jueves, 28 de marzo de 2013

Poema XIV del Libro Primero de Alma Venus



Señora de los ojos almendrados,
la señoría del país del mar,
señora de los báculos de nieve:
ha troquelado el tiempo un medallón
con tu rostro y mi rostro: nada somos
sin este recorrido de bengalas,
para que así podamos vivir más
("hacer es vivir más", dijo Aleixandre)
y ser rayo y relámpago y candela:
lejano, el trueno nos dirá las voces
como, en un verso de Eliot, un tañido
suena después de la última campana,
dice la hora que el reloj no dice,
la de Gertrud de Dreyer, campanada
de hora que no es hora, intemporal.
La redecilla de tus sueños rubios,
la leonera de la intensidad
se han replegado hacia tus ojos claros,
en su resplandeciente cacería.
En los vientos ingrávidos, la noche
reconoce el tamiz de la centella:
está en tus ojos. Dame en estas manos
el árbol rojo de la juventud.

Pere Gimferrer
en Alma Venus.
Seix Barral. 

domingo, 3 de marzo de 2013

Cecil y Jordan en Nueva York




Gabrielle Bell
en Cecil y Jordan en Nueva York.
La Cúpula.

lunes, 11 de febrero de 2013

Fragmento de Ritsos

Foto de André Kertész

Nos sentaremos un momento arriba, en lo alto,
y con el soplo de la primavera
podremos incluso imaginar que volamos,
porque muchas veces, y aún ahora, confundo el susurro de mi vestido
con el de dos fuertes alas que se agitan,
y envuelta en ese sonido de vuelo
siento prieto el cuello, las costillas, la carne,
y así, hecha un ovillo, entre los músculos del cielo azul,
entre los vigorosos nervios de la altura,
ya no importa si voy o si vuelvo
ni tiene importancia que haya encanecido mi cabello
(no es eso lo que me apena -lo que me apena
es que no encanezca también mi corazón).
Deja que vaya yo contigo.

Ya sé que cada uno anda solo en el amor,
solo en la gloria y en la muerte -solo.
Lo sé. Lo he probado. No sirve de nada.
Deja que vaya yo contigo.
Esta casa es´ta embrujada, me expulsa-
quiero decir que he envejecido mucho: los clavos se desprenden,
los cuadros se lanzan como si saltaran al vacío,
el enlucido cae en silencio
como cae de la percha el sombrero del muerto en el corredor en sombras
como cae del regazo del silencio su gastado guante de lana
o una cinta de luna sobre el viejo sillón desvencijado.
Alguna vez también fue nuevo-no ese retrato que miras con tanta desconfianza,
hablo del sillón: tan cómodo que podías sentarte horas enteras
y soñar cualquier cosa con los ojos cerrados:
una playa lisa, humedecida, barnizada por la luna,
más brillante que mis viejos botines, que todos los meses llevo al limpiabotas de la esquina,
o la vela de una barca pesquera que se pierde en el horizonte mecida por su propio aliento,
vela triangular como un pañuelo doblado al sesgo únicamente en dos,
así, como si no tuviera nada que encerar o conservar
u ondeara bien abierta en señal de despedida.
Siempre me encantaron los pañuelos,
no para tener algo atado,
nada de semillas de flores o manzanilla recogida en los campos al atardecer,
ni para hacerle cuatro nudos como al casquete que usan los obreros de la construcción de enfrente,
ni para limpiarme los ojos -he conservado bien la vista;
jamás he usado lentes. Un simple capricho -los pañuelos.

Ahora los doblo en cuatro, en ocho, en dieciséis
para ocupar mis dedos. Me acabo de acordar
que así contaba las notas cuando iba al Conservatorio
con delantal azul y cuello blanco, con dos trenzas rubias,
-8, 16, 32, 64-
de la mano de una pequeña amiga mía de piel aterciopelada,
toda luz y flores color de rosa,
(perdona estas palabras.es una mala costumbre)
 -32, 64-y mis padres albergaban
grandes esperanzas en mi talento musical. En fin, te hablaba del sillón
-desvencijado- al descubierto los oxidados resortes, la paja-
pensaba llevarlo a la mueblería de al lado,
pero dónde encontrar el tiempo y el dinero y el ánimo- ¿y qué arreglar primero?-
pensaba echarle una sábana encima: tuve miedo
de la sábana blanca a la luz de la luna. Aquí se sentaron
hombres que soñaban grandes sueños, como tú y como yo,
y que ahora descansan bajo tierra sin que la lluvia ni la luna les afecte.
Deja que vaya contigo.

Yannis Ritsos
en Sonata de claro de luna.
Acantilado.
Traducción de Selma Ancira.


domingo, 27 de enero de 2013

La poesía de Abraham Gragera

 Foto de Brad Moore.



Yo la imagino aún siendo capaz

de imaginarlo todo sin hacer
sentir a quien la escucha irresponsable
de sus propios delirios y razones.

La imagino también imaginando
lo bello más que todo cuando es uno,
cada cosa más bella que si fuese
única, porque ha sido imaginada

para serlo y, por tanto, imaginada
hasta el más mínimo detalle. Tú
la imaginas como si fuese ella
la que nos imagina juntos porque

es difícil imaginar que no
lo hemos estado siempre, hasta este día
de la historia que acaba, como siempre,
entre el polvo y los puntos suspensivos,

o entre paréntesis, como las grietas.
Y por eso imagino que te amo,
que la luz se desnuda en tus orillas
y va a dormir donde la noche duerme;

y que si el tiempo alguna vez sonríe,
si esta nostalgia de los propios rasgos,
que enciende el aire del amanecer,
hace al tiempo sentirse menos solo,

será porque recuerda cada vida,
y el tiempo de la flor entró en la rama,
y sube hasta tus pies la tierra entera,
y tú has vivido el tiempo suficiente.

Abraham Gragera
El tiempo menos solo.
Editorial Pre-textos.

domingo, 30 de diciembre de 2012

Océano de Mikel Jáuregui





Poesía experimental española (Antología incompleta).
Editorial calambur.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Natxo Vidal Guardiola

Foto: Keith Carter

Un músico de rock
necesita una banda

un ciclista necesita un equipo

un lutier
necesita un instrumento

un violador necesita una víctima

un virus necesita un cuerpo

¿lo entiendes ahora?

Para ser lo que soy
te necesito.

Natxo Vidal
en Sal en los ojos.
Los papeles del sitio.
2012. Sevilla.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Caras y No pensaba en la estética de A.Z.



CARAS

Al atardecer se iluminaron en la plaza las caras de la gente
que no conocía. Miraba con avidez
las caras humanas: cada una era diferente,
cada una decía algo, quería convencer,
se reía, sufría.

Pensé que las ciudades no las construyen las casas,
ni las plazas o las avenidas, los parques, las anchas calles,
sólo las caras que se iluminan como lámparas,
igual que los sopletes de los soldadores que por la noche
reparan el hierro entre nubes de chispas.


NO PENSABA EN LA ESTÉTICA

Cuando en los años ochenta mi padre copiaba
para sus amigos mi poema "Ir a Lvov"
(me lo explicó pasado mucho, mucho tiempo,
un poco cohibido), no pensaba quizá en la estética,
en las metáforas, sílabas, en un sentido más profundo,
sólo en la ciudad que amó y perdió, en la ciudad
donde quedaron detenidas, como un rehén,
su juventud, su revelación, el encuentro con el mundo,
y seguramente golpeaba las teclas de su antigua y fiel
máquina de escribir con tanta fuerza que, si hubiéramos
conocido mejor las leyes de la conservación de la energía,
sobre esta base podríamos
reconstruir al menos una calle
de su primer entusiasmo.


Adam Za gajewski
en Mano invisible.
Editorial Acantilado.
Traducción de Xavier Farré.