lunes, 10 de noviembre de 2008

Dos poemas de El iris salvaje de Louise Glück

PRESQUE ISLE

En cada vida hay un momento o dos.
En cada vida, una habitación en algún lado, junto al mar o en las montañas.

Sobre la mesa un plato de albaricoques. Huesos en un cenicero blanco.

Como todas las imágenes, fueron éstas las condiciones de un pacto:
un rayo de sol que tiembla en tu mejilla,
mi dedo que presiona tus labios.
Las paredes blanquiazules; la agrietada pintura del modesto estudio.

Esa habitación existe aún, en el piso cuarto,
con su pequeño balcón, con sus vistas al mar.
Una habitación cuadrada y blanca, con la sábana deshecha al borde de la cama.
No se ha disuelto en nada, no se ha vuelto real.
Por la ventana abierta el aire marino huele a yodo.

Por la mañana temprano, un hombre grita a un niño
que salga del agua. El niño tendría ahora veinte años.

Alrededor de tu rostro se agita el pelo húmedo, con vetas de color castaño.
Muselina, un pesado jarrón, unas cuantas peonías,
un temblor plateado.
____________


VÍSPERAS


Ya nunca me pregunto dónde estás.
Estás en el jardín: estás donde está John,
abstraído, en el polvo, con su pala verde en la mano.
Así trabaja: quince minutos de intensa albor,
otros quince de contemplación extática. A veces
trabajo a su lado, en la tarea que me toca,
deshierbando, limpiando las lechugas; a veces
lo miro desde el portal de la parte alta del jardín
hasta el crepúsculo, que transforma en linternas
los primeros lirios: en todo ese tiempo
la paz no lo ha dejado. Pero eso me recorre
no como el sustento de la flor, sino
como la luz brillante que atraviesa el árbol desnudo.

Louise Glück
en El iris Salvaje.
Pre-textos.
Traducción de Eduardo Chirinos.

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