jueves, 14 de julio de 2016

John Burnside: De Corporis resurrectione (I)

                                                            A George Soule

Vuelve la nieve;

y a veces los muertos que hemos lavado
y enterrado:

las madres amorosas y artríticas que apenas notábamos
cuando pulían cucharas de madrugada, cuando
                                                                         pulían espejos;
los que se evaporaron de silicosis en la cocina;
                                                                         los muertos graduales
pasan entre los árboles, sin rumbo, como rachas de viento

y toman forma visible
                                    color aproximado:
acónito, verde agua, vermellón, azul de Prusia;

los muertos que en su día nombramos y enterramos rompen
                                                                                          como olas
sobre hojas y arena,
                                  sobre troncos y hierros oxidados.

Los copos de nieve son bocetos en blanco, flores no muy
convincentes
                   que serían verdes
en un mundo sin sombras,
pero solo los muertos son verdes
en los últimos días del invierno;

solo los muertos, que en su momento numeramos y apartamos,
florecerán de nuevo en el musgo de las cunetas y en las columnas de hiedra,

reemplazándose a sí mismos, en la calma del mundo visible,
con huellas, voces, ampollas, tatuajes en forma de rosa.



John Burnside
en Dones.
Traducción de Juan Antonio Montiel.
Lumen.

martes, 5 de julio de 2016

Enric González: Historias de Nueva York

La gracia de Yogi, que más tarde entrenó a los Yamkees y a los Mets, iba más allá de su talento como jugador y de su profundo conocimiento del béisbol. Su gracia estaba en las palabras. Quizá sólo Groucho Marx podía superarlo en la construcción de ingenios verbales, que le brotaban (y le brotan: cuando se escribe esto, sigue vivo) inconscientemente, sin buscarlos. Uno para empezar. Ya retirado, Carmen, su mujer de toda la vida, le hizo una pregunta delicada: "Naciste en Missouri, te criaste y jugaste en Nueva York, vivimos en Nueva Jersey. Si murieras antes que yo, ¿dónde te gustaría que te enterrara?". La respuesta: "No sé, sorpréndeme cuando llegue el momento".

Sigue una selección de frases. Algunas son muy populares. La mayoría fueron pronunciadas como declaraciones improvisadas para la prensa.

-Hay que ir con mucho cuidado si uno no sabe dónde va, porque podría no llegar.
-Si no puedes imitarle, no le copies.
-Corta la pizza en cuatro pedazos, no tengo tanta hambre como para comerme seis.
-El béisbol es cuestión de cerebro en un 90 por ciento, la otra mitad es esfuerzo físico.
-Ya nadie va a ese sitio, hay demasiada gente.
-Se hace tarde muy temprano.
-¿Para qué comprar buenas maletas? Sólo se utilizan en los viajes.
-Es un gran hotel. Las toallas son tan gruesas que casi no puedo cerrar la maleta.
-Hay que ir a los funerales de los demás; si no, no vendrán al tuyo.
-El futuro no es lo que era.
-Nunca hay que responder una carta anónima.
-Cuando uno llega a una encrucijada debe seguir adelante.
-Suelo hacer un par de horas la siesta, desde la 1 hasta las 4.
-¿Qué haría si encontrara un millón de dólares? Localizaría a quien los hubiera perdido, y, si fuera pobre, se los devolvería.
-Yo no he dicho todo lo que he dicho.

Grande, ¿no?

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Nueva York sigue siendo una tormenta de almas, un caudaloso río humano. Para entender ciertas cosas no hacen falta idiomas, ni experiencia, ni memoria. Basta con abrir la ventana y escuchar el rugido de la bestia.

Enric González
en Historias de Nueva York.
Rba libros.

Antonio Praena: América y Prólogo (Casto Guerrero)

AMÉRICA

Es algo realmente curioso que entre todas
las formas de decir amor en el romano
nada más que dos verbos entrarán en la historia
sel modo en que se quiere en este idioma nuestro:
Quaero, que no es querer sino buscar,
Y amo, que no es amar sino esperar.
La búsqueda y la espera. Echo de menos
un verbo más pasivo, pero entiendo
que busca y esperanza son bastante
para cruzar el mar, creer que se ha llegado
al mundo pretendido y amar en una tierra
completamente virgen, distinta a la buscada;
ponerle al nuevo mundo un nombre que no es suyo
ni nunca podrá serlo. Y no saber volver.
Y acaso si se vuelve, jamás ya ser el mismo.

Antonio Praena en
Actos de amor.
Raspabook.


PRÓLOGO (CASTO GUERRERO)

Que mi sangre se ha cortado ya
lo sabe bien esta guerra que rezo.

Que no vendrán los hijos
es pan que me pronuncia
como a quien se alimenta de Otra cosa.

Y a veces Otra cosa
recorre mi camisa en su figura
y no hay carne, ni rosas,
       ni vienen a hacer falta.


Antonio Praena en
Humo verde.
Poesía Mar Adentro.

viernes, 1 de julio de 2016

Alfred Corn: Eclipse en la habitación de un hotel II.

Algo entre el sueño y el no sueño que retrocede
treinta años y mil millas de distancia:
casi la veo a ella, de pie,
en el fregadero, lleva puesta... una blusa de algodón,
pantalones; está un poco delgada por el racionamiento,
tiene un marido en el Pacífico, tres hijos.
Echa un vistazo a los lirios turcos y a la lantana de afuera.
-No, eso fue en una casa posterior.

La luz vespertina modela su rostro
con fatiga, con bondad, una arruga de preocupación
entre las oscuras cejas. El cabello rizado,
corto y no muy arreglado. En otra habitación
alguien erra en una nota de la escala;
y ella se inclina hacia mí, un túmulo
ni más ni menos que del ser. Sonríe,
mueve la cabeza hacia uno y otro lado...

Claro que esto es posible, aunque no es real,
a menos que cada imagen que en silencio
retiene el pensamiento lo sea.
Un raro esplendor, como el de una vea,
se acopla a la tensión y al parpadeo de la memoria,
pequeña incandescencia, halo nocturno.
Surge como un regalo, un don de clarividencia
con el poder de trasladarnos, protegidos,
a casas perdidas, cuartos prohibidos,
en donde está ella, inmóvil. Pero no puede ser
la memoria. Nada recuerdo. Ausencia.

Qué llegó grotescamente, con juguetes
y pastel de cumpleaños, después me dijeron.
Al acercarse confiada la mano,
hacia los huesudos y hábiles brazos, sólo ausencia
encontró. Y la sigue habiendo
como un duelo, prosigue de modo ficticio.
El ascetismo de toda una vida.
Como si se pudiera elegir previsión
y cautela, a fin de sobrevivir.
¡Sobrevivir! El burdo deseo de durar,
imaginando lo que pudiese ser restaurado.
No me acuerdo, no obstante ver
la luz, el atardecer, cómo ella se inclina
y su silueta se ensancha, cual nube que se acerca.



Alfred Corn
en Rocinante.
Chamán ediciones.
Traducción de Guillermo Arreola.