constatar que la extraña gravedad de su cuerpo se contrarresta con su cabeza a pájaros. Es algo físico, creo, y mágico a la vez. Recojo del suelo el libro que leía, otra vez ese O. Henry, otra vez el cuento de navidad. Lo ojeo, paso las páginas, los dibujos se alternan contando una historia, por un momento el libro me recuerda un bibelot, si lo agitas aparece la nieve y el hambre atosiga al protagonista, no tiene qué llevarse a la boca, intenta delinquir para que lo encierren y así pasar la nochebuena caliente, tal vez con el estómago lleno, pero está visto que todo le sale mal.

Y no sé por qué de pronto me vuelvo a sentar en el salón. Hace tiempo que la luna en su recorrido errático nos dejó a oscuras. Me pongo a leer. ¿Un cuento de navidad? La casa está en silencio, sé que ella está en la otra habitación, que duerme y que yo estoy pensando todo esto por ella, que este es su cuento de navidad, algo sencillo que, como el cuento de O. Henry, termina bien y entonces lo veo, se acerca a través de la venta, un fundido en negro que pone punto final.

Antonio Aguilar

jueves, 9 de diciembre de 2010

La casa apuntalada


He despertado a gritos a todos los fantasmas de la casa,
turbado y empapado de temores, de glacial soledad:
cuando traías el viento de la cale, ese perro apaleado,
y llegabas con las medias verdades;
te desnudabas como los forajidos
y -con todos los olores de la noche en tu pelo-
te desliabas entre las sábanas, querido polizón.

Aquella mañana de enero en la floristería,
cuando compraste un manojo de líquenes
y me dijiste "son las flores del búnker",
debí de comprender que aquel verano duraba demasiado.
Segundos después -frágil y oceánica-
te lanzaste a mi boca como un trago de niebla
hast mezclarte de nuevo en mi sustancia.

Y los fantasmas, uno a uno, como reclutas medio adormilados
han pronunciado tu nombre en ayunas.
Y ese nombre, en otro tiempo luminoso y frutal,
ahora sonaba a gatos muertos flotando en la piscina,
úlceras, zapatos con escorpiones, mercados albaneses...
medias mentiras y medias verdades...
!Dios, cómo olía tu nombre a cloroformo
y qué fuerte se hacía la ventisca
entre las grietas!
Dudas apuntaladas, flores apuntaladas,
sílabas del desguace.

Por eso no te sorprendas si al descolgar el teléfono
cualquier día de estos, después del aguacero,
mi voz -impostada para la ocasión- te invita a un café,
para, por fin, con el sol cegador de un óleo de Sorolla,
ver salir de tus labios el gorrión oxidado de la sinceridad;
y, con dolor de siglos, soltar el aire agónico,
respirar con alivio, apagar la linterna,
y conocer sin más veladuras ni silencios quirúrgicos
por qué nos hicimos tanto daño, por qué...

O por el contrario -sería muy cruel- seguir abriendo
y hurgando en las matriuskas;
toda una vida coleccionando lágrimas en frascos de chanel,
congregando en mitad de la noche, bañado en sudor,
a todos los fantasmas de la casa apuntalada;
y con ellos el viento en las perreras,
el careo con las sábanas parlantes
y las piscinas pútridas de las medias verdades
y las medias mentiras
entre las sombras del jardín.

Ángel Petisme
en Constelaciones al abrir la nevera.
Poesía Hiperión.

martes, 2 de noviembre de 2010

La fuente


(Córdoba)


Ni siquiera la piedra es inmortal:
mira los capiteles, las estatuas, los tímpanos
que hebras de luna trenzan sobre nuestra ventana,
temblando como un niño en brazos del invierno.

Heridos por la lluvia de edades más oscuras,
ahora sangran ebrios de claridad y polvo,
hartos de proclamar durante siglos:
más allá de estos muros sólo existe la muerte.

Lo que no pasará es el cielo del sur,
pasto de los vencejos, donde la noche mezcla
el temblor luminoso de una corriente de agua,
el aroma a jazmín y el aroma del sexo.

Despierta, no te vistas, vamos hasta la fuente
cogidos de la mano, como si no supiéramos
que mientras nos besamos entre flores mojadas,
hermosos y desnudos, el tiempo nos devora.

José Martínez Ros
en Trenes de Europa-
Fundación José Manuel Lara.

martes, 26 de octubre de 2010

Formas de decir adios


Esperó el instante en que el expreso del norte cruzó lentamente el puente de hierro. El expreso pasó, y desapareció detrás de la fachada de la estación.
Entonces Ganin cogió las maletas, llamó a un taxi, y dijo al taxista que lo llevara a otra estación, a la estación situada en el otro extremo de la ciudad. Eligió un tren que salía para el sudoeste de Alemania, dentro de media hroa. Gastó la cuarta parte de cuanto dinero tenía en el mundo para pagar el billete, y con agradable excitación pensó la manera en que cruzaría la frontera sin necesidad de un solo visado. al otro lado se extendía Francia, la Provenza, y después el mar.

El tren partió y Ganin se sumió en un leve sueño, con el rostro oculto por los pliegues del impermeable colgado de un gancho, sobre el asiento de madera.

Vladimir Nabokov en
Mashenka.
Anagrama bolsillo

lunes, 18 de octubre de 2010

Extraña felicidad


FORÊS 2008

De niño pasé solo mucho tiempo.
La vida me devuelve a aquel lugar
donde sin prisas puedo, como los pájaros,
sentir que la distancia está en los ojos.
Por fin la soledad, que comparte conmigo
una mujer mayor enamorada
en su noche, donde tampoco hay nadie.
Los periódicos, sobre una butaca,
son como un animal de compañía
que yace, indiferente, dormitando.
La soledad es una geografía.
No conmemora nada.



Joan Margarit
en Misteriosamente feliz.
Visor.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Fragmento de La novia de Wittgenstein


Soy el símbolo escrito la línea de un antílope con patas de semántica que surge del poema que huye de su cuerpo que salta y no se encuentra pues la huella que escribe es la caligrafía que ahora mancha de letras la planicie borrada y sólo ve el aroma de cascos en la nieve o entre la hierba seca que nade de mis ojos


Dolan Mor
en La novia de Wittegenstein
Nausicaä. Colección La rosa profunda.
XXIV Premio Poesía Barcarola

jueves, 7 de octubre de 2010

Comentarios a las obras del autor


EL AUTOR EN INGLATERRA
LITOGRAFÍA SOBRE IMITACIÓN DE PAPEL JAPONÉS
IMPRESIÓN DE PRUEBA (54,8 x 32 CM)

"En los años ochenta, el autor y otro grupo de personas se reúnen en torno a un espacio experimental al que bautizan con el nombre de "Inglaterra". Para comunicarse dentro de los límites de este espacio imaginario desarrollan una lengua a la que llaman "inglés", muy parecida al inglés convencional pero con la inclusión de palabras inventadas para la ocasión. Cuando, a petición de las verdaderas autoridades inglesas, la policía los desaloja de esta Inglaterra de pega, el autor pronuncia la famosa frase "That´s all, folks", que pronto se convirtió en un emblema para otros idiotas."

AUTORRETRATO FUMANDO
ÓLEO SOBRE LIENZO (207 x 183 CM)

"Las preferencias del autor por imágenes que nos recuerdan a otras imágenes podrían ser una resolución del azar o una perturbación temporal, pero nunca un plagio. Según el autor, este método arbitrario de composición artística es "bueno para mí y bueno para los míos, y ningún juez tiene derecho a decirme lo contrario, aunque acato el veredicto y pagaré todo lo que se me reclama".


AUTORRETRATO CON SOMBRERO
PUNTA SECA (79,7 x 64,1 CM)

"El autor puede pasarse horas hablando de su trabajo. De hecho, el autor prefiere hablar de sus obras que crearlas. "Crear es secundario para mí. Prefiero exhibirme en un café -ha dicho en más de una ocasión-. Como no me siento obligado a pintar, puedo hablar indefinidamente. Tanto como quiera. Aunque me cueste dinero. Prefiero perder dinero antes que irme a pintar.". Durante mucho tiempo, la única manera de obtener producción artística del autor era secuestrándolo y encerrándolo en su propia casa, habiéndole desprovisto antes de cualquier otro accesorio que no fueran folios y lápices o pinturas, etc. Incluso de esta manera, si uno pegaba la oreja en la puerta de su domicilio, se le podía oír hablar solo durante horas."

Fragmentos de Comentario a las obras del autor.

Carlo Padial
en Dinero gratis.
Libros del silencio.

viernes, 17 de septiembre de 2010

El mensajero de los astros


Dios para los que cantan en el pájaro,
Dios para los que tienen siete labios.
JUAN EDUARDO CIRLOT.

Y sin embargo yo, Galileo Galilei, músico por vocación, he oído las moscas de la eternidad alrededor de cuanto aún es posible contar con los dedos. Tengo razones para pensar que el alma es una bola de plomo que oscila en el temor como sombra de un péndulo. Tuve motivos sin haberlos soñado. Imaginé la edad del hexágono, oí su vibración bajo los ojos de Homero. Conozco la fórmula de la nieve, en cada sótano de su geometría he alimentado una lámpara. Yo Galilei, arrodillado ante las estrellas del gorro de Merlín, abjuro de haber cavado en la realidad hasta hallar la mortaja a la novia de las serpientes. Dejo la hipótesis de mis únicos bienes al campesino de las matemáticas. Reniego de los carbones etruscos donde enciende su reino la sonrisa de cuantos permanecieron sordos. He sembrado mi falsedad en el colegio de la muerte. No hay sin embargo que valga. Quede para Giulia Ammannati di Pescia, mi madre, la voz que maldigo, y el gesto de la torre de Pisa.

Juan Carlos Mestre
en La casa roja.
Calambur, 2008.

viernes, 18 de junio de 2010

Kampa


Desde aquella mañana
estoy corriendo
camino de Praga.
Se me caen los días de las manos,
me resbala la vida,
y siento
que el universo
recoge para mí sus estaciones,
el viento del otoño,
las nieves y los fríos del invierno
doblados como sábanas
en el armario oscuro
del devenir.
Busco en mi propia imagen la belleza de antaño,
y voy tirando al paso
los gestos que no tienen
la pura transparencia de la flor del almendro.
Deshilo los ropajes que me esconden,
me deshago del lastre de mi cuerpo.
Quiero llegar desnuda,
para que nada entorpezca nuestro encuentro.
Vacía de mí misma,
para acoger todo tu sufrimiento.

Y me viene todo el llanto
a los ojos
al pensar en tu puerta
cerrada de tres vueltas.

Clara Janés
en Poesía erótica y amorosa.
Vaso Roto Poesía.

lunes, 14 de junio de 2010

En el café de la juventud perdida


Se había hecho demasiado tarde para coger el último metro. Nada más pasar el café, había un hotel cuya puerta estaba abierta. Una bombilla desnuda iluminaba unas escaleras muy empinadas con peldaños de madera negra. El vigilante nocturno ni nos preguntó los nombres. Se limitó a decirnos el número de una habitación en el primer piso. "A partir de ahora, a lo mejor podríamos vivir aquí", le dije a Louki.
Una cama individual, pero no nos resultaba demasiado estrecha. Ni visillos ni contraventanas. Habíamos dejado la ventana entornada porque hacía calor. Abajo había callado la música y oímos carcajadas. Louki me dijo al oído:

-Tienes razón. Deberíamos quedarnos siempre aquí.

Imaginé que estábamos lejos de París, en algún puertecito del Mediterráneo. Todas las mañanas, a la misma hora, íbamos por el camino de las playas. Se me ha quedado grabada la dirección del hotel: calle de Le-Grand-Prieuré, 2. Hotel Hivernia. Durante todos los años cetrinos que vinieron a continuación, a veces me pedían mis señas o mi número de teléfono, y yo decía: "Lo mejor será que me escriban al Hotel Hivernia, en el número 2 de la calle de Le-Grand-Prieuré. Y me harán llegar la carta". Debería ir a buscar todas esas cartas que llevan tanto tiempo esperándome y que se han quedado sin responder. Tenías razón, deberíamos habernos quedado siempre allí.


Patrick Modiano
en En el café de la juventud perdida.
Anagrama

jueves, 10 de junio de 2010

Mapas

Foto de José Jacobo Campuzano


Las manos de mi abuela eran mapas
que un experto en sutiles geografías
no podría ignorar, por su misterio.
Si me fijaba bien, sobre su ajada superficie
podía ver los ríos sin caudal
cruzar de lado a lado
como afluencias de luz que deslumbraban.
Y el muchacho que entonces las miraba orgulloso
por saberse una parte de aquel mundo,
pensaba que en el brillo de aquellos secadales
se cifraba el destino
que la vida, celosa, le tenía asignado.

Los mapas se mostraban quebradizos;
estaban hechos de una frágil materia
-semejante a los pétalos de secas amapolas-
y daban cuenta de un desierto
que tiempo atrás fue espacio
de huertas y humedales,
de haciendas generosas, campos fértiles.
Sus dedos eran largas y encorvadas penínsulas
rodeadas por mares de desolada bruma.
Si aquellas manos se giraban
-como gira la Tierra
por mostrarle a la luz su otra cara-,
había leves cordilleras
y mesetas muy áridas por el sol consumidas,
regiones devastadas por los años
que guardaban vestigios
del rastro imaginado y las ruinas
de lo que, alguna vez, fue un paraíso
de belleza sin límite.
Sé que en alguna parte
de aquella antigua orografía,
bajo el tiempo y la sombra
de aquella piel sembrada de infortunios,
se escondía un tesoro.
Yo las miraba atentamente
tratando de encontrar la marca que en el mapa
señalara el lugar donde yo descubriera
la razón de vivir y su sentido.
Pero en vano indagué,
porque aunque siempre tuve la certeza
de que ella escondía con cuidado
aquel secreto preciosísimo,
jamás nos dijo nada
para que así siguiéramos buscando
la promesa del oro que legara su sangre.

Mantengo la esperanza
de poder encontrarlo en los mapas que hoy
me revelan las manos
gastadas de mi padre.
O por qué no en las mías.


Ginés Aniorte
en Nosotros.
Renacimiento.

miércoles, 2 de junio de 2010

El arte de agarrarse


Nuestro desvelo es nuestro bosque
Blanca Varela


Cuando tiendo los brazos, las crestas de la noche
me hieren en las manos.
El arpón
del capitán Ahab fue su asidero,
cuando cruzó la oscuridad
siguiendo una blancura detrás del horizonte,
entrevista, incierta, deslizándose a la sombra.

Noviembre ruge mientras termino este libro,
como un ciego termino de escribir
tanteando la noche.
Y lo que toco
al alargar los brazos es mi esposo
dormido con su larga espalda,
como de galgo blanco
saliendo por encima de las mantas,
encima de los restos del invierno;
cuando se marche
también su claridad será un filo en la sombra,
incierto animal deslizándose
a la sombra, imaginado
para describir el desastre,
los filos de sus crestas me cortan al asirme.

Desconfío, noviembre ruge.
Ya sé lo suficiente
para terminar este libro,
pero de qué hablará.

Escribo encima de mi esposo,
transformando en mi cuerpo las palabras
y lo lanzo contra la noche.

Cristina Morano
en El arte de agarrarse.
La Bella Varsovia.

lunes, 12 de abril de 2010

La infancia

Niño con peonza de Juan Bautista Oudry



A mí también me enseñaron a no gritar,
a no escuchar las conversaciones de los vecinos,
a cerrar bien las cortinas y, por la noche, las persianas,
a guardar el miedo dentro y no mostrar nada,
a sentir siempre para dentro.
Me mintieron
y la infancia feliz que no viví
es irrecuperable.

José Manuel Gallardo Parga
en Límites.
Colección Melibea. Talavera de la Reina.

domingo, 11 de abril de 2010

Hainuwele


Para oírte
no necesito el silencio
ni los encantamientos ni los sueños
ni tampoco beber la fuerza blanca
de un toro
mezclada con su sangre.
No necesito rodearme
de grandes caracolas (donde dicen que sueñas en voz alta)
ni dibujar
con la saliva de los múrices
las señales grabadas por el rayo en las peñas.
Es tu voz la que atraviesa los poros de la noche,
se expande y crea el horizonte
y nos sostiene
como la piel del gran búfalo negro sostiene las estrellas.
Ni tan siquiera necesito oírte: tu voz planea como un águila
y hace la luz cuando me cubre.

___________________

La sombra de una flor movida por el viento:
eso eres tú, cuando el sol resplandece.
La sombra de una flor movida por el viento:
eso soy yo, cuando las nubes pasan.


Chantal Maillard
en Hainuwele y otros poemas.
Tusquets Editores. Nuevos textos sagrados.

viernes, 9 de abril de 2010

Pulga de Pablo Albo


De pequeño debí ser terrible. Siempre que íbamos al mercado me ponía pesadísimo:
-¡Yo quiero una mascota! ¡Yo quiero una mascota!

Un día mi madre, harta de mis llantos, de mis gritos y de mí, cogió un huevo:
-Toma, para ti. Pero tienes que cuidarlo mucho, es muy frágil. Acabas de adquirir una gran responsabilidad. Se llama Charly.
Me pilló de improviso. Yo me refería a los conejos enjaulados que no se dejaban tocar cuando metías el dedo entre los barrotes, pero me conformé. Creo que fueron las palabras graves y solemnes de mi madre “una gran responsabilidad” y el hecho de que tuviera nombre lo que me convenció.
A pesar de que no era muy divertido, lo traté con cariño. Intenté enseñarle a acudir cuando lo llamaba, sin éxito aparente. Lo acaricié a menudo y lo tapé bien con una mantita por las noches. Mis padres me miraban preocupados.
Un día desapareció. Yo estaba castigado por cortar la ropa de cama para hacerle mantitas a Charly y no pude buscarlo fuera de mi habitación. Mi tristeza era infinita.
Odié a mi madre hasta que mostró indulgencia. Qué buena persona, a pesar de que me había castigado ella misma, para consolarme me trajo a la habitación aquella noche una tortilla francesa que estaba riquísima.


Pablo Albo
en 101 pulgas
libro aún inédito.

martes, 23 de febrero de 2010

Aire Nuestro


Me encantaba Raquel Welch, cuántas veces le soplé en el sexo cuando tomaba el sol desnuda en las playas de Miami. Ella se creía que era el maravilloso viento del Atlántico, pero era yo, Ernesto Guevara, el fantasma solitario, dando vueltas por el mundo, por la realidad del mundo. Le soplaba el sexo y el cabello, y las piernas, y ella sentía una gran felicidad, se sentía plena, radiante. Raquel era un arquetipo. Raquel era como la madre de la Humanidad, el gran sueño, la gran dignidad, o algo así. Verla desnuda ha sido una de las cosas más hermosas de esta estresante vida de ultratumba. Y lo más increíble: guardaba sus hermosos pechos en una camiseta con mi efigie. Detrás de mí, iban los pechos más perfectos de la creación.

Manuel Vilas
en Aire nuestro.
Alfaguara.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Otras canciones


LA NOCHE


La noche no era el sueño
era su boca
era su hermoso cuerpo despojado
de sus gestos inútiles
era su cara pálida mirándome en la sombra
La noche era su boca
su fuerza y su pasión
era sus ojos serios
esas piedras de sombra
cayéndose en mis ojos
y era su amor en mí
invadiendo tan lenta
tan misteriosamente
____

YA NO


Ya no será,
ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa, no te tendré de noche
no te besaré al irme, nunca sabrás quien fui
por qué me amaron otros.

No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca
ni si era de verdad lo que dijiste que era,
ni quién fuiste, ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido vivir juntos,
querernos, esperarnos, estar.

Ya no soy más que yo para siempre y tú
Ya no serás para mí más que tú.
Ya no estás en un día futuro
no sabré dónde vives, con quién
ni si te acuerdas.

No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte. No te veré morir.




Idea Vilariño
en Poesía completa.
Editorial Lumen.

Fiesta en la oscuridad


Algo como un remoto mar ha puesto
en el amor su canto. Sé en qué fruto vencido,
sobre qué oscura rama, silenciosos, alegres, hondos,
cuando la dolorosa
simiente de la vida inútilmente cuaja
y en silencio es su música, en qué dolor, sobre qué río
tembloroso y amargo, vendrá la muerte.
Yo sé en qué sueños
somos otros, en qué perdido aliento
suena la poderosa madurez de la vida, en qué noche, sobre qué amor
es su sonido y es su fiesta hermana.
Para nosotros nunca son sus notas
luminosas y alegres, nunca
la compañía de la vida viene aunque la amemos, aunque anidemos
junto a su canto hermoso. Sube la soledad a la más triste
inocencia del hombre, y allí es el cauce y la pasión, el rastro
donde una luz de tembloroso gesto o duro olvido, canta y puebla a la sangre
de juventud efímera. Iluminada por la muerte, acaso sea su llanto
solo sobre la vida. Como castigo el trino de su sombra nos vence. Tiembla la duda
de vivir o morir. Y todo como
una larga esperanza, una injusta esperanza, está dispuesto.


Diego Jesús Jiménez
en Fiesta en la oscuridad.
Bartleby Editores.

martes, 5 de enero de 2010

el placer de leer a una amiga


EL DÍA QUE MILÚ INVENTÓ A TINTÍN

Mon semblable, mon frère
Baudelaire

He sido un árbol que crece hacia el origen.
El viejo roble erguido sobre su propia sangre.
Porque es sólo de ida el recorrido,
la soledad me viene siguiendo desde lejos.
Entonces tú la arrancas con los dientes.
Tu asombro persistente me rescata,
tu latido uniforme de certeza.

Miro la playa inmóvil de mi nativa Ítaca
los viñedos benéficos salpicando la tierra
miro mi casa azul en la colina
gota de agua salada sobre el polvo.
Está muda, ya todos se han marchado
los años han barrido el rastro de mi espada.
Menos tú, dulce Argos,
hermano, semejante,
pequeño compañero.
Menos tú que me esperas solo, para morir
igual que un semidiós que sabe que envejece.

Somos el mismo aliento en cuerpos simultáneos.
Los campos de mi alma yacen bajo tu pelo.
Ladras mi mismo idioma.
Hasta mi hambre compartes porque te pertenece.
No me pidas que olvide tus dos ojos de lago.
Dime una última vez que existe la pureza.
_______


TRADICIÓN ORAL


Me gusta amarte hincada de rodillas.
Aquí, tand esde abajo, tan cerca de la tierra
reclamo el palpitar de tu cuidado
y centro de mi delicia en el transcurso.

No es de extrañar que el mundo sea redondo.
¿Qué forma iba a adoptar, sino la de mi boca?


Raquel Lanseros
en Croniria.
Hiperión.

lunes, 4 de enero de 2010

Muy lejos de aquí


Hay una ciudad muy lejos de aquí, dulce y secreta,
donde los años de alegría son breves como una noche;
donde el sol es feliz y el viento es un poeta,
y la niebla es fiel como mi espíritu.

El Oriente dejó allí su sangre de rosas,
la media luna cálida de su menguante eterno,
y más allá de un gran silencio de persianas cerradas,
un río profundo que atraviesa de noche la estación más fría.

Hasta sus viejas calles llenas de entusiasmo, sin saber
de qué siglos, llega un gris de amor y de incienso;
el tañido de las campanas tiene allí un alma viva
y su latido es libre como el corazón de los niños.

Allí, más hermosos que los parques en primavera,
los campos humildes y alegres se abren al atardecer,
y en este su gran reposo, se adelgaza tanto el alma
como en medio de la vasta paciencia del mar.

Ahora nada llama en mi corazón con más ternura
que aquellos caminos hondos de chopos y cañaverales.
Su recuerdo deja una pesarosa estela a mi paso;
vuelve a mi hombro la mano grave de mi padre.

Màrius Torres
en Antología.
Pre-textos.