Al cabo de esos seis años, la hermana mayor del socialismo y sus apoderados praguenses, que han convertido a Alexander Dubcek en jardinero, deciden que Emil regrese a la capital, pues se les ha ocurrido la idea de ascenderlo y convertirlo en basurero. La idea parece buena, ya que la intención es humillarlo, pero no tarde en demostrarse que no es tan buena. En primer lugar, cuando Emil recorre las calles de la ciudad tras el camión con su escoba, la gente lo reconoce de inmediato y todo el mundo se asoma a las ventanas para ovacionarlo. En segundo lugar, como sus compañeros de trabajo se niegan a que él recoja basura, se limita a correr a pequeñas zancadas, en medio de los gritos de aliento como antes. Todas las mañanas, a s paso, los habitantes del barrio donde le toca trabajar a su equipo bajan a la calle para aplaudirle, vaciando ellos mismos su cubo en el camión. No ha habido en el mundo basurero tan aclamado. Desde el punto de vista de los apoderados, la operación resulta un fracaso.
Lo apartan rápidamente de ese puesto y prueba con dos o tres más, en el desempeño de los cuales persiste el problema de su popularidad. Como último recurso, acaban facturándolo al campo, donde hay menos gente que en la ciudad, donde esperan que llame menos la atención y donde se le destina a labores de explanación. Oficialmente declarado geólogo, el trabajo de Emil consistirá ahora en cavar agujeros para colocar postes telegráficos. Transcurren dos años y se convoca a Emil ante un comité que ya no lo llama camarada. Le alargan un nuevo papel, sugiriéndole con firmeza que lo firme.
En ese documento, Emil confiesa como dictan las normas sus errores del pasado. Que se equivocó apoyando a las fuerzas contrarrevolucionarias y a los revisionistas burgueses. Que no hubiera debido apoyar ese asqueroso y reaccionario manifiesto de las dos mil palabras. Se declara muy satisfecho de la situación actual en general y muy contento de su vida personal en particular. Asegura que, pese a los rumores, no ha sido nunca basurero ni peón. Que en ningún momento se le ha procesado ni degradado, y que no necesita cobrar s retiro de coronel en la reserva. Que percibe un sueldo sobradamente satisfactorio por su trabajo en las excavaciones geológicas, función en la que ha descubierto un mundo nuevo y apasionante. Y firma. Firma su autocrítica, qué otra cosa va a hacer para vivir en paz. Firma y, poco después, recibe el perdón. Se ha acabado el purgatorio. Le asignan un puesto, en Praga, en el sótano del Centro de Información de los Deportes.
Bueno, dice el dulce Emil. Archivista, puede que no mereciera nada mejor.
En Correr
de Jean Echenoz.
Anagrama.
Lo apartan rápidamente de ese puesto y prueba con dos o tres más, en el desempeño de los cuales persiste el problema de su popularidad. Como último recurso, acaban facturándolo al campo, donde hay menos gente que en la ciudad, donde esperan que llame menos la atención y donde se le destina a labores de explanación. Oficialmente declarado geólogo, el trabajo de Emil consistirá ahora en cavar agujeros para colocar postes telegráficos. Transcurren dos años y se convoca a Emil ante un comité que ya no lo llama camarada. Le alargan un nuevo papel, sugiriéndole con firmeza que lo firme.
En ese documento, Emil confiesa como dictan las normas sus errores del pasado. Que se equivocó apoyando a las fuerzas contrarrevolucionarias y a los revisionistas burgueses. Que no hubiera debido apoyar ese asqueroso y reaccionario manifiesto de las dos mil palabras. Se declara muy satisfecho de la situación actual en general y muy contento de su vida personal en particular. Asegura que, pese a los rumores, no ha sido nunca basurero ni peón. Que en ningún momento se le ha procesado ni degradado, y que no necesita cobrar s retiro de coronel en la reserva. Que percibe un sueldo sobradamente satisfactorio por su trabajo en las excavaciones geológicas, función en la que ha descubierto un mundo nuevo y apasionante. Y firma. Firma su autocrítica, qué otra cosa va a hacer para vivir en paz. Firma y, poco después, recibe el perdón. Se ha acabado el purgatorio. Le asignan un puesto, en Praga, en el sótano del Centro de Información de los Deportes.
Bueno, dice el dulce Emil. Archivista, puede que no mereciera nada mejor.
En Correr
de Jean Echenoz.
Anagrama.