domingo, 9 de noviembre de 2008

Dos fragmentos de Click

Cuando estamos acompañados podemos charlar, contarle a esa otra persona nuestra historia, los pequeños detalles de los que se componen los días. Entonces nuestra vida cristaliza en la memoria bajo la forma de un relato donde nosotros somos los protagonistas. Cuando ese alguien nos falta, los acontecimientos se suceden sin un hilo que los mantenga unidos. La soledad convierte la experiencia en una masa indistinta, sin principio ni fin. Para el solitario las vivencias se acumulan en una contigüidad insoportable. Estoy solo. Ya lo saben. Además, tengo la impresión de que casi siempre lo he estado. Y sin embargo hay alguien, tiene que haber alguien a quien contarle esta historia. Alguien del otro lado. Mi salvación.
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Qué ocurre si existe un momento en la vida en que creemos alcanzar la felicidad con la punta de los dedos... Más o menos como esa escena de la creación en la Sixtina (ya saben, los dedos de Adán y de Dios separados apenas por unos centímetros). Y, cuando estábamos a punto de conseguir la dicha, nuestro objeto de deseo se retira, nos da la espalda para sumergirse en un paraíso inalcanzable. Dónde buscar la entereza para afrontar entonces lo que nos resta de vida, cómo sobrevivirnos cuando sabemos que lo máximo que podremos conseguir es una especie de sucedáneo que arrojaríamos con melancólico placer al cubo de la basura. Hay grietas imposibles de tapar, hay heridas que nunca dejarán de sangrar. Hay un dolor inasequible a todos los calmantes.


Javier Moreno
en Click.
Candaya, 2008.

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