viernes, 19 de octubre de 2007

Dos poemas de Siri Hustvedt

No había cameras y la casa no hacía ruido. Los grillos, constantes y caóticos, conforman un millón de voces al anochecer. Ahora este es mi país, dijo él mientras conducía a través de las llanuras deshabitadas de Dakota del Sur, con el lino azul y el maíz creciendo coma siempre, donde uno puede ver hasta el infinito. Este es el país de mí padre, extremado y ventoso, ardiente o insoportablemente frío, y en primavera, la violencia de los capullos rotos y la corteza extraña de los sauces blancos, la presencia diminuta de flores silvestres en el musgo húmedo es la vista que elijo, cerca del suelo, con una mejilla en el fango junto al riachuelo y después dormitando con el ruido de los grillos. El día que me miré al espejo no sabía que cuando uno besa es imposible ver nada; ciega la proximidad a medida que una cara penetra la otra. Es breve y sólo queda el estremecimiento del recuerdo mientras recorro la calle. El azafrán nace pronto en primavera, abre rápido y al poco tiempo se marchita.

________

En el cielo la princesa llora sobre el cuerpo del príncipe ciego. Caen dos lágrimas dentro de sus ojos y él puede ver. El rescate. Las lágrimas. Cuéntamelo otra vez. El pelo que cae de la torre. Dejo descansar el libro sobre tu pecho, en la cama. Siempre te leeré. Te lo prometo. Te leeré cuentos siempre, a medida que pasen los años. No te lo dije. Era lo que quería decir. Recuerdo fragmentos de historias de este libro de mi niñez, el resto está vacío. Los cisnes que se van volando. La hermana que cose flores en las camisas. El hermano menor con un ala, un ala de cisne blanco que sobresale por la camisa inacabada, las plumas tiernas, el flojel, la esposa malvada por siempre encerrada para que nadie pueda ver su cara nunca, entonces, ahora, al pasar el tiempo, junta y separada, joven y madura, enferma y matándose con la bebida en casa. Él guarda silencio. Ahora recuerdo lo que había olvidado. He olvidado pero cómo es posible que recuerde que olvido. Los entierros son casi siempre afuera, ponen a los muertos lejos de nosotros, fuera de la casa. Son omisiones, espacios en blanco en el paisaje, señalados e inscritos y llevados dentro como si estuvieran vivos. En el vacío, en el día vacío, hay cosas que se van y que vuelven sólo cuando podemos soportar el recuerdo. La cruz del santuario está vacía sobre el mantel violeta de la Cuaresma, la historia después de la muerte, después de morir, después de morir en la muerte, los que se mueren y los muertos, muertos, muertos.
Siri Hustvedt
En Leer para ti.
Bartleby Editores.

Plan para el más allá

...Y me acordé también de un día no muy lejano en el tiempo, de un día en el que, tras dos jornadas seguidas de parranda, desperté en casa a las ocho de la tarde y sentí -como no he sentido nunca- el temple puro y sosegado de una recién inaugurada vida convaleciente que intuí que, gradualmente y en pocas horas, me iba a conducir a una inquietante plenitud física. Era como si acabaran de prometerme un in crescendo hacia la recuperación total, una ascensión hacia un trampantojo de bienestar. "Nadie disfruta tanto de la vida como el convaleciente", escribió Walter Benjamín.

A la espera de aquella plenitud hacia la que ascendía mi estado de convalecencia, me puse a revisionar en vídeo una película que siempre he admirado (Eyes Wide Shut, de Stanley Kubrick), y muy pronto sentí un latigazo fuerte en esa escena en la que el protagonista -sin mucho convencimiento, más bien andando a la deriva- regresa a su casa por las calles de un Nueva York que en realidad yo sabía que era un gigantesco escenario montado en un estudio cinematográfico de Londres.


Sentí que era yo quien regresaba a casa por esas calles de Nueva York de cartón-piedra. A veces miraba hacia el horizonte y me decía: "Yo vivo por allí". Y me di cuenta de que mi secuencia literaria preferida venía siendo,
desde hacía ya unos cuantos años, la de un hombre paseando por una ciudad para él desconocida, pero en la que sin embargo tenía un domicilio. Aunque a la deriva, el hombre caminaba en realidad siempre de vuelta a casa. No sabía exactamente quién era, pero volvía a casa, una casa que sentía suya, pero que del todo no lo era. Y me acordé de Walter Benjamín y su curioso método de investigación de la realidad, basado en el extravío y la deriva. Y estando en todo eso, me vino a la memoria la voz del cantante Van Morrison, mi músico preferido: una voz que siempre me pareció que representaba (tal vez porque la abarcaba) a la humanidad entera: la solitaria voz del hombre.

Esa inolvidable sensación de extrañeza y deriva volví a recuperarla días después cuando en una entrevista le preguntaron al escritor español J. A. González Sainz por qué vivía en Trieste y él contestó así: "Más quisiera yo saberlo. Y ese no saber es una buena razón. Me siento extraño aquí, extranjero, distante, y sentirse extranjero en el mundo creo que es una de las condiciones de la escritura, habitar el mundo de una forma un poco esquinada. Cuando regreso en tren ya de noche de mis clases en Venecia y veo al final del viaje las luces de Trieste allí en el fondo, como atenazadas a la espalda por la oscuridad de las montañas del Carso, con Eslovenia atrás y a la derecha la línea de las costas de Istria, y me digo "ahí está tu casa", "allí es donde vives", se me genera una sensación de extrañeza, de no pertenencia sino de paso, con la que me llevo bien y que creo que es fundamental para esa forma de vivir que es escribir".


Enrique Vila-Matas
en El País del 17/01/2006

Exploradores del abismo

Más que precipitarse, mis exploradores se detienen en ciertos umbrales y, antes de despeñarse, se dedican a diseccionar el abismo, a estudiarlo. Tienen en el fondo un sentido festivo de la existencia, y uno juraría que han oído estos versos de Juarroz que encontramos en su Poesía Vertical:

A veces parece
que estamos en el centro de la fiesta
sin embargo
en el centro de la fiesta no hay nadie
en el centro de la fiesta está el vacío
pero en el centro del vacío hay otra fiesta.

Mientras voy hacia esa otra fiesta dejo que mi vida transcurra acompañada de un sereno, apacible tedio. Discreción, geometría, elegancia y calma. Ya no me agito, ya no voy por el lado más bestia de la vida, las estrellas son mapas de abismos exteriores, no tolero la soledad, temo la insidia del tiempo y de la edad, el insomnio, el temblor de los límites. Poco a poco voy conociendo aquel tipo de aburrimiento magnífico del poeta Álvaro de Campos que desde su ventana miraba perplejo el mundo todas las mañanas y decía que su corazón era "un cubo vacío".

Quién sabe si terminar un libro de cuentos no es como vaciar de golpe un cubo en el Café Kubista. Ver vaciarse todo y conocer su contenido, saber perfectamente de qué se ha llenado todo. Y saberlo en medio de un clima risueño, discreto y geométrico. Un clima en el fondo alegre. Porque mis constantes vitales de esta mañana son el sol que saluda los despertares, el descubrimiento del placer de ser cortés, la revelación algo tardía de que todo es excepcional, el despliegue de gentileza en el trato a las personas, la impresión de vivir en plena tempestad de calma, la satisfacción de haber perdido unos kilos, la gestión de la herencia literaria del antiguo ocupante de mi cuerpo, el abordaje suave de una lógica espartana de trabajo, la creencia de que los gordos son los demás, la utilización de la ironía templada como rasgo de elegancia, de tímida felicidad, en definitiva.

Enrique Vila-Matas
en Exploradores del abismo.
Anagrama.

martes, 16 de octubre de 2007

Sentimiento primaveral


AUNQUE los azafranes asomen sus cabezas en los lugares usuales,

La baba de la rana cubra el estanque con el mismo espumar verde,

Y los muchachos miren a las chicas con la misma fatuidad del año pasado

No me aburro nunca, por familiar que sea la escena.

Cuando de abajo del granero la gata trae una cría de gemelos

—Dos amarillo y negro, y uno mezcla de ambos—,

Aunque todo haya acontecido antes, no siento amargura:

Gozo la primavera, como si nunca hubiera habido primavera.



Theodore Roethke

En Poemas

Huerga y Fierro Editores.

Traducción de Alberto Girri

viernes, 12 de octubre de 2007

Como una flor bajo la lluvia

Me corté la uña del dedo

del medio

de la mano derecha

bien corta

y empecé a sobarle el coño

mientras ella estaba sentada en la cama

poniéndose crema en los brazos

la cara

y los pechos

después de bañarse.

entonces encendió un cigarrillo:

«tú sigue»,

y fumé y continuó poniéndose crema.

yo continué sobándole el coño.

«¿quieres una manzana?», le pregunté.

«bueno», dijo, «¿tú vas a comer una?»

pero fue a ella a quien comí...

empezó a girar

después se puso de lado,

se estaba humedeciendo y abriendo

como una flor bajo la lluvia.

después se puso boca abajo

y su hermosísimo culo

se alzó ante mí

y metí la mano por debajo

hasta el coño otra vez.

estiró un brazo y me cogió

la polla, giró y se volvió,

me monté encima

hundía la cara en la mata

de pelo rojo

derramada alrededor de su cabeza

y mi polla tiesa entró

en el milagro.

más tarde bromeamos sobre la crema

y el cigarrillo y la manzana.

después salí a la calle y compré pollo

y gambas y patatas fritas y bollitos

y puré y salsa y

ensalada de col, y comimos, ella me dijo

lo bien que lo había pasado y yo le dije

lo bien que lo había pasado y nos comimos

el pollo y las gambas y las

patatas fritas y los bollitos y el

puré y la salsa y

hasta la ensalada de col.



Charles Bukowski

En 20 poemas

Mondadori

Traducción de Cecilia Ceriani y Txaro Santoro.