domingo, 26 de julio de 2020

Sharon Olds: Dos poemas de Los muertos y los vivos.

HIJO

De vuelta a casa desde el bar sólo para mujeres,
entro en el cuarto de mi hijo.
Duerme -bella cara con pecas
echada hacia atrás, el perfil escarlata de su boca
ensombrecido y aromático, sus pequeños dientes
con un brillo mate y lácteo en el oscuridad,
sus opalinos párpados temblando
como alas de insecto, las manos cerradas
 en mitad de la noche.
                                       Hágase suficiente
espacio para esta vida: la cabeza, los labios,
la garganta, las muñecas, las caderas, el pene
las rodillas, los pies. Que no quede ninguna parte
sin alabanza. En todo nuevo mundo en el que nos adentremos,
llevemos a este hombre con nosotros.


PREADOLESCENTE EN PRIMAVERA


A través de la puerta de cristal, tan fina como leve escarcha en el estanque,
mi hija me llama.
Está chupando un hielo, hay un taza con cubitos
a su lado que brillan y se van separando.
El sol se refleja en su pelo oscuro como la
tierra compacta de un pinar,
el olor de la resina reciente asciende como el
olor a sexo. Salta desde el porche y
corre por la hierba, sus nalgas como un albaricoque
aún sin madurar. Regresa, el pelo
humeante, la cara fresca y límpida,
piel así de vida, con el blanco translúcido de la
vaina del algodoncillo. Pesca
con la lengua otro cubito de la taza.
A nuestro alrededor las briznas aplastadas de los bulbos
brotan desde dentro de la tierra.
Sobre nosotras los capullos se abre. Yo me aferro
a esta niña que está a mi lado, y ella
apoya su cuerpo en mí, su peso,
sus capas aún plegadas, su fragancia sólo
a medio liberar, pero el hielo ahora rápidamente
se derrite en su boca.


Sharon Olds
en Los muertos y los vivos.
Bartleby Editores.
Traducción de J.J. Almagro Iglesias y Carlos Jiménez Arribas.


martes, 21 de julio de 2020

Diego Sánchez Aguilar Primera reflexión sobre la nieve

El cielo ya no es nada.
Y de la nada emergen las cenizas, 
blancas y lentas, exiliadas del tiempo.

No nos pertenece el milagro, ni e lejano incendio.
Pero, por un instante, nos cubre la alegría 
aunque solo acertemos a decir:
Mira, está nevando.

Esta felicidad en silencio, 
esta nostalgia de lo que no hemos conocido 
y sin embargo aparece ante nosotros, 
de la nada, sobre el asfalto.

Hasta que los coches la convierten en barro 
y todo vuelve a su sitio 
como un reloj que vuelve a funcionar de repente, 
un apagón que se arregla demasiado pronto.

Cuando todo esto arda, 
cuando tú y yo ardamos de frío, 
sobre qué otros campos caerán estas cenizas del invierno.
En qué otros mundos mirarán  al cielo vacío 
y verán aparecer de repente los copos ingrávidos, 
como un don que no han perdido.



Diego Sánchez Aguilar
en La cadena del frío.
La estética de fracaso.

NatxoVidal: poema de Así termina.

También
hay quien aguarda, sin embargo,
hallar lo inesperado en el cantar
de los gorriones.
Y con la esperanza
pasa la vida entera,
oyendo ese cantar monótono,
repetido, de pájaro
obrero.
Confío,
dirá en su juventud,
en el futuro:
ese lugar donde los pájaros
cantan de otra manera.
En su vejez dirá
recuerdo los gorriones
hermosos de mi juventud.

Crece la hierba.
Hay muchos caracoles.















Natxo Vidal
En Así termina.
Frutos del tiempo.

lunes, 6 de julio de 2020

María Elena Higueruelo:Cosecha el día

DICHOSO aquel que en la edad última
torne a las cenizas luminosas del origen
y halle entre las pavesas una rosa.

                                Esta rosa: ¿acaso existe
o no es más que la sombra de un espectro?
Dichoso aquel que en la rosaleda encuentre
el modelo de lo que un día fue materia.

¿Dónde? ¿Dónde están aquella esa
esta rosa cuyo brillo
ya se huele tras el borde
de la noche incandescente?
El lugar ideal es la memoria
que de estas tres rosas hiciera un ramo.

Dichoso aquel que no vivió
cada día como el último:
en el último día, como Booz,
cogerá las rosas sin ser virgen.

Cosecha el día: siembra el sol
que en el horizonte florezca
y riegue la rosaleda en un destello.
Cuando pasado y futuro se fundan
en el instante -afilado hilo de luz-
brotará la flor que descierra
la puerta de los días eternos.


María Elena Higueruelo
en Los días enternos.
Adonais, Ediciones Rialp.