miércoles, 20 de mayo de 2009

el mundo


Mientras regresaba a Madrid, pensaba en ese sucedió y ya está. Recordé un día en el que paseando por el campo, en Asturias, me detuve frente a una vaca que estaba a punto de parir y comprendí que el embarazo había sucedido dentro de su cuerpo como el lenguaje sucede dentro del nuestro. Comprendí que yo, finalmente, no era más que un escenario en el que había ocurrido cuando se relataba en El mundo. La idea resultó enormemente liberadora. Quizá no seamos los sujetos de la angustia, sino su escenario; ni de los sueños, sino su escenario; ni de la enfermedad, sino su escenario; ni del éxito o el fracaso, sino su escenario... Yo era el escenario en el que se había dado el apellido Millás como en otros se da el de López o García. ¿En qué momento comencé a ser Millás? ¿En qué instante empezamos a ser Hurtado, Gutiérrez o Medina? No, desde luego, en el momento de nacer. El nombre es una prótesis, un implante que se va confundiendo con el cuerpo, hasta convertirse en un hecho casi biológico a lo largo de un proceso extravagante y largo. Pero tal vez del mismo modo que un día nos levantamos y ya somos Millás o Fernández u Ortega, otro día dejamos de serlo. Tampoco de golpe, poco a poco. Quizá desde el momento en el que me desprendí de las cenizas, que era un modo de poner el punto final a la novela, yo había empezado a dejar de ser Millás, incluso de ser Juanjo. Recordé una foto reciente, en la que aparecía García Márquez rodeado de admiradores jóvenes. Me llamó la atención la expresión de su rostro, como si se tratara de alguien que se estuviera haciendo pasar por el conocido escritor. García Márquez, pensé, ya no estaba del todo en aquel cuerpo. Me vinieron a la memoria también unas declaraciones de Francisco Ayala, pronunciadas en el contexto de las celebraciones de su centenario: "Qué raro", dijo, "me resulta escucharles a ustedes lo que dicen de mí". Tal extrañeza respecto a su propia vida sólo podía significar que él, en parte al menos, ya no estaba allí. Pero si no sabemos cuándo empezamos a ser Fulano de Tal, cómo averiguar en qué instante comenzamos a dejar de serlo.

No sé en qué momento comencé a ser Juan José Millás, pero sí tuve claro durante el viaje de vuelta (¿o el de vuelta había sido el de ida?) que aquel día había comenzado a dejar de serlo. Gracias a ese descubrimiento, el recorrido se me hizo corto.

Recuerdo que al llegar a casa estaba un poco triste, como cuando terminas un libro que quizá sea el último.

Juan José Millás
en El mundo.
Planeta.

3 comentarios:

Dyhego dijo...

Si se distancia uno demasiado de las cosas y de uno mismo, llega a verse como a un extraño. Es fascinantemente "panicoso".
Un saludo

churricos dijo...

Este texto me recuerda a un cuento de Juan Marsé, "el escritor desleido"...al final del cual, R.L.S....
...si lo quereis saber, leerlo.
Un abrazo, Bigarduelo.

una pez payaso dijo...

Querido primo... tras leer el texto (para nada interpreto que sea tu opinión) me resulta un poco desconcertante pensar en que somos escenarios inertes de los acontecimientos que ocurren en nuestras vidas.Prefiero pensar que somos actores, activos y con capacidad para decidir sobre esos hechos...aunque formen parte de "caunto se está relatando en el mundo"
Un abrazo fresquito y salado

glup!