domingo, 30 de diciembre de 2012

Océano de Mikel Jáuregui





Poesía experimental española (Antología incompleta).
Editorial calambur.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Natxo Vidal Guardiola

Foto: Keith Carter

Un músico de rock
necesita una banda

un ciclista necesita un equipo

un lutier
necesita un instrumento

un violador necesita una víctima

un virus necesita un cuerpo

¿lo entiendes ahora?

Para ser lo que soy
te necesito.

Natxo Vidal
en Sal en los ojos.
Los papeles del sitio.
2012. Sevilla.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Caras y No pensaba en la estética de A.Z.



CARAS

Al atardecer se iluminaron en la plaza las caras de la gente
que no conocía. Miraba con avidez
las caras humanas: cada una era diferente,
cada una decía algo, quería convencer,
se reía, sufría.

Pensé que las ciudades no las construyen las casas,
ni las plazas o las avenidas, los parques, las anchas calles,
sólo las caras que se iluminan como lámparas,
igual que los sopletes de los soldadores que por la noche
reparan el hierro entre nubes de chispas.


NO PENSABA EN LA ESTÉTICA

Cuando en los años ochenta mi padre copiaba
para sus amigos mi poema "Ir a Lvov"
(me lo explicó pasado mucho, mucho tiempo,
un poco cohibido), no pensaba quizá en la estética,
en las metáforas, sílabas, en un sentido más profundo,
sólo en la ciudad que amó y perdió, en la ciudad
donde quedaron detenidas, como un rehén,
su juventud, su revelación, el encuentro con el mundo,
y seguramente golpeaba las teclas de su antigua y fiel
máquina de escribir con tanta fuerza que, si hubiéramos
conocido mejor las leyes de la conservación de la energía,
sobre esta base podríamos
reconstruir al menos una calle
de su primer entusiasmo.


Adam Za gajewski
en Mano invisible.
Editorial Acantilado.
Traducción de Xavier Farré.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Huellas en la nieve

Unos escolares
han puesto el oído
en los raíles abandonados



Huella de un transeúnte sobre la nieve
¿Algún trabajo lo ha requerido?
¿Volverá?
¿Por este mismo camino?




La esfera del pan
dividida
entre cinco niños hambrientos

Una mujer va a dar a luz



La luz de la luna
deshiela
el fino hielo del viejo río


Abbas Kiarostami
en Compañero del viento.
Ediciones del oriente y del mediterráneo.
Traducción de Clara Janés y Ahmad Taherí.

viernes, 26 de octubre de 2012

Fragmento de La casa muerta



Ah, no vi nada ni recuerdo nada; sólo
esa exquisita sensación,
tan sutil, que nos concedía la muerte: ver la muerte
hasta el fondo de su transparencia. Y la música seguía
como cuando alguna vez al alba despertamos temprano sin razón ninguna
y a fuera la atmósfera es exageradamente densa por los trinos
de miles de pájaros invisibles -tan densa y tan difusa
que no cabe nada más en el mundo -amargura, esperanza, remordimiento, memoria-
y el tiempo es indiferente y ajeno
como un desconocido que pasa tranquilo por la calle de enfrente
sin siquiera mirar, sin contemplar nuestra casa,
sosteniendo bajo la axila un montón de vidrios opacos y sucios todavía
y no sabes para qué los quiere ni a dónde los lleva,
qué sentido tienen y a qué ventanas están destinados
y desde luego no se lo preguntas, ni siquiera lo ves perderse
callado y discreto en la última vuelta del camino.


Yannis Ritsos
en La casa muerta.
Acantilado.
Traducción de Selma Ancira.

martes, 9 de octubre de 2012

Coyoacán y el Gran Vilas

COYOACÁN

Manuel Vilas se hospedó en un hotel de la cadena NH,
junto al Zócalo, en la ciudad de México.
Salía del hotel con bien humor y paseaba hasta la Catedral.
Se quedaba admirando a los curas mexicanos
porque llevaban sotana y porque creyó haberlos visto antes,
en otra parte del mundo, o de la historia.

Los mexicanos se santiguaban cuando pasaban por delante de la Catedral
y Vilas hubiera querido hacer lo mismo, por cortesía,
pero no sabía, se le había olvidado, no podía recordarlo.

A Manuel Vilas le gustaba desayunar por las mañanas
en el piso quinto de su hotel, comía un poco de todo.
Le apetecían la crema de fríjoles y las salchichas.
Luego se iba a la Plaza y buscaba un limpiabotas.
Nunca, en su vida, había llevado los zapatos tan brillantes.

Caminaba por la calle Madero y miraba las tiendas.
Miraba los relojes, siempre mirando los relojes
de todas las ciudades de la tierra, como si los relojes
fuesen reales y las ciudades no.

Manuel Vilas fue al barrio de Coyoacán, para ver la casa
en la que murió el poeta español Luis Cernuda.

Casa humilde, pobre hombre, allí tan solo, tan desesperado,
cargando con un país entero, o con dos,
México y España, pobre Luis.
Tocó el timbre de la casa, pero nadie le abrió.

Se sentó en una terraza y se bebió un tequila.

Llamó por el móvil a su mujer y le preguntó
¿qué quieres que te traiga de México?
Y ella le contestó: quiero que vuelvas vivo.
Los viajes te matan el corazón, amor mío,
tu inocente, tu pobre corazón,
amor mío.

Manuel Vilas
En Gran Vilas.
Visor.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Chema Madoz

El zapato impar, por su parte, resultó muy locuaz y le dejaron desahogarse. Su dueño había perdido el pie derecho en un accidente laboral condenándole a él y al resto del calzado de la casa a aquella suerte de viudez que sobrellevaba con pesadumbre.

-¿Qué fue del otro zapato?- preguntaron las zapatillas deportivas.
-Lo enterraron con el pie amputado, a modo de mortaja, y desde entonces, me siento dividido, fragmentado, incompleto. Antes parecíamos dos, como cualquiera de vosotros, pero éramos uno, porque ahora que parezco uno sé que soy medio.

Juan José Millás
en No mires debajo de la cama.
Editoral booket.

martes, 11 de septiembre de 2012

El corazón de Dios

 Horst Schäfer

En esta larga historia siempre ha habido
silencios que acompañan,
murmullos inaudibles en el aire
como de alguna fiesta en el jardín
de una vaga memoria hecha pedazos.
Tomas las educadas precauciones
de quien teme invadir la casa ajena,
hay que estar más bien solos para oír
en medio del estruendo del orgullo
la voz que habla callando desde dentro.

__

Andar todos sabemos,
pero bailar con músicas que se oyen
en nuestro corazón
es un asunto más bien delicado.
Tú haces fácil lo que es inexplicable,
sigue sin entenderse,
y el baile que no cesa
explicará a lo vivo tu presencia.

__

Son de materia indefinida, pero
no dejan de ser tigres.
Existen más bien poco, y sin embargo
suelen tender feroces emboscadas
en la imaginación;
rugen con mucho estilo,
y se esfuman después
de bárbaros zarpazos irreales.
A la larga, de tanto frecuentarlos
se admite que ya son de la familia.
¿De dónde salen éstos?, te pregunto.
¿No habíamos quedado en ser felices?

Carlos Pujol
En El corazón de Dios.
Cálamo poesía.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Poemas de Karmelo C. Iribarren


Foto de Elliot Erwitt
YA PASARÁ

Lo pienso ahora que miro
por la ventana abierta
la autopista, viendo
cómo los coches parpadean
en el último tramo,
antes del túnel. Pienso
que así es la vida y que no
hay más. Un leve guiño
de luz hacia la sombra
a mayor o menor velocidad.


POETA

Me lo dijo
un colega,
la otra tarde:

"Mira, tío,
como sigas así,
escribiendo
en servilletas de papel
por los bares,
acabarán cargándote
el sambenito
de poeta,
ya verás.

Y luego,
a ver qué hostias
haces".


ESO ERA AMOR

Te veía
llegar,
cruzar la puerta,
darme un besazo en el morro,
mirarme a los ojos
de esa manera única,
como sólo tú miras
a los ojos: rompiendo
el calendario.

Te veía
hacer esas cosas sencillas
que tú haces
para que el mundo
entre en razón;

y no sabía
a quién
darle las gracias.


NO HAY MÁS

Al principio
quieres cambiar
el mundo,
y al final
te conformas
con dejar el tabaco.

No hay más.

Así de cómico,
y así de trágico.


PROGRAMA DOBLE

La de miedo
empezaba después,
cuando salíamos
a la calle,

y allí
no estaba
John Wayne.

Karmelo C. Iribarren
en La ciudad 
(Antología 1985-2008).
Renacimiento.

martes, 7 de agosto de 2012

El hombre que vive en mi casa cuando yo no estoy


HAY UN HOMBRE QUE VIVE EN MI CASA cuando yo no estoy.
Encuentro colillas en los ceniceros, huellas de manos e la ventana, vaho en el espejo del baño.
Oigo sus pasos. Se alejan cada vez que abro la puerta.
He visto cabellos suyos en mi almohada. A veces me deja mensajes. No los entiendo. Hay un hombre que vive en mi casa cuando yo no estoy. Lo peor es que creo que soy yo.

Eugenia Rico
En El fin de la raza blanca.
Páginas de espuma.

lunes, 25 de junio de 2012

Soy vertical



Pero preferiría ser horizontal. Yo
No soy un árbol enraizado en la tierra,
Absorbiendo minerales y amor materno
Para rebrotar esplendoroso cada mes de marzo,
Ni tampoco la belleza del arriate del jardín
Que deja boquiabierto a todo el mundo y a la que
Todo el mundo quiere pintar maravillosamente,
Ignorando que muy pronto se deshojará.
Comparado conmigo, un árbol es inmortal,
Un racimo de flores, más bajo, aunque más llamativo,
Y yo anhelo la longevidad de uno y la osadía del otro.

Esta noche, bajo la luz infinitesimal de los astros,
Los árboles y las flores han estado esparciendo sus aromas frescos.
Yo paseo entre ellos, aunque no se percaten de mi presencia.
A veces pienso que cuando duermo
Es cuando más me parezco a ellos-
Desvanecidos ya los pensamientos.
En mí, el estar tendida, es algo connatural.
Entonces el cielo y yo conversamos abiertamente.
Y seguro que seré más útil cuando al fin me tienda para siempre:
Entonces quizás los árboles me toquen por una vez,
Y las flores, finalmente, tengan tiempo para mí.

28 de marzo de 1961.

Sylvia Plath
En Poesía completa.
Edición de Ted Hughes
Traducción y notas de Xoán Abeleira

viernes, 22 de junio de 2012

La partitura de Alberto Caride



A Vicente Cervera


El presente reescribe tenazmente la historia
sobre melodías inacabadas.
Nada importa si lo anterior fue más bello
que lo nuevo o si su ritmo
continúa atrapando en sus compases
al corazón,
su mano busca completar constantemente
el pentagrama para seguir cantando.

La partitura no presenta marcas ni borrones
que afeen la grafía actualizada,
porque la vida escribe siempre sus romances
sin tinta china,
sin cadenas lo suficientemente fuertes
para resistir la tensión del nuevo deseo.

No temo las variaciones rítmicas de la orquesta
ni tampoco que ml allegro se transforme
en ocasiones en un adagio melancólico,
marcado en el cristal
por gotas de lluvia de distintos cielos,
porque si al pentagrama se le agregan
las notas musicales precisas
aparece nuevamente la música.
E1 compás le da al pulso del corazón
la medida con la que percibimos
las estructuras en las que se ordena la vida,
pero somos nosotros, a modo de acentos
y silencios, los que podemos dar sentido
a la composición.
La partitura nunca guarda marcas ni borrones
que afeen su grafía actualizada, es cierto,
porque la vida nunca escribe sus romances
con tinta china,
pero el alma guarda siempre en sus faldones
un ritornello que le recuerda y devuelve
fragmentos pasados de la obra,
pequeñas anotaciones en el libretto
que dan al presente esa pausa necesaria
para interpretar brillantemente la canción.

Alberto Caride Brocal
En Narciso despeinado.
Azarbe.

lunes, 18 de junio de 2012

De La civilización del espectáculo

En el ensayo que escribió demostrando que la guerra del Golfo no había sucedido -pues todo aquello que protagonizaron Saddam Hussein, Kuwait y las fuerzas aliadas no había pasado de ser una mojiganga televisiva-, Jean Baudrillard afirmó: "El escándalo, en nuestros días, no consiste en atentar contra los valores morales, sino contra el principio de realidad". Suscribo esta afirmación con todos sus puntos y comas. Al mismo tiempo, ella me dio la impresión de una involuntaria y feroz autocrítica de quien, desde hace ya buen número de años, invertía su astucia dialéctica y los poderes de su inteligencia en probarnos que el desarrollo de la tecnología audiovisual y la revolución de las comunicaciones en nuestros días habían abolido la facultad humana de discernir entre la verdad y la mentira, la historia y la ficción, y hecho de nosotros, los bípedos de carne y hueso extraviados en el laberinto mediático de nuestro tiempo, meros fantasmas automáticos, piezas de mercado privadas de libertad y de conocimiento, condenados a extinguirnos sin haber siquiera vivido.

Al terminar su conferencia, no me acerqué a saludarlo ni a recordarle los tiempos idos de nuestra juventud, cuando las ideas y los libros nos exaltaban y él aún creía que existíamos.

Mario Vargas Llosa
en La civilización del espectáculo.
Alfagura.

miércoles, 13 de junio de 2012

La piscina


Me gustaban más los saltos encogidos que los carpados o los tirabuzones. Era hermosa la figura que formaba su cuerpo al doblarse desde la cintura con las piernas estiradas hasta la punta de los dedos, de forma que todos los músculos estaban tan tensos como era posible. Jun apoyó el rostro frente a las espinillas y agarró la parte de atrás de sus rodillas con la palma de la mano. También me gustaba aquella figura exquisita.

Cuando la línea de las piernas empezaba a caer describiendo un círculo casi trazado a compás, yo podía sentir el cuerpo de Jun dentro de mí. Caía mientras acariciaba mi interior. Más que un abrazo intenso era como estar enlazados los dos, de una manera cálida y serena. A pesar de no haber abrazado nunca a Jun, lo percibía con claridad.

Yoko Ogawa
en La piscina.
Funambulista.

Desde el Ariel

Tengo en algunos libros señalado
tu nombre: a veces sólo unas palabras
una frase sin nada peculiar,
llamaba mi atención y la marcaba
antes de proseguir con la lectura.
Pero no los recuerdo. No sé cuáles
conservarán memoria entre sus páginas
de aquellos nombres tuyos escondidos
allí, pora que yo los encontrara.
No sé siquiera si algo tuyo entonces
me guiaba, o si tú –tal cual ahora
creo sentirte junto a mí- ya habías
abandonado el no-lugar tan dulce
para venir a amarme, a acompañarme
en la celebración de los misterios.
Si no estabas allí ni te sentía,
¿por qué recuerdo ahora aquellas frases,
palabras o alusiones
que no puedo encontrar y las asocio
contigo?
.                ¿Por qué ahora
me devuelve esta tarde la evidencia
de tus huellas en años anteriores,
cuando nada podía yo saber?
¿Habías trazado ya tu territorio
lindando con el mío?
¿Y dónde estaba yo, si eras tú sola
quién sabía de mí, de mi presencia?


Ángel Paniagua 
en Gaviotas desde el Ariel.
Editorial Pre-textos

lunes, 4 de junio de 2012

Verticalidad

 57 (Décima poesía vertical)

Los nombres no designan a las cosas:
las envuelven, las sofocan.

Pero las cosas rompen
sus envolturas de palabras
y vuelven a estar ahí, desnudas,
esperando algo más que los nombres.

Sólo puede decirlas
su propia voz de cosa,
la voz que ni ellas ni nosotros sabemos,
en esta neutralidad que apenas habla,
este mutismo enorme donde rompen las olas.


Roberto Juarroz
En Poesía vertical.
Cátedra.
Edición de Diego Sánchez Aguilar.

jueves, 24 de mayo de 2012

TRANSPARENCIAS

(Naranjas y ropa muy antigua)

III

Quiero guardar cuanto sé de ti
en este gesto, el ánfora de los días
y la camisa última tendida.

IV

No añadas nada a nada, a esos
espacios últimos, el libro que dejaste,
la manzana caída que enmarca cuanto somos.

VI

Todo es un molde extraño.
Y es esta melancolía cuando llueve,
como una manzana

que ya no morderemos.

XI

Pero se de ti cosas y formas algo torpes,
el silencio con que me miras si duermo.

Y conozco palmo a palmo tu tristeza,
ese hueco vacío donde guardas
las palabras.


Ginés Émile
en 11 Poemas (En Moldes de arena)
Ruiz de Aloza Editores.

lunes, 21 de mayo de 2012

Sobre el Titánic


CANTO VI

Inmóvil, observo este cuarto desnudo, en Alemania,
el alto cielo raso, antaño blanco,
el hollín que cae sobre la mesa en flecos diminutos;
y mientras la ciudad que me rodea oscurece deprisa,
yo me entrego en recrear un texto que tal vez no existió.
Restauro mis imágenes, yo soy mi propio falsificador.
Y me pregunto la forma que tendría el salón de fumar
a bordo del Titanic, si las mesas de juego tenían
taraceas o estaban cubiertas de paño verde.
¿Cómo era en realidad?
¿Cómo era en mi poema? ¿Estaba en mi poema?
¿Y aquel hombre delgado, distraído, aquel ser excitado
deambulando por La Habana, presa de discusiones y metáforas
y aventuras de amor interminables? ¿Era realmente yo?
No podría jurarlo. Y dentro de diez años no podré jurar
que estas mismas palabras sean las mías, escritas
en el lugar más oscuro de Europa, en Berlín, diez años atrás;
es decir, hoy, para apartar mi mente de las noticias de la noche,
de los innumerables minutos sin fin que nos esperan
y que se extienden hasta el infinito, a medida que avanza no se sabe qué fin.
Dos grados bajos cero, en la ventana todo está negro, hasta la nieve.
Me invade, no sé por qué razón, una gran calma.
Miro hacia fuera como un Dios. No hay iceberg a la vista.

Hans Magnuns Ensensberger
en El hundimiento del Titanic.
Traducción de Heberto Padilla
con la colaboración del autor y Michael Faber-Kaiser.

Plaza y Janés.



Pla

sábado, 12 de mayo de 2012

2 poemas de anatomía


Caja de resonancia

Lo misterioso es el sonido que emite.
bien pensado y a pesar de los defensores del silencio
vivimos gracias al sonido
vivimos también gracias al ritmo del sonido
y a la cadencia del sonido.
Y cuando el sonido cesa
o cuando su ritmo se disloca
esa cosa que hasta ahora nadie ha sabido definir
y a la que todo el mundo llama vida
esa cosa ese misterio alborotador
se detiene cesa se inmoviliza y enmudece.

Pero lo misterioso es el sonido
el tam tam de la vida su percusión
la puntual llamada dentro del corazón
su golpeteo en las paredes.

A veces en la noche yo me paro a escucharlo.
A veces cuando siento que nadie en el mundo me llama
oigo a mi corazón golpeando en la puerta de mi vida.

Llama y llama y no deja de llamar
hasta que le respondo.


Sorprendente


Estoy casi segura de que el  futuro
acabará por sorprender a todo el mundo.
Me gustaría pensar que esa sorpresa será agradable
pero no tengo la certeza.
La única seguridad es que el futuro será sorprendente.
tal vez los perros sigan siendo perros y los gatos gatos
pero nosotros estos extraños animales
que hablan cantan y lloran nosotros los de ahora
sospecho que ya no seremos los mismos.

Puestas así las cosas
me divierte recordar a Machado

Confiamos
en que no será verdad
nada de lo que pensamos.



Francisca Aguirre
En Historia de una anatomía
Hiperión.

jueves, 10 de mayo de 2012

GRILLOS


Grillo Siempre he detestado los poemas que hablaban de París y rima
Y de toda esa belleza acomodada tras la vitrina de un Museo y
En general los poemas donde el poeta habla del viaje
No soporto que me hablen de los viajes
El viaje es la épica y para eso están Homero y Cervantes
Por eso pido disculpas, porque ahora estoy en Cerdeña
En la costa Esmeralda, en un promontorio
De Porto Petrosu, en la terraza de un apartotel
Y la vista es realmente hermosa y dan unas ganas tremendas de
Explayarse sobre las glicinas y el pequeño alcornoque
Y nuestra salamanquesa agazapada en la esquina del techo
Y el sonido de la ducha, del agua rompiendo contra tu cuerpo
Dócil como la arena
Hasta que se escucha ese ruido, primero débil, cada vez
Más fuerte, el estridular de ese grillo, un sonido tan frágil
Y sin embargo capaz de demoler
Todo ese silencio
Y en la enorme responsabilidad de adelantarse al resto
Quizás todavía adormecidos por el calor o embriagados
Por la quietud de la tarde, de saberse el primero
En romper esta apariencia de equilibrio, este espejismo
Que algunos llaman belleza -atisbo al otro lado del cristal tu cuerpo cubierto tan solo
Con la toalla del hotel, listo par la crema hidratante-
El deseo, una vez más,
Deshaciendo el poema

Javier Moreno
En Cadena de Búsqueda.
El desvelo ediciones.

miércoles, 2 de mayo de 2012

De Todas las almas página 154 edición de bolsillo

Autorretrato con brazos alzados. Egon Schiele

Todo lo que nos sucede, todo lo que hablamos o nos es relatado, cuanto vemos con nuestros propios ojos o sale de nuestra lengua o entra por nuestros oídos, todo aquello a lo que asistimos (y de lo cual, por tanto, somos algo responsables), ha de tener un destinatario fuera de nosotros mismos y a ese destinatario lo vamos seleccionando en función de lo que acontece o nos dicen o bien decimos nosotros mismos. Cada cosa deberá contarse a alguien -no siempre el mismo, no necesariamente-, y cada cosa va poniéndose aparte, como quien ojea y aparta y va adjudicando futuros regalos una tarde de compras. Todo debe ser contado una vez al menos, aunque, como había dictaminado Rylands con su autoridad literaria, deba ser contado según los tiempos. O, lo que es lo mismo, en el momento justo y a veces nunca más si ese momento justo no se supo reconocer o se dejó pasar deliberadamente. Ese momento se presenta a veces (las más) de manera inmediata, inequívoca y apremiante, pero muchas otras veces se presenta sólo confusamente y al cabo de lustros o decenios, como sucede con los mayores secretos. Pero ningún secreto puede ni debe ser guardado siempre para todo el mundo, sino que está obligado a encontrar al menos un destinatario una vez en la vida, una vez en la vida de ese secreto. 
Por eso algunas personas reaparecen. 

Por eso nos condenamos siempre por lo que decimos. O por lo que nos dicen.

Javier Marías
en Todas las almas.
Debolsillo.

lunes, 23 de abril de 2012

De Canción en blanco

Aeropuerto de Juan Uslé

Sólo puedo decirlo con la canción en blanco,
imágenes que se unen al decirlas
como las líneas de la carretera
se vuelven línea entera en la velocidad,
rápido pueblos-calle, aldeas enlazadas.
Todo lo que hemos sido antes de esto,
espacios cuyo sitio es aquí ahora
al cabo de ser nada y ser tú y yo.
La memoria no cabe en una página,
pero cabe de pronto en esta noche
y la calle con lluvia
de este cuarto de hotel en donde el mundo
delante de sí mismo,
tan de repente, no nos necesita.

Álvaro García
en Canción en blanco.
Visor. 2012.

miércoles, 18 de abril de 2012

Espesura

Otoño de Egon Schiele


Me escondí en la espesura del dolor:
no quise ver a nadie.

Si la muerte es un árbol que sólo tiene sombra,
¿por qué nunca cobija?

Josep M. Rodríguez
en Arquitectura yo
Visor. 2012.

lunes, 16 de abril de 2012

En una desierta orilla de Kathleen Raine

Foto de Elina Broterus

27

Cuando vacíos mares y vientos y distancias
Nos dividían
Aún por volver el rostro
Y decir, por allí yace él.
Sin brújula ahora
Que me diga dónde tras la multitud de estrellas
El paraíso perdido.

57

Silencio de los muertos;
Lo no hablado:
¿Qué quisieras que dijera?
Cuando en la tierra, amor mío, casa compartíamos
¿Eras tú ya este misterio?


69

Ya todo ha cambiado-
El lugar, amor mío, no reconocerías.
Te busco por la casa de las memoria
Pero también allí las habitaciones se desvanecen.

89

 "Hasta que la muerte nos separe", el joven promete:
Día de boda demasiado breve.
La vida nos separó: demasiado larga soledad,
Para los que esperan
Fuera del santuario del amor.


Foto de Toni Frissell

91

¿Parace menos temeroso aquel juicio,
Más miserecordioso el juez,
Si cada uno es de sí mismo
Acusador y acusado,
Y cielo e infierno?

92

Todo parece igual;
Pero la sala familiar
Está en los días que compartimos,
Donde yo, fantasma
Salido de este irreal futuro, merodeo
El presente hace mucho tiempo pasado que fue hogar.


Kathleen Raine
en En una desierta orilla.
Hiperión.

Traducción de Rafael Martínez Nadal.

lunes, 26 de marzo de 2012

Dos poemas de Las siete edades

Foto de García Alix: Paraíso Formentera


AGOSTO


Mi hermana se pintaba las uñas de fucsia,
con un color que tenía nombre de fruta.
Todos los colores tenían nombres de alimentos:
escarchado de café, sorbete de mandarina.
Nos sentábamos en el jardín a esperar que nuestras vidas reanudaran
el ascenso interrumpido por el verano:
triunfos, victorias para las que la escuela
era una suerte de práctica.

Los profesores nos sonreían, mirándonos con
superioridad, al concedernos la distinción.
Y en nuestra cabeza, éramos nosotras las que les
concedíamos una sonrisa de superioridad.

Teníamos la vida almacenada en la cabeza.
Aún no había empezado: ambas estábamos seguras
de que cuando empezara lo sabríamos.
Seguramente no era esto.

Nos sentábamos en el jardín trasero, observando cómo cambiaban nuestros cuerpos:
de un rosa brillante al principio, después bronceados.
Yo me pasaba aceite para bebés sobre las piernas; mi hermana
frotaba quitaesmalte sobre las uñas de su mano izquierda,
probaba otro color.

Leíamos, escuchábamos la radio portátil.
Obviamente la vida no era esto, estar sentadas
en coloridas sillas de jardín.

Nada estaba a la altura de los sueños.
Mi hermana seguía probando para encontrar un color de su gusto:
era verano, todos eran escarchados.
Fucsia, naranja, madreperla.
Alzaba la mano izquierda ante sus ojos,
de un lado a otro la movía.

Por qué era siempre así...
los colores tan intensos en sus envases de vidrio,
tan definidos, y en las uñas
casi exactamente iguales,
una tenue película plateada.

Mi hermana sacudió el envase. El naranja
no dejaba de acumularse ene el fondo; tal vez
ese fuera el problema.
Lo sucedió una y otra vez, lo alzó a la luz,
estudió las palabras de la revista.

El mundo era un detalle, una cosita que aún
no estaba exactamente bien. O como una ocurrencia de último momento,
todavía rudimentaria o aproximada.
Lo real era la idea:
Mi hermana añadió otra capa, acercó el pulgar
al envase del esmalte de uñas.
Seguíamos creyendo que veríamos
disminuir la diferencia, aunque en realidad persistía.
Cuando más tenazmente persistía,
tanto más intensa nuestra convicción.


LA MUSA DE LA FELICIDAD


Las ventanas cerradas, el sol que asoma.
El sonidos de unos pocos pájaros;
el jardín empañado por un ligero vaho de humedad.
U la inseguridad de la gran esperanza
esfumada de repente.
Y el corazón aún alerta.

Y mil pequeñas esperanzas que nacen,
no vuelvas pero sí recién admitidas.
Afecto, comer con amigos.
Y la estructura de ciertas
tareas adultas.

La casa limpia, en silecio.
La basura que ya no es necesario sacar.

Es un reino, no un acto de la imaginación:
y todavía muy temprano,
se abren los capullo blancos de penstemon.

¿Es posible que por fin hayamos pagado
con suficiente amargura?
¿Que no exija sacrificio,
que la angustia y el terror se hayan considerado
suficientes?

Una ardilla corre sobre el cable del teléfono,
con una corteza de pan en la boca.
 Y la estación demora la llegada de la oscuridad.
De manera que parece
parte de un gran don
que ya no hay por qué temer.

El día despliega, pero muy gradualmente, una soledad
que ya no hay por qué temer, cambios
leves, apenas percibidos...
el penstemon que se abrió.
La posibilidad
de seguir viéndolo hasta el fin.

Louis Glück
en Las siete edades.
Editorial Pre-textos.
Traducción de Mirta Rosenberg.



martes, 20 de marzo de 2012

He turned the water into wine

Un mediodía del mes de agosto del año 2002, los escritores más o menos españoles José María Pérez Álvarez y Manuel Vilas pasean por el casco viejo de Santiago de Compostela. Entran en bares y beben Viña Costeira. Vilas se queda absorto mirando a las cigalas y a los percebes y a las langostas y a los centollos y a las nécoras que exhiben en los escaparates de las marisquerías compostelanas. Vilas saluda a las langostas. Pérez Álvarez se queda perplejo ante la actitud de Vilas. Es la primera vez que se encuentran, y no entiende muy bien Pérez Álvarez la fascinación de Vilas ante esos bichos y menos que les hable como si fuesen vacas o caballos o perros o gatos o periquitos. Sin embargo, hay algo en la fascinación de Vilas ante las cigalas y las langostas que le recuerda a su infancia, a la propia infancia de Pérez Álvarez. De repente, Pérez Álvarez es feliz mirando a su nuevo amigo. Piensa que su nuevo amigo esta bastante pirado, y eso le reconforta. Piensa que su nuevo amigo ha debido de salir, casi seguro, de un Seminario, o de una célula de un nuevo partido comunista reunificado. También piensa Pérez Álvarez que es casi seguro que todos los nuevos amigos que le quedan por conocer van a ser así, como Vilas, y eso le inquieta, porque ve en ello un designio. Su nuevo amigo no se entera de nada porque solo tiene ojos para el marisco. ¡Qué maravilla!, grita Vilas. Comamos esos bichos, dice Vilas. No dejemos ni uno. Comámoslo todo. Entran Pérez Álvarez y Vilas en una marisquería compostelana y se piden un arroz con bogavante y vino blanco de Orense. Llevan herramientas en las manos para luchar contra las patas del Bogavante. Vilas come como un revolucionario del siglo xx y sigue hablando con los bichos que se come. A Pérez Álvarez le hace infinitamente feliz ver a un hombre disfrutar así de la comida y mantener largas conversaciones con bichos fantasmagóricos. Y otra vez vuelve Pérez Álvarez a recordar su infancia. Ebrios y felices, hablan del mundo y de la muerte. Hablan del regreso del comunismo, de la Utopia que se cierne sobre el mundo, del mundo convertido en una sola nación, una nación convertida en una botella infinita de Viña Costeira. Están conspirando contra el orden. La literatura que escriben es una conspiración neo-comunista, prosoviética, promusulmana y prehispánica. Hablan de William Faulkner y de Gaspar Melchor de Jovellanos, que también eran neocomunistas. Saben que son dos desesperados , pero saben también que la desesperación es una de las caras del Bien Absoluto, de la Revolución Incesante, quizá la cara mas hispano-soviética. Ahora saben que son amigos. Son dos comunistas de ellos mismos. Son dos grandes comunistas de la literatura española. Su comunismo les matara. A Vilas le cuesta darse cuenta de eso, porque sigue pensando en comer algo más, tal vez una tarta de Santiago. Luego toman licor de café en abundancia.

Dos días después, Pérez Álvarez y Vilas alquilan dos motos y se van desde Santiago de Compostela a las playas de Carnota. Se han comprado también dos camisetas, en donde se lee este lema "I Love Jackson". Aparcan sus motos de alquiler con cuidado, al lado de una iglesia en donde se esta celebrando una boda. E1 novio es negro. La novia es gallega. Vilas y Pérez Álvarez saludan a los novios. Les gustaría repartirles una octavilla en donde se explicase con detenimiento el regreso del Eurocomunismo. Vemos ahora a Pérez Álvarez y a Vilas caminar por la inmensa playa de Carnota. Hace mucho viento. E1 viento es glorioso.

E1 cielo se oscurece. No parece agosto. Parece febrero, parece el fin del mundo. Las olas se agigantan. Empieza a llover. Es el fin del mundo. Tal vez todo este espectáculo de la naturaleza este anunciando el regreso del eurocomunismo, o el regreso de Lenin, o el de Cristo. Mejor el de Cristo, dice Pérez Álvarez, por lo del milagro del vino, añade. Como José María Pérez Álvarez es mas bien menudo, una monstruosa ráfaga de viento lo levanta del suelo y quiere llevárselo hacia las olas salvajes e inhumanas del mar de Carnota, pero entonces Vilas, dando un salto hacia arriba, como si fuese una cabra montesa saltando penas arriba, coge la mano de su amigo con mucha fuerza—cuando ya su amigo estaba a casi dos metros de altura sobre el suelo, a punto de ser un pájaro en mitad de la tormenta del capitalismo universal—y le dice: <>, y hace descender a su amigo de la negrura del aire de arriba y deposita el cuerpo de José María otra vez sobre la arena blanca de la playa de Carnota. Luego Vilas y Pérez Álvarez cenan sardinas asadas en un chiringuito lejos de la playa, pero al lado de un hórreo. Vilas se come las sardinas con las espinas. Entiende que comerse las espinas es un acto político. Pérez Álvarez se queda mirando como su amigo devora peces con espinas e intenta ver la soflama revolucionaria o tal vez literaria que ese acto encierra. A Jose María Pérez Álvarez le gustaría repetir el milagro de la multiplicación de los peces, más que nada para que su amigo saciara su hambre milenaria de una vez por todas. Qué te parece si volvemos otra vez a la playa y andamos un rato sobre las aguas, como hizo Jesucristo, dice, finalmente, José María. 

Mejor con las motos, conduzcamos las motos sobre el agua, dice Vilas.


Manuel Vilas
en España.
DVD Ediciones.

martes, 14 de febrero de 2012

Está en tus manos ser patrocinador de nuestro proyecto


(De nuestras manos a las tuyas en tres preguntas)


¿QUÉ?

Dame tus manos no es necesariamente un libro, pero se concreta en un libro. Se trata de un recorrido emocional por la geografía del cuerpo, en particular por el lenguaje gestual de las manos. Es un libro de fotografías de César Cerón y poemas de Antonio Aguilar. Aquí puedes ver una muestra:




Libro: aproximadamente 64 páginas 20x20 cm. 22 fotos y 22 textos. Prólogos de María Manzanera y Antonio Sánchez-Carrasco.

¿CÓMO?

En la filosofía del proyecto subyace la idea de un trabajo compartido, por eso optamos por la fórmula del micromecenazgo y hemos pensado que Verkami es el lugar idóneo para financiarlo. Puedes colaborar con el proyecto a través de la página del proyecto (http://www.verkami.com/projects/1325-dame-tus-manos)

Hay aportaciones desde 5€ hasta 250 € y cada una de ellas tiene su recompensa. Desde 20 € obtienes el libro. Además puede haber copias fine-art de fotos autografiadas, incluso una cena en Murcia con los autores, que son dos tipos majos. Y, eso sí, siempre nuestro agradecimiento además de aparecer en los créditos del libro.

Pero si quieres colaborar con la compra anticipada del libro y te parece algo farragoso lo del pago en internet también puedes hacerlo poniéndote en contacto con nosotros directamente.

lanuevaresistencia@gmail.com (Antonio Aguilar)

¿CUÁNDO?

Tenemos cuarenta días en Verkami para recaudar el dinero. A eso habrá que sumar el tiempo de la impresión y tendrás el libro en tus manos. Recién hecho.

sábado, 28 de enero de 2012

Louis Glück y las estrellas

Otro tiempo. Foto de María Manzanera.

Death cannot harm me
More than you have harmed me,
My beloved life.


PRISMA

9
Una noche de verano. Fuera,
Ruido de tormenta de verano. Después se abría el cielo.
Las estrellas de verano en la ventana.

Estoy en la cama. Ese hombre y yo
Estamos suspendidos en la extraña paz
Que suele provocar el sexo. Casi siempre.
¿Anhelo, qué es? ¿Deseo, qué es?

Las estrellas del verano en la ventana.
Yo una vez supe sus nombres.

11.

Son fabulosas las estrellas.

Cuando era niña sufría de insomnio.
En las noches de verano, mis padres me dejaban sentarme junto al lago;
Me llevaba al perro para que me hiciese compañía.

¿Dije “sufría”? Ese era el modo en que mis padres explicaban
Gustos a su juicio
Inexplicables: mejor “sufría” que “prefería vivir con el perro”.

Oscuridad. Un silencio que anulaba la condición mortal.
Las barcas amarradas bajaban y subían.
Con la luna llena, podía leer los nombres
De chica pintados en las barcas:
Ruth, Ann, Dulce Izzy, Peggy Amor Mío…

No iban a ninguna parte, aquellas chicas.
No había nada que aprender de ellas.

Extendía mi chaqueta en la arena húmeda,
El perro se acurrucaba junto a mí.
Mis padres no podían ver la vida en mi cabeza.
Cuando escribía, me corregían la ortografía.

Los sonidos del lago. Los tranquilizadores, inhumanos
Sonidos del agua lamiendo el muelle, el perro rastreando por ahí
Entre la hierba.

Louis Glück
En Averno.
Pre-textos
Traducción de Abraham Gragera y Ruth Miguel Franco

martes, 24 de enero de 2012

Dos escenas platerescas mínimamente conectadas



Fotograma de The pillow book de Peter Greenaway.


Querías llenar los muros de toda la ciudad.
Ser escritor no es eso, te dijo alguien (ahora).
Cuando ella apareció viste el cielo abierto
tu corazón abierto, los brazos abiertos
todas las veces que (mínimamente)
creíste conectar con algún dios.
No viste el serrín que arrastraban mis botas.
Entre mis papeles nunca encontraste palabras como:
Al dolor no le busco sustituto que sepa a miel
ni a dulce sacudida de balcón sobre una alfombra.

-El fututo es una abeja empotrada en el viento.
No.
El futuro es una cas vacía, moradores sin rostro
acudirán a su puerta con obsequios idénticos
habitantes de humo y sueños malogrados.
El futuro a la deriva todas las veces roto
por un beso de alquitrán entregado a la muerte
cada vez con la misma fuerza, nadie es capaz de detenerlo.
El futuro afilado y brillante, paciente y frío
abismo de asfalto duro y seco que no se deja sobornar.
El futuro tiene voz de bosque
está lleno de mensajes que obedecen al silencio
no discute con el azar su precisión, su demora, débil armonía.
El futuro entorpece la búsqueda
el recorrido marcado se desvanece al amanecer
como en un salto al vacío.
El futuro no es posible sin profetas
les comió la lengua el gato
ni su silencio será suficiente
cuando llegue la edad de la renuncia.

Renuncio: 6,6% vol. Multiplicado por tres es demasiado
para mis 49 kilos y mis 4,5 litros de sangre, dije.
Te parezco bonita (insistí)
porque bebo cerveza directamente de la botella
mientras con la otra mano sostengo un libro.
Porque hago que fumo
apoyada en la ventana de espaldas a ti.
Porque me muevo como un gato
cuado me miras, cuando no me miras.
Aire y luz y espacio, pedía Henry Miller.
Yo me conformo con un café con leche.
-Buenos días, amor. Mira lo que he visto.
Volver a casa en dos tramos.
No te pares, dijo, porque moverse sostiene.
Un semáforo mal coordinado
acababa conmigo en la Glorieta de Carlos V.
Tú intentabas distraerme con frases poco elaboradas.
Tenemos poca experiencia en milagros,
tenías que haberme dicho.
Pero no te lo explico más. Pregúntale a las piedras por mí.
Pregúntale al grito de Tarzán, a las sirenas de los cargadores.
Porque volver era encender todas las luces e la casa
y no verte.

Todo empezó el 12 de diciembre
por haberme saltado dos paradas.
Llegué a casa con un dedo pegado al timbre y otro
entre las páginas de un libro de Susan Sontag.
Quizá te sentó mal que perdiera las llaves.
Dejar de quererme por eso
me pareció tan desproporcionado que me eché a reír.
Quizá fue mi risa de niña asustada.
El libro sigue sobre la mesa
haciéndose las mismas preguntas que yo (ahora).
Esa noche te llamé dos veces.
Las dos para decir que estaba bien. Me creíste.
Caíamos sin saberlo en un balde de leche cortada.
Caer no era melancolía de hojas ni alud
(de septiembre) en las tripas. Caer: nada al otro lado.

Billy Bragg canta a Woody Guthrie.
Cerveza fría de lata en pleno invierno.
En diez minutos tendré que echarme una manta
o quemar los muebles. Después dirás que no te quise.

Si ésta fuera mi casa dejaría de escribir sobre ti.
Tú no dejarías de fumar
pero cada lunes lo intentarías con la misma sinceridad
que (ahora) el licor hace que pienses que sí
que era posible, que no nos dimos cuenta
antes y después de besarme.
-El café sin azúcar, amor.
Qué lejos el mar, dirás sin ganas.
Qué desmesurado el peso de los domingos sin estufa.
Qué fácil todo aun sin haber bebido.
Parecía irremediable volar (clase turística) hacia Estocolmo.

Se supone que miento. Camuflaje (engranaje) las tardes
que no recuerdo haberte visto fumando en la cocina.
Tú no entiendes que haya momentos
en los que no me importe que sea lluvia
y orines calientes lo que corra por mi cara.
El frío acudía puntual al laberinto de mi oído
cada vez que cerraba los ojos.
No soñaba volver:
Soñaba no usar jerseys de cachemir en agosto
no usar calcetines de pura lana virgen en agosto.
Sandalias para el verano
tirantes y collares de semillas para el verano, amor
huesos de chirimoya taladrados
(mi corazón) sobre un plato.
El anillo que me pusiste la primera noche nunca apareció.
Las hormigas son urracas, dije.
Escribe sobre el verano, amor.
Moscas en mi cabeza, amor, no pájaros.
Moscas y abejas. Sin miedo, amor.
Dibújame, amor (repito), sin miedo (repito)
De un solo trazo. Tinta china mis labios (antes y después).
Escribe tus iniciales en mi espalda con un pincel
como en aquella película de Greenaway
que nunca llegué (ahora) a entender.
Quiero ser tu escena plateresca favorita
aunque tampoco entienda lo que significa.
Quiero ser china. Quiero ser tinta.
Ya lo dijo Ingres: El dibujo es la probidad del arte.
Para cuando me quise acordar de la frase ya te habías marchado
con mi dinero (con las hormigas) y con mi anillo.
Qué me importa ahora que no estás
1ue los insectos sean los besos del sol.
Scriabin estaba tan convencido de ello que decía
1ue su Sonata nº 10 era una sonata de insectos.
Scriabin tampoco pensó en el futuro:
No sabía que moriría con 43 años
por una picadura de mosca carbonosa.

Isabel Bono
en Pan comido.
Bartleby editores.

lunes, 16 de enero de 2012

Una cita con la muerte


Desde el Somme


En otro tiempo cantaba sobre cosas sencillas,
Sobre el amanecer el verano, y el atardecer del verano y su noche,
la hierba con rocío, y anillos de hadas mojadas por el rocío,
el largo vuelo dorado de la alondra.

En lo profundo del bosque tocaba mi melodía
mientras las ardillas hacían crujir sus avellanas en lo alto,
o cruzaba la arena mojada hasta el mar
y cantaba al mar y al cielo.

Cuando llega el silencio, plateado del la noche
miraba por las ventanas hacia los perfumados céspedes,
cantaba suavemente sobre el amor y sus delicias
para acallar a faunos de mármol.

A menudo cantaba en una taberna
sobre el amanecer en la vid de la montaña,
y, reclamando un coro, barría las cuerdas
en alabanza del buen vino tinto.

Jugaba con todos los juguetes que los bienes proporcionan,
cantaba mis canciones y lo hacía todo festivo.
Ahora he echado a un lado mis juguetes rotos
y he tirado mi laúd.

Antaño un cantante, ahora me veo obligado a llorar.
Dentro de mi alma siento crecer una múscia extraña,
basto canto de una tragedia demasiado profunda
-demasiado profunda-
para ser pronunciada por mis pobres labios.

Leslie Coulson
En Tengo una cita con la muerte. (Poetas muertos en la gran guerra).
Linteo poesía.
Selección, traducción y prólogo de Borja Aguiló y Ben Clark.