jueves, 31 de julio de 2014

Yannis Ritsos: Fedra (inicio)




Te pedí que vinieras. No sé cómo empezar. Estoy esperando que caiga la noche,
que se alarguen las sombras en el jardín, que entren en casa
las siluetas de los árboles y de las estatuas, que oculten mi cara, mis manos,
que embocen las palabras que, sin definirse todavía, titubean -ésas que no conozco,
ésas que me intimidan.
Te pedí que vinieras sin pensarlo, sin prevenirte, sin dejarte tomar aliento,
sin que hubieras podido darte un baño, con el polvo aún prendido
a la belleza de tu rostro; (estás rojo, te lastimó el sol; no me hiciste caso,
no te pusiste el anillo que trencé para ti;) y cuánta pelusa
de las espinas silvestres llevas en el pelo...
Mira,
esto parece una bola de plumas -¡qué ligero! y aquello
evoca la pequeña mandíbula de un animal apócrifo -muerde el rizo
que te cae sobre la ceja; -espera, déjame quitártelo. Se han hecho más largos los días;
llegó pronto el calor; lo percibes en los tejidos, en la madera de los muebles, en tu propia piel
como una triste tregua.
El golpeteo del telar
es disparejo, no le basta con la alcoba, sale a la calle-
todo tiende hacia fuera; se extiende; incluso yo
pese a que vivo dentro de esta casa, pese a que mantengo los ojos cerrados
para concentrarme -lo percibo: no me basta conmigo misma; a través de mis párpados,
como si fuesen de cristal, veo lo que pasa fuera, te veo nítidamente en el bosque, veo
la curva de tu cuello cuando bebes agua de la fuente; yo creo que
lo exterior va penetrando en nosotros -lo aceptamos como al destino-
y de pronto nos llenamos hasta la asfixia; entendemos el vacío anterior; un vacío
que ya no es soportable; (¿dónde encontrar la plenitud? Asfixia).
La santidad de la privación -
¿así decías? No recuerdo bien; (¿de la privación decías o de la negación?)
Qué palabras tan irreflexivas-
el triunfo de la voluntad, decías -¿qué voluntad? ¿qué triunfo?-
un triunfo cruel, imperdonable -un oscurísimo monte más allá del ocaso,
más oscuro que el camastro de un ciego.
No creo en la santidad
sin el pecado; -la llamo flaqueza, la llamo cobardía;-
las ofrendas a los dioses no son sino un pretexto para evitar el sufrimiento;-
son invisibles los dioses; no dan pruebas; -acaso eso es lo que pedimos;
no la santidad en sí, -sólo una sombra para ocultarnos. Lo sé:
sé que te amas en solitario cuando estás frente al espejo;
vi los rastros en tus sábanas, los olí, -en esos momentos olvidamos a los dioses.



Yannis Ritsos
en Fedra.
Acantilado.
Traducción de Selma Ancira
...

martes, 29 de julio de 2014

José María Álvarez: COMO ASEGURABA KARL KRAUS, PUEDE QUE LA MUJER...

COMO ASEGURABA KARL KRAUS, PUEDE QUE LA MUJER SEA UN SATISFACTORIO SUCEDÁNEO DE LA MASTURBACIÓN, PERO ESO REQUIERE UNA IMAGINACIÓN DESBORDANTE. Y COMO DICE SAINT-SIMON -AUNQUE CREO QUE ÉL SE REFIERE A LA DUQUESA DE BERRY-, ERA LA SIRENA DE LOS POETAS, CON TODOS SUS ENCANTOS Y TODOS SUS PELIGROS.


DEVÓRAME, hija de la gran puta.
Mientras me corro sentir tus dientes de odio
y esos ojos obscuro como topacios fríos.
Chúpamela con esos labios
párpados de la Muerte.
Que sea lo último que vea.
Devórame así,
sin quitarte esa falda
viciosa, esa bisutería infernal.

Besar tus ojos, oler tu pelo,
esas axilas donde sombrea un vello mal rasurado,
morder ese vientre omnipotente,
esos mulos ambiciosos.
Así, como estás.
Entrar en tu coño
como debieron adentrarse
en la luz de Asia los caballos de Alejandro.

Y entonces te das cuentas:
No le hablas a nadie. Estás hablando
solo. Ella no te escucha.
No huele, no respira, su carne no se estremece.
Es una fotografía.
el cartel de una película.

Pero hay algo en esa fotografía...
Como una mano de huelo que te estrujara
las tripas.
Una belleza nueva. La Belleza de este
siglo.
Brutal. Pero te excita.
Despreciable. PEro la
deseas.
Y ahí está. Esperándote.
Para que te encanalles en la vulgaridad,
busques a ese que también eres tú
en el sabor de lo sucio, lo turbio, lo bestial.

Diosa de polígono
Industrial, ninfa de hamburguesería, sirena
de botellón,
Dido de grandes superficies
y parkings monstruosos.
Tan brutalmente hembra de deseo.,
Esa Nada de su mirada es hermosa,
sin futuro ni pasado.
Pero Helena de Troya cuando brillan
sus muslos
en la luz de un water de discoteca,
sobre el capó de un coche bajo la Luna.

Ah la Echegui en esa fotografía.
Su talento de actriz
+ el rugido de su cuerpo
+ mise en scène por Bigas Luna
+ eso que los arrastraba
más allá de ellos mismos; esa fuerza
letal
de la sexualidad nueva, ese insecto atrapado en ámbar.
Ah la Echegui en ese cartel.
Hija del photoshop que para siempre
así la entrega a nuestros sueños más lascivos.
Neón en vena.
Esa Diosa asesina.
Una fotografía ante la que soñar
con placeres feroces.
Y masturbarse, masturbarse, masturbarse.
Oh sagrado sightseeing.




José María Álvarez
en Como la luz de la luna en un martini.
Renacimiento.

martes, 22 de julio de 2014

Cristina Morano: Los frutos


(Francesca Woodman)


Unos frutos cerrados, dispuestos en la mesa
mientras comemos, limpios,
sin una sola mancha en su piel
como una afirmación de confianza
en la perlada carne para siempre.
Me alcanzas el cuchillo con tu mano
desollada al acarrear la compra.

Somos nosotros los heridos,
los que dudan de que esta fruta
y esta comida entre nosotros
puedan seguir igual al paso de los años,
de que la plenitud sea una cosa
redonda y contundente
que brilla y que se alcanza
de una sola vez y para siempre.

Te miro morder las manzanas: me salpican
chispas de jugo verde como si todo estallara
y nada de lo que perdura nos correspondiese.



Cristina Morano
en Cambio climático.
Bartleby Editores.

miércoles, 9 de julio de 2014

A. R. Ammons: Basura (2)


Basura tiene que ser el poema de nuestra época porque
la basura es lo bastante espiritual y creíble como para

embargarnos la atención, estorbando, poniéndose por medio,
amontonándose, apestando, manchando los arroyos

de marrón y de blanco cremoso: qué otra ocas nos aparta
de los errores de nuestros ilusorios usos, no la tentación

de carecer de porquería, eso resulta remoto, y,
en cualquier caso, inimaginable, poco realista: yo nos soy un

abreboquetes o tapaboquetes: métele el dedo
a la dama (qué digo, mierda, al dique), que no derrame

el fluir de la cratividad, lo que viene aflorando, futurista,
los orígenes que fomentan la porquería: junto a la I-95, en

Florida, dond es raso el terreno como son rasos océano
y golfo, surgen montones de desechos (porque si sacas una

cosa para hacer sitio y meter otra dentro, qué ocurre con
la cosa que has sacado: lo mismo pasa con las tumbas),

se arrastran los camiones de basura como con reverencia,
como si ascendieran por zigurats hacia las altas aras

que conservan con vida gaviotas y basura, ofrendas
a los dioses de la basura, la represalia, la expectativa

realista, las deidades de ingratas necesidades:
jóvenes y refinadas lombrices de tierra, ahogadas

por lluvias primaverales en pozas de macadán, se vuelven
en día y pico blancas de humedad, redondas motas

con aspecto de esputo o cremonísismos moluscos,
crudos y machacados: si este poema no es el mejor

del siglo, acaso puede tratar del peor poema
del siglo: al menos aparece hacia el final,

y así debajo de su medida puede cundir un
largo reguero de bazofia: pero arriba, en las alturas,

un humo mínimo emana día y noche la munificencia
sacrificial hasta entoldar el cielo de marrón y encerrarnos

como en una tetera bien tapada, la sempiterna llama
alimentada por esta intendencia de acres de profundidad:

la oferta gratuita de una silla de plástico paticoja:
un harapiento atuendo deportivo: la impresión de un

mainá pringada de gelatina: cómo escribir
este poema; debería ser corto, una pequeña explosión de

dúplex, o largo, pieza que caza sin veda, llega a casa
tarde, pierde la pista y la vuelve a encontrar;

debería actuar, representarse, dar ejemplos,
ilustraciones, colores, atuendos, o intensificarse

y quedar reducido a proclama, osamenta que un corpus
cualquiera alcanzaría a rodear, o acaso no debería ser nada

de nada a menos que se encuentre a sí mismo: el poema,
que trata de la idea presocrática del

eje disposicional que va de piedra a viento y veinto
a piedra (junto con elaboraciones mías, si alguna cabe),

está completo antes de comenzar, así que no es preciso
que me apresure a abreviar, aunque cualquier lector cansado

podría concluir en breve: el eje quedará bastante
claro si se embadurna aquí y allá con un poco de tinta

o está bien afinado en toda forma o tonalidad
de su revelación: este es un poema científico,

y afirma que la naturaleza modela valores, que nosotros
inventar hemos inventado poco (hemos copiado), reflejos

de posibilidades que ya estaban aquí, donde vinimos
a parar y la forma de venir: un director sacerdotal tras el

buldózer que echa negros bufidos ladea las cosechas y
lee las aves, millones de solitarias que van circundando

una cumbre común, cayendo sobre las vetas carnosas
y los inflados panecillos (¿frailecillos?): hay un montón,

además, en la mente del poeta hasta donde se remolca
la lengua muerta para que arda entera, la energía se conserva

y cobra hechura de giros y conjuntos nuevos, y la mente
se fortalece con lo que ella misma fortalece, y es que

dónde sino en el culo mismo de una caída está
la redención, dónde sino en el rebajamiento, dónde

sino en el dolor del fracaso, la pérdida y el error discernimos
nosotros las feroces aflicciones que nos hacen girarnos,

dónde sino en los arreglos a los que el amor nos arrastra
del todo, donde no queda ni un resto de nuestros alardes

sin humillar, hallamos dulce semilla de nuevas
rutas; pero somos naturales: fue la naturaleza, no

nosotros, quien nos dio pie: aun así no estamos, aun siendo
naturales, divorciados de más altas y más finas configuraciones:

tejidos y hologramas de energía circulan en
nosotros, y buscan y encuentran representaciones de sí mismo

fuera de nosotros, de forma que podemos participar en
altas celebraciones y conocer alcances de sentimiento

y vista y pensamiento tales que penetran (realmente
penetran) lejos, más lejos que estas húmedas células nuestras,

y van alzándose y pasando nuestras historias, los planetas,
las lunas y demás cuerpos localmente hasta llegar al otro lado

del polo, odnde las formas de la materia se difunden
y la energía pierde todo medio para expresarse excepto

en cuanto espíritu: ah, sí: allí, en lo que dura, donde
dura la mente y nada más, lo eterno,

hasta que pasa a ser otra pera o pez sol,
ese destello pasajero en el ojo del pez que hace

tanto que está allí, yendo y viniendo: es el
destello de la eternidad: todo se vuelve a desenvolver,

cobra forma y la pierde, palpable e impalpable,
y  en una sola fase, la misma del dolor y del amor,

nosotros conocemos al otro, donde lo perdurable viene a
prevalecer, bien y sin trabas: ese cielo que mayormente

queremos es, sin embargo, este infernal fondo infestado
por reacción, el sobrecogedor culo del cielo: hay que escribir y

reescribir hasta que bien rescrito esté: si estoy en
contacto, dijo ella, entonces llevo delantera: qué

infernal forma de hablar es esa: no me puedo creer
que yo ya sea un simple viejo, cuya madre está muerta,

cuyo padre ha fallecido y muchos de cuyos
amigos y colegas se han ido para terminar bajo

tierra, que solo es viento con peso, o convertidos
en polvo, brisa más leve: pero es que, francamente, todo

esto era de esperar y no de desear: incluso
viejos árboles, recuerdo algunos de ellos, el lugar

donde se alzaban: las fotos tomadas junto a algunos:
y viejos perros, sobre todo uno negro, uno imperial,

los cuatrillizos con sus jerarquías (arquías como en Archie)
sucediéndose unos a otros, ladridos y retozos van pasando

hasta perderse como transparencias en un proyector: qué
eran entonces ellos que son ahora lo que son:


A. R. Ammons
en Basura y otros poemas.
Traducción de Daniel Aguirre y Marcelo Cohen
Lumen.

Tonino Albalatto: Y ya noche adentro de la noche



Y ya -de noche adentro de la noche-
yacer sobre el paisaje lujurioso
de tu cuerpo salvaje, inagotable,
y lamer largamente -con lengua
de Jagger- el origen del mundo
el Satisfaction de tu suspirar.

Y una vez consumada la canción,
dejarte dormir mientras encamino
mis pasos hacia el cuarto de baño
donde esperan tus bragas, las que tú
dejaste allí;
                  y olerlas otra vez,
olerlas con placer
                   rindiendo honores a Onán...
                   ¡Eso sí que es poesía!


Tonino Albalatto
en Con todo el barro de la vida.
Traducción de Ángel Paniagua.
Raspabook

jueves, 3 de julio de 2014

Jaroslav Seifert: Homenaje a Vladimir Holan



(Vladimir Holan)


Hay momentos en que en nuestro pensamiento
olvidamos incluso a los muertos,
cual si su eterno no ser
fuera sólo un reposar
en tranquilidad suave y sin dolor,
bajo unas flores marchitas.

Pero basta un estremecimiento de placer,
sea cual sea,
y nos aprestamos a regresar
a los problemas cotidianos.

He sobrevivido a todos los poetas
de mi generación...
Todos fueron amigos míos.
El último en morir fue Vladimír Holan.
¿Cómo no iba a sentir zozobra?:
estoy solo.

Jiri Wolker fue el primero,
era joven y tenia prisa.
¡Oh esos desdichados besos
en los labios febriles
de las muchachas tuberculosas
del sanatorio a la orilla del mar...!

Años más tarde muere Jindrich Horejsí.
Era el mayor de nosotros.
Escribía sus versos en el café repleto,
en una mesita redonda,
como un soldado, después de la batalla,
escribe a su amada las cartas
sobre un tambor boca arriba...

Josef Hora fue entre nosotros el único
en tutearse con F. X. Salda.
Entrad en su jardín
cuando empiecen a florecer los árboles injertados.
Sus impresionantes flores desprenden al sol perfume
de almendras amargas.

Frantisek Halas, compañero amado,
no nos dijo adiós siquiera.
Deseaba que sus verso graznaran
a los oídos de la gente,
pero, a veces, no lo conseguía
y cantaba.

Con un gesto brusco se marchó de repente
Konstantin Biebl.
Añoraba la ternura de las muchachas hawayanas
que son como flores vivas
y andan silenciosamente de puntillas.

Vitézlav Nezval renegaba de la muerte
y ella se vengó.
Cuando murió inesperadamente en Pascua,
como él mismo había predicho,
se partió una de las ramas fuertes
del árbol de la poesía.

En la muerte aún no había ni pensado
Frantisek Hrubín.
Al principio no sospechaba yo dónde había descubierto
las melodías de sus versos,
pero él escuchaba solamente la risa del agua
en el dique del Sázava.

Hola tardó en morir.
El teléfono frecuentemente se me caía de la mano.
En esa maldita jaula que es Bohemia,
tiraba con desprecio sus poemas
como trozos de carne ensangrentada.
Pero los pájaros tenían miedo.

La muerte quería su sumisión
mas él la sumisión no conocía
y hasta el último momento
luchó furiosamente con la muerte.

El ángel que levantaba sus brazos
cuando se desvanecía,
estaba sentado al borde de su cama
y lloraba.




Jaroslav Seifert
en Breve antología.
Traducción de Clara Janés.
Odiciones Orbis. Colección Premio Nobel.

martes, 1 de julio de 2014

Pedro Antonio Martínez Robles: Amanece (I)




ESTE ensayo de luz, esta algarada
de pájaros poblando el aire, ajenos
al ruido de los hombres,
tan fuera de lugar, tan de este modo,
tan fuera de este espacio y de este tiempo.
A veces hay un súbito silencio,
un callarse de máquinas y voces,
y se hace más patente
la presencia del agua en sus regatos,
el vuelo mudo
de las aves bajo esta luz que empieza
a sacarnos despacio de las sombras.
          Mira.
Míralo todo bien, muy lentamente,
pues aún no sé qué formas
guardará mi retina en este instante
en que deje de ser, junto a estas obras,
luz yo también, materia del olvido,
aquí,
junto al mundo que importa y no se advierte,
en estos campos, estos huertos donde,
si aplicas el oído, si escuchas
con atención, oyes crecer la hierba,
sientes crecer el higo y darse en mieles,
ofrecerse a la mano y a la boca
en un humilde ciclo donde todo
se multiplica y cesa en un instante,
donde es un gesto simple la existencia,
un transcurrir sencillo,
sin ambición ni tacto, sin medidas
de lo mundano, atroz, de lo que sobra:
sólo un dejarse llevar, porque aquí
vivir, morir, son una misma cosa.





Pedro Antonio Martínez Robles
en El ámbito de la luz.
Algaida. Poesía.

Premio internacional de poesía José Zorrilla.