lunes, 30 de diciembre de 2019

Francesc Parcerisas: Trenes

Mira cómo se impone la noche alrededor;
La lechuza ha callado en el camino de los cipreses.
La vida son momentos hermosos, mariposas
que consume el recuerdo en noches sin memoria.
Intenta recordar: junto a la playa,
el olor del eucalipto y las adelfas,
o los interminables trenes que espiábamos
cada mañana, bajo La Luz amarillenta;
gusanos que carcomen el encañizado de los años.
Aún sientes el lento traqueteo,
cada golpe del cambio de las vías;
los sientes escapar entre los dedos, misteriosos,
cargados de bienes y ganado;
y sigues ignorando adónde van
y si hay alguien que sepa cuándo llegan.
Pero no te hace falta ya subirte a la cama
para alcanzar el pretil de la ventana: sabes
muy bien de dónde vienen, y qué quiere decir
la señal roja que llevan en la lana.

Francesc Parcerisas
En Fuegos de octubre.
Traducción de Ángel Paniagua.
Linteo poesía.

lunes, 23 de diciembre de 2019

Ángel Paniagua: Y por favor no lean a Vallejo

Sigan dándole vueltas al oscuro 
misterio de los astros, al tranquilo 
discurrir -tan terriblemente ajeno- 
de las horas, al lento sucederse 
de los años sobre las estaciones 
cada vez más iguales y propensas 
a extraños cataclismos; sigan dándole 
vueltas y buscando en ese gesto 
displicente y cansado con que el mundo 
nos mira, hormigas crédulas, cigarras 
engreídas que nada ven u oyen 
de lo que se nos viene encima, aquéllas 
afanadas colmando sus estrechos 
hormigueros para el invierno y éstas 
absortas en su cháchara ruidosa, 
disfrutando el calor de un sol con fecha 
-no por lejana menos inquietante, 
segura y cierta- de caducidad.

Sigan, sigan quitándose de en medio 
los obstáculos para su insaciable 
afán de construir, de perforar 
de organizarlo todo a su manera 
para un futuro estable. Del presente 
no vayan a acordarse ahora, sólo 
supondría un obstáculo y tendrían 
que quitarlo también de en medio, igual 
que las selvas inmensas donde apenas 
algunos centenares de salvajes 
-recelosos y sin civilizar-
se empeñan en seguir siendo el estorbo 
mayor a su tarea.
                                   No claudiquen
-les suplico- en su empeño, aunque falten 
todavía unos cuatro mil millones 
de años hasta que ese mismo sol 
que sigue iluminando sus hazañas, 
se convierta en estrella roja y borre, 
abrase con su fuego, engulla toda 
huella de este planeta. Mucho tiempo, 
¿verdad? Por eso -insisto- sigan dándole 
forma a ese inefable paraíso, 
confiados en el agradecimiento 
de las generaciones venideras.

No van caso de nuestra pobre cháchara 
desencantada, sigan adelante 
y, por favor, no lean a Vallejo 
ni a Szymborska, ni a Milosz, ni a ninguno 
de sus torpes, inútiles congéneres:
ya se irán -como las cigarras- cuando
no quede ningún árbol desde donde 
parlotear en contra del progreso.


Ángel Paniagua
en Debajo de los días.
Raspabook.

Alberto Chessa: Manan los nombres

Mojado todavía
de sombras y pereza. 
ÁNGEL GONZÁLEZ

Creo en tu cuerpo,
en la arcilla y el barro de tu vientre,
en la cavidad donde se refracta
el exterior que nos circunda,
mientras relleno el tiempo de la espera
con migajas de pan en cada verso.

Creo en tu cuerpo ayer y esta mañana,
porque también a mí me da escondrijo
y me recuerda que seremos vida,
que todo sigue oculto en lo visible

y todo lo visible aguarda
su solución,
su clave,
santo y seña.

Ajenas en el puro ser,
aún nadies,
nuestras dos diminutas odiseas
¿dejarán para siempre un vestigio o una ruina
en el cuévano de ese vientre?
¿Habrán sabido ya que la tristeza
del singular jamás irá con ellas?
¿Nos enseñarán a nosotros
a convivirnos con el miedo?

Creo e tu cuerpo y lo acaricio y toco
como las yemas se deslizan
por la extensión cerrada de un piano,
tentando los sonidos,
ensayando la noche,
dejando que la música se nazca
en continuo presente.

Cuando asomen por la bocana
esas dos manecillas sin reloj,
mar todavía sin orillas,
vivir quizá les quedará muy grande,
inmenso muro para un verso incipiente,
estatuas que irán tomando rostro
en la caja vacía de un museo.

Todavía no saben
que acabarán el viaje en el origen,
que solo hay una forma de apearse en la vida
y es manchándolo todo.
Como se esparce el vino de un vaso derramado.
Como manan los nombres
cuando se dicen en voz alta.

Creo en tu cuerpo.
En Alicia.
En Lucía.

Me creo de tu cuerpo
y con eso me basta

Alberto Chessa
en Un árbol en otros.
La estética del fracaso.

domingo, 22 de diciembre de 2019

Dos poemas de Ilse Aichinger

Vieja mirada

Me he acostumbrado a esta ventana
y a que la nieve caiga a través de mis
ojos;
pero ¿quién siguió a los que se perdieron
a través de la puerta abierta del jardín?
¿Quién dispuso lo que allí había,
el barril de lluvia,
y la luna como luna,
todas las hierbas heladas?
¿Quién se columpiaba antes de la mañana
y hacía chirriar las cuerdas?
¿Quién puso la mano de cera
en la ventana de la cocina,
se sentó en el blanco
y me acogió a mí misma?


Ruego

De los dioses en cólera,
del dios en cólera
no me debes proteger,
pues yo no quiero, por miedo, ir hacia ti.
Las ruedas sobre la montaña blanca
están girando,
Homero se desploma en su esquina,
despiértalo,
despiértamelo
con tu
última sonrisa,
que te oiga
cuando yo vaya hacia las ruedas
y él cante.


Ilse Aichinger
En Consejo gratuito.
Linteo poesía.