lunes, 26 de marzo de 2012

Dos poemas de Las siete edades

Foto de García Alix: Paraíso Formentera


AGOSTO


Mi hermana se pintaba las uñas de fucsia,
con un color que tenía nombre de fruta.
Todos los colores tenían nombres de alimentos:
escarchado de café, sorbete de mandarina.
Nos sentábamos en el jardín a esperar que nuestras vidas reanudaran
el ascenso interrumpido por el verano:
triunfos, victorias para las que la escuela
era una suerte de práctica.

Los profesores nos sonreían, mirándonos con
superioridad, al concedernos la distinción.
Y en nuestra cabeza, éramos nosotras las que les
concedíamos una sonrisa de superioridad.

Teníamos la vida almacenada en la cabeza.
Aún no había empezado: ambas estábamos seguras
de que cuando empezara lo sabríamos.
Seguramente no era esto.

Nos sentábamos en el jardín trasero, observando cómo cambiaban nuestros cuerpos:
de un rosa brillante al principio, después bronceados.
Yo me pasaba aceite para bebés sobre las piernas; mi hermana
frotaba quitaesmalte sobre las uñas de su mano izquierda,
probaba otro color.

Leíamos, escuchábamos la radio portátil.
Obviamente la vida no era esto, estar sentadas
en coloridas sillas de jardín.

Nada estaba a la altura de los sueños.
Mi hermana seguía probando para encontrar un color de su gusto:
era verano, todos eran escarchados.
Fucsia, naranja, madreperla.
Alzaba la mano izquierda ante sus ojos,
de un lado a otro la movía.

Por qué era siempre así...
los colores tan intensos en sus envases de vidrio,
tan definidos, y en las uñas
casi exactamente iguales,
una tenue película plateada.

Mi hermana sacudió el envase. El naranja
no dejaba de acumularse ene el fondo; tal vez
ese fuera el problema.
Lo sucedió una y otra vez, lo alzó a la luz,
estudió las palabras de la revista.

El mundo era un detalle, una cosita que aún
no estaba exactamente bien. O como una ocurrencia de último momento,
todavía rudimentaria o aproximada.
Lo real era la idea:
Mi hermana añadió otra capa, acercó el pulgar
al envase del esmalte de uñas.
Seguíamos creyendo que veríamos
disminuir la diferencia, aunque en realidad persistía.
Cuando más tenazmente persistía,
tanto más intensa nuestra convicción.


LA MUSA DE LA FELICIDAD


Las ventanas cerradas, el sol que asoma.
El sonidos de unos pocos pájaros;
el jardín empañado por un ligero vaho de humedad.
U la inseguridad de la gran esperanza
esfumada de repente.
Y el corazón aún alerta.

Y mil pequeñas esperanzas que nacen,
no vuelvas pero sí recién admitidas.
Afecto, comer con amigos.
Y la estructura de ciertas
tareas adultas.

La casa limpia, en silecio.
La basura que ya no es necesario sacar.

Es un reino, no un acto de la imaginación:
y todavía muy temprano,
se abren los capullo blancos de penstemon.

¿Es posible que por fin hayamos pagado
con suficiente amargura?
¿Que no exija sacrificio,
que la angustia y el terror se hayan considerado
suficientes?

Una ardilla corre sobre el cable del teléfono,
con una corteza de pan en la boca.
 Y la estación demora la llegada de la oscuridad.
De manera que parece
parte de un gran don
que ya no hay por qué temer.

El día despliega, pero muy gradualmente, una soledad
que ya no hay por qué temer, cambios
leves, apenas percibidos...
el penstemon que se abrió.
La posibilidad
de seguir viéndolo hasta el fin.

Louis Glück
en Las siete edades.
Editorial Pre-textos.
Traducción de Mirta Rosenberg.



martes, 20 de marzo de 2012

He turned the water into wine

Un mediodía del mes de agosto del año 2002, los escritores más o menos españoles José María Pérez Álvarez y Manuel Vilas pasean por el casco viejo de Santiago de Compostela. Entran en bares y beben Viña Costeira. Vilas se queda absorto mirando a las cigalas y a los percebes y a las langostas y a los centollos y a las nécoras que exhiben en los escaparates de las marisquerías compostelanas. Vilas saluda a las langostas. Pérez Álvarez se queda perplejo ante la actitud de Vilas. Es la primera vez que se encuentran, y no entiende muy bien Pérez Álvarez la fascinación de Vilas ante esos bichos y menos que les hable como si fuesen vacas o caballos o perros o gatos o periquitos. Sin embargo, hay algo en la fascinación de Vilas ante las cigalas y las langostas que le recuerda a su infancia, a la propia infancia de Pérez Álvarez. De repente, Pérez Álvarez es feliz mirando a su nuevo amigo. Piensa que su nuevo amigo esta bastante pirado, y eso le reconforta. Piensa que su nuevo amigo ha debido de salir, casi seguro, de un Seminario, o de una célula de un nuevo partido comunista reunificado. También piensa Pérez Álvarez que es casi seguro que todos los nuevos amigos que le quedan por conocer van a ser así, como Vilas, y eso le inquieta, porque ve en ello un designio. Su nuevo amigo no se entera de nada porque solo tiene ojos para el marisco. ¡Qué maravilla!, grita Vilas. Comamos esos bichos, dice Vilas. No dejemos ni uno. Comámoslo todo. Entran Pérez Álvarez y Vilas en una marisquería compostelana y se piden un arroz con bogavante y vino blanco de Orense. Llevan herramientas en las manos para luchar contra las patas del Bogavante. Vilas come como un revolucionario del siglo xx y sigue hablando con los bichos que se come. A Pérez Álvarez le hace infinitamente feliz ver a un hombre disfrutar así de la comida y mantener largas conversaciones con bichos fantasmagóricos. Y otra vez vuelve Pérez Álvarez a recordar su infancia. Ebrios y felices, hablan del mundo y de la muerte. Hablan del regreso del comunismo, de la Utopia que se cierne sobre el mundo, del mundo convertido en una sola nación, una nación convertida en una botella infinita de Viña Costeira. Están conspirando contra el orden. La literatura que escriben es una conspiración neo-comunista, prosoviética, promusulmana y prehispánica. Hablan de William Faulkner y de Gaspar Melchor de Jovellanos, que también eran neocomunistas. Saben que son dos desesperados , pero saben también que la desesperación es una de las caras del Bien Absoluto, de la Revolución Incesante, quizá la cara mas hispano-soviética. Ahora saben que son amigos. Son dos comunistas de ellos mismos. Son dos grandes comunistas de la literatura española. Su comunismo les matara. A Vilas le cuesta darse cuenta de eso, porque sigue pensando en comer algo más, tal vez una tarta de Santiago. Luego toman licor de café en abundancia.

Dos días después, Pérez Álvarez y Vilas alquilan dos motos y se van desde Santiago de Compostela a las playas de Carnota. Se han comprado también dos camisetas, en donde se lee este lema "I Love Jackson". Aparcan sus motos de alquiler con cuidado, al lado de una iglesia en donde se esta celebrando una boda. E1 novio es negro. La novia es gallega. Vilas y Pérez Álvarez saludan a los novios. Les gustaría repartirles una octavilla en donde se explicase con detenimiento el regreso del Eurocomunismo. Vemos ahora a Pérez Álvarez y a Vilas caminar por la inmensa playa de Carnota. Hace mucho viento. E1 viento es glorioso.

E1 cielo se oscurece. No parece agosto. Parece febrero, parece el fin del mundo. Las olas se agigantan. Empieza a llover. Es el fin del mundo. Tal vez todo este espectáculo de la naturaleza este anunciando el regreso del eurocomunismo, o el regreso de Lenin, o el de Cristo. Mejor el de Cristo, dice Pérez Álvarez, por lo del milagro del vino, añade. Como José María Pérez Álvarez es mas bien menudo, una monstruosa ráfaga de viento lo levanta del suelo y quiere llevárselo hacia las olas salvajes e inhumanas del mar de Carnota, pero entonces Vilas, dando un salto hacia arriba, como si fuese una cabra montesa saltando penas arriba, coge la mano de su amigo con mucha fuerza—cuando ya su amigo estaba a casi dos metros de altura sobre el suelo, a punto de ser un pájaro en mitad de la tormenta del capitalismo universal—y le dice: <>, y hace descender a su amigo de la negrura del aire de arriba y deposita el cuerpo de José María otra vez sobre la arena blanca de la playa de Carnota. Luego Vilas y Pérez Álvarez cenan sardinas asadas en un chiringuito lejos de la playa, pero al lado de un hórreo. Vilas se come las sardinas con las espinas. Entiende que comerse las espinas es un acto político. Pérez Álvarez se queda mirando como su amigo devora peces con espinas e intenta ver la soflama revolucionaria o tal vez literaria que ese acto encierra. A Jose María Pérez Álvarez le gustaría repetir el milagro de la multiplicación de los peces, más que nada para que su amigo saciara su hambre milenaria de una vez por todas. Qué te parece si volvemos otra vez a la playa y andamos un rato sobre las aguas, como hizo Jesucristo, dice, finalmente, José María. 

Mejor con las motos, conduzcamos las motos sobre el agua, dice Vilas.


Manuel Vilas
en España.
DVD Ediciones.